volumen 3

15.12.2016 12:34

 

Luisa Piccarreta Volumen 3

 

I. M. I.

Noviembre 1, 1899

Purificación de la Iglesia.

Las almas víctimas son su sostén.

 

 

Encontrándome en mi habitual estado, me he encontrado fuera de mí

misma dentro de una iglesia, y ahí había un sacerdote que celebraba el

divino sacrificio, y mientras esto hacía lloraba amargamente y decía: “La

columna de mi Iglesia no tiene donde apoyarse.”

 

En el momento que decía esto he visto una columna cuya cima tocaba

el cielo, y por debajo de esta columna estaban sacerdotes, obispos,

cardenales y todas las demás dignidades, que sostenían dicha columna, pero

con mi sorpresa, al mirar he visto que de estas personas, quien era muy

débil, quien medio acabado, quien enfermo, quien lleno de fango; escasísimo

era el número de aquellos que se encontraban en estado de sostenerla, así

que esta pobre columna, tantas eran las sacudidas que recibía desde abajo,

que se tambaleaba sin poder estar firme. Hasta arriba de esta columna

estaba el santo Padre, que con cadenas de oro y con los rayos que despedía

de toda su persona, hacía cuanto más podía para sostenerla, para encadenar e

iluminar a las personas que moraban en la parte baja, si bien alguna se

escapaba para tener más oportunidad de degradarse y enfangarse, y no sólo a

estas personas sino que trataba de atar e iluminar a todo el mundo.

 

Mientras yo veía esto, aquel sacerdote que celebraba la misa (aunque

tengo duda si era sacerdote o bien Nuestro Señor. Me parece que era Él,

pero no lo sé decir con certeza), me ha llamado junto a Él y me ha dicho:

 

“Hija mía, mira en qué estado lamentable se encuentra mi Iglesia, las

mismas personas que debían sostenerla desfallecen, y con sus obras la

abaten, la golpean, y llegan a denigrarla. El único remedio es que haga

derramar tanta sangre, hasta formar un baño para poder lavar ese purulento

fango y sanar sus profundas llagas, para que sanadas, reforzadas,

embellecidas por esa sangre puedan ser instrumentos hábiles para

mantenerla estable y firme.”

 

Después ha agregado: “Te he llamado para decirte: ¿Quieres tú ser

víctima y así ser como un puntal para sostener esta columna en tiempos tan

incorregibles?”

 

3 Este libro ha sido traducido directamente del original manuscrito de Luisa Piccarreta.

 

 

 

                                                                           

 

Yo en principio me sentí correr un escalofrío por temor, y porque

quizá no tendría la fuerza, pero en seguida me he ofrecido y he pronunciado

el Fiat. Mientras estaba en esto me he encontrado rodeada por muchos

santos, ángeles y almas purgantes que con flagelos y otros instrumentos me

atormentaban, y yo, si bien al principio sentía temor, pero después, por

cuanto más sufría tanto más me venía el deseo de sufrir y saboreaba el sufrir

como un dulcísimo néctar. Y mucho más porque me vino un pensamiento:

“Quién sabe si esas penas pudiesen ser medio para consumar la vida y así

poder emprender el último vuelo hacia mi sumo y único Bien.” Pero con

suma pena, después de haber sufrido acerbas penas, he visto que esas penas

no me consumaban la vida. ¡Oh Dios, qué pena, que esta frágil carne me

impida unirme con mi Bien eterno!

 

Después de esto he visto la sangrienta masacre que se hacía de

aquellas personas que estaban bajo la columna. ¡Qué horrible catástrofe!

Escasísimo era el número de los que no caían víctimas, llegaban a tal

atrevimiento que trataban de matar al santo Padre. Pero después parecía que

aquella sangre derramada, aquellas sangrientas víctimas destrozadas, eran

medios para hacer fuertes a aquellos que quedaban, de modo que sostenían

la columna sin hacerla bambolear más. ¡Oh, qué felices días! después de

esto despuntaban días de triunfos y de paz, la faz de la tierra parecía

renovada, la columna adquiría su primer lustre y esplendor. ¡Oh días felices,

desde lejos yo os saludo, pues tanta gloria daréis a la Iglesia y tanto honor a

Dios que es su cabeza!

 

                                                                                                

Noviembre 3, 1899

 

Entretenimiento de Jesús con Luisa.

 

Esta mañana mi amable Jesús ha venido y me ha transportado fuera de

mí misma, dentro de una iglesia y ha desaparecido, y yo me he quedado sola.

Ahora, encontrándome ante la presencia del santísimo sacramento, he hecho

mi acostumbrada adoración, pero mientras esto hacía me parecía que me

hubiera vuelto toda ojos para ver si podía descubrir a mi dulce Jesús.

Mientras estaba en esto lo he visto sobre el altar como niño que me llamaba

con su graciosa manita. ¿Quién puede decir mi contento? Volé a Él y sin

pensar en otra cosa lo he estrechado entre mis brazos y lo he besado, pero en

el momento de hacer esto ha tomado un aspecto serio, y mostraba que no le

agradaban mis besos y ha comenzado a rechazarme. Yo, no tomando en

cuenta esto, continué y le dije: “Querido mío, bello, el otro día Tú quisiste

 

 

 

                                                                            

 

desahogarte conmigo con besos y con abrazos y yo te di toda la libertad, hoy

quiero contigo desahogarme también yo, ah, dame la libertad.” Pero Él

seguía rechazándome, y viendo que yo no cesaba ha desaparecido. ¿Quién

puede decir cuán mortificada y pensativa quedé al encontrarme en mí

misma? Pero después de un poco ha regresado, y yo le pedía perdón por mis

impertinencias; me ha perdonado queriendo Él desahogarse conmigo, y

mientras me besaba me ha dicho:

 

“Amada de mi corazón, mi Divinidad habita en ti habitualmente, y a

medida que tú vas inventando nuevas cosas para deleitarme contigo, así Yo,

para estar a la par uso nuevos modos para hacer que te deleites conmigo.”

 

Con esto entendí que fue una broma que Jesús quería hacer.

 

                                                                                               

Noviembre 4, 1899

 

Efectos diferentes entre la

presencia de Jesús y la del demonio.

 

Como esta mañana el bendito Jesús no venía, el demonio trataba de

tomar su aspecto y hacerse ver, pero yo, no advirtiendo los acostumbrados

efectos he comenzado a dudar y me he persignado con la cruz, primero yo y

después a él, y el demonio viéndose persignado temblaba; en seguida lo

rechacé de mí sin mirarlo. Poco después ha venido mi amado Jesús, y

temiendo que fuese otra vez el espíritu maligno trataba de rechazarlo e

invocar la ayuda de Jesús y de la Reina Mamá, pero Él para asegurarme que

no era el demonio me ha dicho:

 

“Hija mía, para asegurarte si soy Yo, o no soy Yo, tu atención debe

estar en los efectos internos, si se mueven a virtud o a vicio, ya que como mi

naturaleza es virtud, de ninguna otra cosa hago herederos a mis hijos más

que de virtud. Esto lo puedes comprender también en la naturaleza humana,

que siendo carne, sucede que si tiene alguna llaga, la carne se cambia en pus

y se puede decir que no es más carne; así mi naturaleza, si mínimamente

pudiese retener en sí la sombra del vicio, cesaría de ser aquel Dios que es, lo

que no puede suceder jamás.”

 

                                                                                               

Noviembre 6, 1899

 

Pureza de intención.

 

Esta mañana, habiendo venido el adorable Jesús y transportándome

fuera de mí misma, me ha hecho ver calles llenas de cadáveres. ¡Qué

despiadada carnicería! Da horror pensarlo. Después me ha hecho ver que

sucedía una cosa en el aire y muchos morían de improviso; esto lo vi

también por el mes de marzo. Yo empecé, según mi costumbre, a rogarle

que se aplacara y que librara a sus mismas imágenes de suplicios tan crueles,

de guerras tan sangrientas, y como tenía la corona de espinas se la he quitado

para ponérmela yo, y esto para aplacarlo mayormente, pero con suma pena

he visto que casi todas las espinas quedaban rotas en su santísima cabeza, así

que poquísimo me quedaba para sufrir a mí. Jesús se mostraba severo; casi

sin ponerme atención me ha transportado de nuevo a mi cama, y como yo

me encontraba con los brazos en cruz, sufriendo los dolores de la crucifixión

que Él mismo me había participado antes, ha tomado mis brazos y me los

unió, atándolos con una cuerdecilla de oro. Yo, no poniendo atención a qué

significaba aquello, para romper ese aire severo que tenía le he dicho:

“Dulcísimo amor mío, te ofrezco estos movimientos de mi cuerpo que Tú

mismo me has hecho y todos los demás que pueda yo hacer, con el único fin

de agradarte y glorificarte. Ah sí, quisiera que también los movimientos de

los párpados, los de mis ojos, de mis labios y de toda yo misma sean hechos

con el único fin de agradarte sólo a Ti. Haz, oh buen Jesús, que todos mis

huesos, mis nervios, resuenen entre ellos y con clara voz te atestigüen mi

amor.”

 

Y Él me ha dicho: “Todo lo que se hace con la única finalidad de

agradarme, resplandece ante Mí de una manera tal que atrae mis miradas

divinas, y me agrada tanto, que a esas acciones, aunque fuesen sólo un

movimiento de pestañas, les doy el valor como si fueran hechas por Mí. En

cambio las otras acciones, que en sí mismas son buenas y aun grandes, no

hechas únicamente para Mí, son como ese oro enlodado y lleno de

herrumbre que no resplandece, y Yo no me digno ni siquiera mirarlas.”

 

Y yo: “Ah Señor, qué fácil es que el polvo ensucie nuestras acciones.”

 

Y Él: “No se necesita poner atención al polvo, porque este se sacude,

a lo que hay que atender es a la intención.”

 

Ahora, mientras esto se decía, Jesús se ocupaba en atarme los brazos.

Yo le he dicho: “Señor, ¿qué haces?”

 

Y Él: “Hago esto porque tú estando en la posición de la crucifixión

me aplacas, y Yo como quiero castigar a las gentes te los estoy atando.”

 

Y dicho esto desapareció.

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                           

 

Noviembre 10, 1899

 

La obediencia al confesor.

 

Después de haber pasado algunos días en contienda con Jesús, porque

yo quería ser desatada y Él no quería, ahora se hacía ver que dormía, ahora

me imponía silencio; finalmente esta mañana mientras lo he visto, veía al

confesor que me ordenaba absolutamente que me hiciera desatar por Jesús, y

esto más de una vez, pero Jesús no hacía caso, y yo obligada por la

obediencia le he dicho: “Mi amable Jesús, ¿cuándo te has opuesto a la

obediencia? No soy yo que quiero ser desatada, es el confesor que quiere

que me hagas sufrir la crucifixión, por eso ríndete a esta virtud tan predilecta

por Ti, que entreteje toda tu Vida y formó el último eslabón, unió todo en

uno el sacrificio de la cruz.”

 

Y Jesús: “Tú me quieres hacer violencia tocándome ese eslabón que

unió la Divinidad y la humanidad y formó un solo eslabón, que es la

obediencia.”

 

Y mientras esto decía ha tomado el aspecto de crucificado, y casi

forzado por la potestad sacerdotal me participó los dolores de la crucifixión.

Sea siempre bendito el Señor y sea todo para gloria suya. Así parece que he

quedado desatada.

 

                                                                                               

Noviembre 11, 1899

 

La obediencia le impide ajustarse a la Justicia.

 

Encontrándome en mi habitual estado, me he encontrado fuera de mí

misma y me parecía que giraba por la tierra. ¡Oh, cómo estaba inundada por

todo tipo de iniquidades, da horror pensarlo! Ahora, mientras giraba he

llegado a un punto y he encontrado a un sacerdote de vida santa, y en otro

punto una virgen de vida pura y santa. Nos hemos unido los tres y

empezamos a hablar sobre los tantos castigos que el Señor está enviando y

tantos otros que tiene preparados. Yo les he dicho: “Y vosotros, ¿qué

hacéis? ¿Os habéis acaso conformado a la divina Justicia?” Y ellos:

 

“Viendo la extrema necesidad de estos tristes tiempos, y que el

hombre no se rendiría ni aunque viniera un apóstol, ni si el Señor enviara a

otro San Vicente Ferrer, que con milagros y señales portentosas lo pudiese

inducir a la conversión, es más, viendo que el hombre ha llegado a tal

 

 

 

                                                                           

 

obstinación y a una especie de locura, que la misma fuerza de los milagros lo

volvería más incrédulo, entonces, obligados por esta apremiante necesidad,

por el bien de ellos y para detener este mar purulento que inunda la faz de la

tierra, y para gloria de nuestro Dios tan ultrajado, nos hemos conformado a

la Justicia, sólo estamos rogando y ofreciéndonos víctimas para hacer que

estos castigos sirvan para la conversión de los pueblos. Y tú, ¿qué haces?

¿No te has conformado con nosotros?”

 

Y yo: “Ah no, no puedo, porque la obediencia no quiere, si bien Jesús

quiere que me uniforme, pero como la obediencia no quiere, debe prevalecer

sobre todo, debo estar siempre en oposición con Jesús bendito, cosa que me

aflige mucho.”

 

Y Ellos: “Cuando está la obediencia, seguro que no necesita

adherirse.”

 

Después de esto, encontrándome en mí misma, en cuanto he visto al

amadísimo Jesús quise saber de qué parte eran aquel sacerdote y aquella

virgen, y Él me ha dicho que eran del Perú.

 

                                                                                                

Noviembre 12, 1899

 

Luisa evita algunos castigos.

 

Esta mañana, el amable Jesús ha venido y me ha transportado fuera de

mí misma, y veía como si debiera moverse del cielo una cosa y tocar la

tierra. He quedado tan espantada que he gritado y le he dicho: “Ah Señor,

¿qué haces? Cuánta ruina habrá si esto sucede. Me dices que me amas

mucho y me quieres asustar, ¿lo has visto, no? No lo hagas, no, no, no

puedes hacerlo, porque yo no quiero.” Y Jesús compadeciéndome me ha

dicho:

 

“Hija mía, no tengas temor. Además, ¿cuándo quieres tú que Yo haga

algo? No debo dejarte ver nada cuando castigo a las gentes, de otra manera

me atas por todas partes. Y bien, fortificaré tu corazón con fuerza y haré

surgir de él como un tronco para poder mantener firme lo que tú ves, y

después derramaré en ti tantas gracias, de modo de poderme nutrir Yo y mis

hijos.”

 

Mientras estaba en esto ha salido de dentro de mi corazón como un

tronco, y en la cima como dos ramas en forma de horqueta, que elevándose

en el aire tomaba por la mitad lo que estaba por moverse y así quedaba

detenida; sólo en un punto lejano parecía que tocaba la tierra. Después me

 

 

 

                                                                           

 

he encontrado en mí misma y le he rogado que se aplacara, y parecía que se

rendía, tanto que me ha participado los dolores de la cruz, y ha desaparecido.

 

                                                                                                

Noviembre 13, 1899

 

Jesús sufre al ver sufrir a las criaturas.

Luisa se ofrece para consolarlo.

 

 

Esta mañana mi adorable Jesús parecía inquieto, no hacía otra cosa

que ir y venir, ahora se entretenía conmigo, ahora casi atraído por su ardiente

Amor hacia las criaturas iba a ver lo que hacían, y todo se condolía por lo

que sufrían, como si Él mismo y no ellas estuviera sufriendo. Muchas veces

he visto al confesor que con su potestad sacerdotal obligaba a Jesús a

hacerme sufrir sus penas para poder aplacarlo, y Él, mientras parecía que no

quería ser aplacado, después se mostraba contento y agradecía de corazón a

quien se ocupaba en sostener su brazo indignado, y ahora me participaba un

sufrimiento y ahora otro. ¡Oh, cómo era tierno y conmovedor verlo en este

estado! Hacía destrozar el corazón de compasión. Muchas veces me ha

dicho:

 

“Confórmate a mi Justicia, que no puedo más. ¡Ah! el hombre es

demasiado ingrato y casi me obliga por todas partes a castigarlo, me arranca

él mismo de mis manos los castigos. ¡Si tú supieras cuánto sufro al hacer

uso de mi Justicia, pero es el hombre mismo el que me hace violencia! ¡Ah!

si no hubiera hecho otra cosa que comprar a precio de sangre su libertad, aun

así debería ser agradecido conmigo, pero el hombre, para hacerme mayor

agravio va inventando nuevos modos para hacer inútil mi desembolso.”

 

Y mientras esto decía lloraba amargamente, y yo para consolarlo le he

dicho: “Dulce Bien mío, no te aflijas, veo que tu aflicción es mayor porque

te sientes obligado a castigar a las gentes. ¡Ah no, no sea jamás! Si Tú eres

todo para mí, yo quiero ser toda para Ti, entonces sobre mí manda los

flagelos, aquí está la víctima siempre dispuesta y a tu disposición, puedes

hacerme sufrir lo que quieras y así quedará tu Justicia en algún modo

aplacada, y Tú aliviado de la aflicción que sientes al ver sufrir a las criaturas.

Ha sido siempre esta mi intención al no conformarme a la Justicia, porque

sufriendo el hombre sufrirás más Tú que él mismo.”

 

Mientras esto estaba diciendo ha venido nuestra Mamá Reina, y yo he

recordado que habiendo pedido al confesor la obediencia de conformarme a

la Justicia, me había dicho que le preguntara a la Virgen Santísima si quería

que me uniformara. Se lo he dicho y Ella me ha dicho: “No, no, más bien

 

 

 

                                                                           

 

reza hija mía y en estos días trata por cuanto más puedas de tenerte a Jesús

junto contigo y aplacarlo, porque muchos castigos están preparados.”

 

                                                                                               

Noviembre 17, 1899

 

La potestad sacerdotal debe concurrir con la víctima.

 

Continúa mi amable Jesús haciéndose ver afligido. Esta mañana juntocon Él ha venido nuestra Reina Mamá, y me parecía que Ella me lo traía a

fin de que lo aplacara y le rogara junto con Ella que me hiciera sufrir a mí

para librar a las gentes, y me ha dicho que si en estos días pasados no me

hubiera interpuesto, y el confesor no hubiese hecho uso de la potestad

sacerdotal para concurrir con sus intenciones de hacerme sufrir, muchas

catástrofes habrían sucedido. Mientras estaba en esto he visto al confesor, y

yo en seguida he rogado por él a Jesús y a la Reina Madre, y Jesús todo

benignidad ha dicho:

 

“A medida que tome en cuenta mis intereses, con el pedirme y

también con empeñarse en renovar la intención de hacerte sufrir con el fin de

librar a las gentes, así tomaré cuidado de él y lo libraré; Yo estaría dispuesto

a hacer este pacto con él.”

 

Después de esto he hecho por mirar a mi dulce y único Bien, y he

visto que en sus manos tenía dos rayos, en uno contenía como preparado un

fuerte terremoto y una guerra, en el otro muchas clases de muertes

imprevistas y enfermedades contagiosas. Yo le he comenzado a rogar que

vertiera sobre mí aquellos rayos y casi se los quería quitar de sus manos,

pero Él, para no dejarme llegar a esto, ha comenzado a alejarse de mí, yo

buscaba seguirlo y por eso me he encontrado fuera de mí misma; Jesús ha

desaparecido y yo he quedado sola.

 

Ahora, encontrándome sola he girado un poco y he llegado a un lugar

donde en esta estación hacen la siega, parecía que ahí había ruidos de guerra

y yo quería ir para ayudar a esas pobres gentes, pero los demonios me

impedían ir a donde estaban por suceder tales cosas, y me golpeaban para

que no pudiese ayudar ni tampoco impedir sus artificios, y han usado tanta

fuerza que me hicieron retroceder.

 

                                                                                               

Noviembre 19, 1899

 

Males de la soberbia.

 

 

 

                                                                           

 

Continúa viniendo mi adorable Jesús, y como mi mente, antes de que

viniera estaba pensando en ciertas cosas que me había dicho en años

pasados, y que no recuerdo bien, Él, como para recordarme me ha dicho:

 

“Hija mía, la soberbia roe la Gracia. En los corazones de los soberbios

no hay otra cosa que un vacío todo lleno de humo que produce la ceguera.

La soberbia no hace más que hacer de sí mismo un ídolo, así que el alma

soberbia no tiene a su Dios consigo; con el pecado ha buscado destruirlo en

su corazón, y levantando un altar en él se pone encima y se adora a sí

mismo.”

 

¡Oh! Dios, qué monstruo abominable es este vicio. A mí me parece

que si el alma está atenta a no dejarlo entrar en ella, estará libre de todos los

otros vicios; pero si por su desventura se deja dominar por él, como es madre

monstruosa y mala, le parirá todos sus hijos díscolos, los cuales son los

demás pecados. ¡Ah Señor, tenla lejos de mí!

 

                                                                                               

Noviembre 21, 1899

 

Jesús quiere deleitarse mirándose en Luisa,

y ella es auxiliada por la Santísima Virgen.

 

Esta mañana mi amadísimo Jesús, apenas ha venido me ha dicho:

 

“Hija mía, todo tu deleite debe ser el contemplarte en Mí, y si esto lo

haces siempre, tomarás en ti todas mis cualidades, mi fisonomía, mis

mismos lineamientos, y Yo en correspondencia encontraré todo mi gusto y

sumo contento en deleitarme mirándome en ti.”

 

Dicho esto ha desaparecido, y yo estaba rumiando en mi mente esas

palabras, cuando de improviso ha regresado, me ha puesto su santa mano en

la cabeza y volviendo mi cara hacia Él agregó:

 

“Hoy quiero deleitarme un poco mirándome en ti.”

 

Un estremecimiento me corrió por todo el cuerpo, un espanto de

sentirme morir, porque veía que me miraba fijo, fijo, queriéndose deleitar en

mis pensamientos, miradas, palabras y en todo lo demás, con el

contemplarse en mí. ¡Oh Dios! ¿Soy causa de deleitarte o de amargarte?

Iba repitiendo en mi interior. Mientras estaba en esto ha venido nuestra

amada Mamá Reina en mi ayuda, trayendo una vestidura blanquísima entre

las manos, y toda amabilidad me dijo:

 

 

 

                                                                           

 

“Hija, no temas, quiero suplir Yo misma por ti vistiéndote con mi

inocencia, para que así mi Hijo al contemplarse en ti pueda encontrar el

mayor deleite que se pueda encontrar en una criatura humana.”

 

Entonces me vistió con esa vestidura y me presentó a mi amado Bien

Jesús diciéndole:

 

“Amado Hijo, acéptala por consideración a Mí y deléitate en ella.”

 

Así se me quitó todo temor y Jesús se ha deleitado en mí y yo en Él.

 

                                                                                               

Noviembre 24, 1899

 

Luisa quiere recibir las amarguras de Jesús.

 

Esta mañana mi dulce Jesús ha venido y me ha transportado fuera de

mí misma. Ahora, como lo he visto todo lleno de amargura, le pedí y volví a

pedirle que la derramara en mí, pero por cuanto le rogué no he logrado

obtener que vertiera en mí sus amarguras, y conforme me acercaba a su boca

para recibirlas salía un aliento amargo. Mientras hacía esto veía a un

sacerdote que moría, pero no supe bien quién era, y como tenía la intención

de rezar por un sacerdote enfermo, no reconociéndolo me confundí si era él

 

o algún otro. Entonces he dicho a Jesús: “Señor, ¿qué haces? ¿No ves

cuánta escasez de sacerdotes hay en Corato, y quieres quitarnos más?” Jesús

no poniéndome atención y amenazando con la mano decía:

“Los destruiré de más.”

 

                                                                                               

Noviembre 26, 1899

 

Complacencia de la Santísima Trinidad ante el sufrir de Luisa.

 

Encontrándome en medio de grandes sufrimientos, mi amable Jesús ha

venido y me ha puesto el brazo por detrás del cuello, en acto de sostenerme.

Ahora, estando cerca de Él empecé a hacer mis habituales adoraciones a

todos sus santos miembros, empezando por su sacratísima cabeza. En el

momento que esto hacía me ha dicho:

 

“Amada mía, tengo sed, quítame la sed con tu amor, que no resisto

más.”

 

Y tomando aspecto de niño se puso entre mis brazos y se puso a

mamar; parecía que sentía un gusto grandísimo y quedaba todo reconfortado

y calmaba su sed. Después de esto, queriendo como jugar conmigo, con una

 

 

 

                                                                           

 

lanza que tenía en la mano me traspasaba el corazón de lado a lado; yo sentía

un dolor acerbísimo, pero ¡oh! cómo estaba contenta de sufrir, especialmente

porque eran las mismas manos de mi sólo y único Bien las que me hacían

sufrir, y lo incitaba a desgarrarme mayormente, tanto era el gusto y la

dulzura que yo sentía. Y Jesús bendito, para contentarme más me ha

arrancado el corazón, tomándolo entre sus manos, y con esa misma lanza lo

abrió por la mitad y encontró una cruz resplandeciente y blanquísima. La ha

tomado entre sus manos complaciéndose grandemente, y me ha dicho:

 

“Esta cruz la produjo el amor y la pureza con que sufres. Me

complazco tanto en el modo con el que tú sufres, que no sólo Yo, sino que

llamo al Padre y al Espíritu Santo a complacerse conmigo.”

 

En un instante miré y vi Tres Personas que circundándome se

deleitaban en mirar esta cruz, pero yo, lamentándome con Ellos dije:

 

“Gran Dios, demasiado poco es mi sufrir, no estoy contenta sólo con

la cruz, sino que quiero también las espinas y los clavos, y si yo no lo

merezco, porque soy indigna y pecadora, Vosotros ciertamente podéis darme

las disposiciones para merecerlo.”

 

Y Jesús enviándome un rayo de luz intelectual me hizo comprender

que quería que hiciera la confesión de mis culpas. Me sentí aterrar ante las

Tres Divinas Personas, pero la Humanidad de Nuestro Señor me inspiraba

confianza, así que dirigiéndome a Él dije el ‘yo pecador’, y después empecé

a hacer la confesión de mis culpas. Ahora, mientras me encontraba toda

inmersa en mi miseria, una voz ha salido de en medio de Ellos que decía:

 

“Te perdonamos, y tú, no peques más.”

 

Yo esperaba recibir la absolución de Nuestro Señor, pero en ese

momento desapareció.

 

Poco después volvió crucificado y me participó los dolores de la cruz.

 

                                                                                                

Noviembre 27, 1899

 

La Gracia hace feliz al alma.

 

Esta mañana mi amado Jesús no venía, pero después de mucho

esperar, en cuanto lo he visto me lamenté con Él por su tardanza, diciéndole:

“Señor bendito, ¿cómo es que tardas tanto, tal vez te has olvidado que no

puedo estar sin Ti? ¿O acaso perdí tu Gracia y por eso no vienes?” Y Él

interrumpiendo mis lamentos me ha dicho:

 

“Hija mía, ¿sabes tú qué cosa hace mi Gracia? Mi Gracia hace feliz el

alma de los bienaventurados comprensores, y vuelve feliz el alma de los

 

 

 

                                                                           

 

viadores, con esta sola diferencia, que los comprensores gozándose y

deleitándose, y los viadores trabajando y poniéndola en comercio. Así que

quien posee la Gracia tiene en sí misma el paraíso, porque la Gracia no es

otra cosa que poseerme a Mí mismo, y siendo Yo sólo el objeto encantador

que encanta a todo el paraíso y que formo todos los contentos de los

bienaventurados, el alma, poseyendo la Gracia, dondequiera que se

encuentre posee su paraíso.”

 

                                                                                                

Noviembre 28, 1899

 

Luisa acepta sufrir en el purgatorio

para liberar algunas almas.

 

Mi amado Jesús ha venido todo afabilidad, me parecía como un íntimo

amigo que tiene tantas formalidades para otro amigo para demostrarle su

amor, y las primeras palabras que me ha dicho han sido:

 

“Amada mía, si tú supieras cuánto te amo. Me siento atraído

grandemente a amarte, mis mismas demoras en venir me fuerzan y son

nuevas causas de hacerme venir y colmarte de nuevas gracias y carismas

celestiales. Si tú pudieras comprender cuánto te amo, tu amor comparado

con el mío apenas lo percibirías.”

 

Y yo: “Mi dulce Jesús, es verdad lo que dices, pero también yo siento

que te amo mucho, y si Tú dices que mi amor comparado con el tuyo apenas

se percibe, esto es porque tu poder es sin límites y el mío es limitado, y por

tanto, puedo hacer por cuanto de Ti mismo me viene dado; tan es verdad,

que cuando tengo voluntad de sufrir más para demostrarte mayormente mi

amor, si Tú no me concedes las penas, no está en mi poder el sufrir, y estoy

obligada a resignarme aun en esto, y ser ese ser inútil que por mí he sido

siempre. En cambio en Ti está en tu poder el mismo sufrir, y en cualquier

modo que quieras manifestarme tu Amor lo puedes hacer. Amado mío,

dame a mí el poder y te haré ver cuánto sé hacer por amor tuyo, porque en la

medida que me das, en esa misma medida te daré.”

 

Él escuchaba con sumo placer mi hablar disparatado y casi

queriéndome poner a prueba me ha transportado fuera de mí misma, cerca de

un lugar profundo, lleno de fuego líquido y tenebroso, daba horror y espanto

el sólo verlo. Jesús me ha dicho:

 

“Aquí está el purgatorio, y muchas almas están concentradas en este

fuego. Irás tú a ese lugar a sufrir para liberar a aquellas almas que me

agradan, y esto lo harás por amor mío.”

 

 

 

                                                                           

 

Yo inmediatamente, si bien temblando un poco le he dicho: “Todo

por amor tuyo, estoy dispuesta, pero debes venir Tú junto conmigo, de otra

manera, si me dejas, no te dejas encontrar más, y después me haces llorar

mucho.”

 

Y Él: “Si voy junto contigo, ¿cuál sería tu purgatorio? Esas penas con

mi presencia, para ti se cambiarían en alegrías y en contentos.”

 

Y yo: “Sola no quiero ir; y además, mientras estemos en ese fuego Tú

estarás detrás de mis espaldas, así no te veo y aceptaré este sufrimiento.”

 

Así he ido a ese lugar lleno de densas tinieblas, y Él me seguía por

atrás, y yo por temor de que me dejase le he tomado las manos, teniéndolas

estrechadas a mis hombros. Habiendo llegado abajo, ¿quién puede decir las

penas que sufrían aquellas almas? Ciertamente son inenarrables a personas

vestidas de humana carne. Entonces, al ir yo a ese fuego, éste se apagaba y

se despejaban las tinieblas, y muchas almas salían, otras quedaban aliviadas.

Después de haber estado cerca de un cuarto de hora, hemos salido y Jesús se

lamentaba, y yo rápidamente le he dicho: “Dime mi Bien, ¿por qué te

lamentas? Amada vida mía, ¿tal vez he sido yo la causa porque no he

querido ir sola a ese lugar de penas? Dime, dime, ¿habéis sufrido mucho al

ver a esas almas sufrir? ¿Qué cosa sientes?”

 

Y Jesús: “Amada mía, me siento todo lleno de amarguras, tanto, que

no pudiéndolas contener más, estoy por derramarlas sobre la tierra.”

 

Y yo: “No, no mi dulce amor, las derramarás en mí, ¿no es verdad?”

Y acercándome a su boca ha vertido un licor amarguísimo, en tanta

abundancia que yo no podía contenerlo y le pedía a Él mismo que me diera

la fuerza para sostenerlo, de otra manera, lo que no había dejado hacer a

Nuestro Señor lo habría hecho yo, derramarlo sobre la tierra, y hacer esto me

molestaba mucho; sin embargo parece que me dio la fuerza, si bien eran

tantos los sufrimientos que me sentía desfallecer, pero Jesús tomándome

entre sus brazos me sostenía y me decía:

 

“Contigo hay que ceder por fuerza, te vuelves tan molesta que me

siento casi con la necesidad de contentarte.”

 

                                                                                               

Noviembre 30, 1899

 

Miembros enfermos y miembros

sanos en el cuerpo místico de Jesús.

 

Continúa viniendo mi adorable Jesús, y esta vez lo veía en el momento

cuando estaba atado a la columna; Él, desatándose se arrojaba en mis brazos

 

 

 

                                                                           

 

para ser compadecido por mí. Yo me lo he estrechado y he comenzado a

arreglarle los cabellos, todos con coágulos de sangre, a secarle los ojos y el

rostro, y al mismo tiempo lo besaba y hacía diversos actos de reparación.

Cuando llegué a las manos y le quité la cadena, con suma maravilla vi que la

cabeza era de Nuestro Señor, pero los miembros eran de tantas otras

personas, especialmente religiosas. ¡Oh! cuántos miembros infectados que

daban más tinieblas que luz; en el lado izquierdo estaban los que daban más

sufrimiento a Jesús, se veían miembros enfermos, llenos de llagas

agusanadas y profundas, otros que apenas quedaban unidos por un nervio a

aquel cuerpo; oh, cómo se dolía y vacilaba aquella cabeza divina sobre

aquellos miembros. Al lado derecho se veían aquellos que eran más buenos,

esto es, miembros sanos, resplandecientes, cubiertos de flores y de rocío

celestial, perfumados con fragantes olores, y entre estos miembros se

descubría alguno que despedía un perfume apagado.

 

Esta cabeza divina sobre estos miembros sufría mucho. Es verdad que

había miembros resplandecientes, que casi se asemejaban a la luz de aquella

cabeza, que la recreaban y le daban grandísima gloria, pero eran en número

más grande los miembros infectados. Jesús, abriendo su dulcísima boca me

dijo:

 

“Hija mía, ¡cuántos dolores me dan estos miembros! Este cuerpo que

tú ves es el cuerpo místico de mi Iglesia, del cual me glorío de ser su cabeza,

¡pero qué cruel desgarro hacen estos miembros en este cuerpo! Parece que

se azuzan entre ellos para ver quien puede darme más tormento.”

 

Ha dicho otras cosas que no recuerdo bien sobre este cuerpo, por eso

pongo punto.

 

                                                                                                

Diciembre 2, 1899

 

Elocuente elogio de la cruz.

 

Encontrándome muy afligida por ciertas cosas que no es lícito decir

aquí, el amable Jesús, queriéndome aliviar en mi aflicción ha venido con un

aspecto todo nuevo, me parecía vestido de color celeste, todo adornado de

campanitas pequeñas de oro, que golpeándose entre ellas resonaban con un

sonido jamás oído. Ante el aspecto de Jesús y el armonioso sonido me he

sentido encantar y aliviar en mi aflicción, que como humo se alejaba de mí.

Yo habría permanecido allí, en silencio, tanto me sentía encantar las

potencias de mi alma, si el bendito Jesús no hubiese roto mi silencio al

decirme:

 

 

 

                                                                            

 

“Amada hija mía, todas estas campanitas son tantas voces que te

hablan de mi amor y que te llaman a amarme. Ahora, déjame ver cuántas

campanitas tienes tú que me hablen de tu amor y que me llamen a amarte.”

 

Y yo, toda llena de vergüenza le dije: “¡Ah Señor! ¿Qué dices? Yo

no tengo nada, no tengo otra cosa que defectos.”

 

Entonces Jesús compadeciendo mi miseria continuó diciéndome:

 

“Tú no tienes nada, es verdad; pues bien, quiero adornarte Yo con mis

mismas campanitas, a fin de que puedas tener tantas voces para llamarme y

para demostrarme tu amor.”

 

Así parecía que como una faja adornada de estas campanitas me ceñía

la cintura. Después de esto he quedado en silencio y Él ha agregado:

 

“Hoy quiero entretenerme contigo, dime alguna cosa.”

 

Y yo: “Tú sabes que todo mi contento es estar junto contigo, y

teniéndote a Ti lo tengo todo, por eso poseyéndote a Ti me parece que no

tengo otra cosa que desear, ni que decir.”

 

Y Jesús: “Hazme oír tu voz que recrea mi oído, conversemos un poco

juntos, Yo te he hablado tantas veces de la cruz, hoy déjame oírte hablar a ti

de la cruz.”

 

Yo me sentía toda confundida, no sabía que decir, pero Él me ha

mandado un rayo de luz intelectual, y para contentarlo he comenzado a

decir: “Amado mío, ¿quién te puede decir qué cosa es la cruz? Sólo tu boca

puede hablar dignamente de la sublimidad de la cruz, pero ya que quieres

que hable yo, está bien, lo hago: La cruz sufrida por Ti me liberó de la

esclavitud del demonio y me desposó con la Divinidad con nudo indisoluble;

la cruz es fecunda y me pare la Gracia; la cruz es luz y me desengaña de lo

temporal y me descubre lo eterno; la cruz es fuego, y todo lo que no es de

Dios lo vuelve cenizas, hasta vaciarme el corazón del más mínimo hilo de

hierba que pueda estar en él; la cruz es moneda de inestimable precio, y si yo

tengo, Esposo santo, la fortuna de poseerla, me enriqueceré de monedas

eternas, hasta volverme la más rica del paraíso, porque la moneda que corre

en el Cielo es la cruz sufrida en la tierra; la cruz me hace conocerme más a

mí misma, y no sólo eso, sino me da el conocimiento de Dios; la cruz me

injerta todas las virtudes; la cruz es la noble cátedra de la Sabiduría increada

que me enseña las doctrinas más altas, sutiles y sublimes, así que sólo la

cruz me develará los misterios más escondidos, las cosas más recónditas, la

perfección más perfecta escondida a los más doctos y sabios del mundo; la

cruz es como agua benéfica que me purifica, no sólo eso, sino que me

suministra el nutrimento a las virtudes, me las hace crecer y sólo me deja

cuando me conduce a la Vida eterna; la cruz es como rocío celeste que me

conserva y me embellece el bello lirio de la pureza; la cruz es el alimento de

 

 

 

                                                                           

 

la Esperanza; la cruz es la antorcha de la Fe obrante; la cruz es aquel leño

sólido que conserva y mantiene siempre encendido el fuego de la Caridad; la

cruz es aquel leño seco que hace desvanecer y poner en fuga todos los

humos de soberbia y de vanagloria, y produce en el alma la humilde violeta

de la humildad; la cruz es el arma más potente que hiere a los demonios y

me defiende de sus garras. Así que el alma que posee la cruz es de envidia y

admiración a los mismos ángeles y santos, y de rabia y desdén a los

demonios. La cruz es mi paraíso en la tierra, de modo que si el paraíso de

allá, de los bienaventurados, son los gozos, el paraíso de acá son los

sufrimientos. La cruz es la cadena de oro purísimo que me une contigo, mi

sumo Bien, y forma la unión más íntima que se pueda dar, hasta hacer

desaparecer mi ser y me transmuta en Ti, mi objeto amado, tanto, de

sentirme perdida en Ti y vivo de tu misma Vida.”

 

Después que dije esto, (no sé si son desatinos), mi amable Jesús al

oírme todo se complacía, y llevado por un entusiasmo de amor toda me

besaba y me ha dicho:

 

“Bravo, bravo a mi amada hija, has dicho bien. Mi Amor es fuego,

pero no como el fuego terreno que dondequiera que penetra todo lo vuelve

estéril y reduce todo a cenizas; mi fuego es fecundo y sólo esteriliza lo que

no es virtud, pero a todo lo demás da vida y hace germinar las bellas flores,

hace producir los más exquisitos frutos y convierte al alma en el más

delicioso jardín celestial.

 

La cruz es tan potente y le he comunicado tanta gracia, que la volví

más eficaz que los mismos sacramentos, y esto porque al recibir el

sacramento de mi cuerpo se necesitan las disposiciones y el libre concurso

del alma para recibir mis gracias, que muchas veces pueden faltar, pero la

cruz tiene virtud de disponer al alma a la Gracia.”

 

                                                                                                

Diciembre 21, 1899

 

Luisa habla de la virginidad y de la pureza.

 

Después de un largo silencio, esta mañana mi amable Jesús

interrumpiéndolo me ha dicho:

 

“Yo soy el receptáculo de las almas puras.”

 

Y en estas sus palabras tuve una luz intelectual que me hacía

comprender muchas cosas sobre la pureza, pero poco o nada sé poner en

palabras de lo que oigo en el intelecto. Pero la honorabilísima señora

 

 

 

                                                                           

 

obediencia quiere que escriba alguna cosa, aun desatinando, y para

contentarla diré mis desatinos sobre la pureza.

 

Me parecía que la pureza fuese la gema más noble que el alma pueda

poseer. El alma que posee la pureza está investida de cándida luz, de modo

que Dios bendito, mirándola encuentra su misma imagen, se siente atraído a

amarla, tanto que llega a enamorarse de ella, y es tomado por tanto amor que

le da por ciudad su purísimo corazón, porque sólo lo que es puro y

limpísimo entra en Dios, nada entra manchado en aquel seno purísimo. El

alma que posee la pureza conserva en sí su primer esplendor que Dios le dio

al crearla, nada hay en ella desfigurado, desnoblecido, sino que como reina

que aspira a las nupcias del Rey celestial, conserva su nobleza hasta que esta

noble flor es transplantada en los jardines celestiales. ¡Oh, cómo esta flor

virginal está perfumada con aroma especial! Se eleva siempre sobre todas

las demás flores y aun sobre los mismos ángeles. ¡Cómo resalta con

variadas bellezas! Así que todos son tomados por estima y amor, y

libremente todos le dan el paso hasta hacerla llegar al Esposo divino, de

modo que el primer puesto en torno a Nuestro Señor es de estas nobles

flores. Entonces Nuestro Señor se deleita grandemente en pasear en medio a

estos lirios que perfuman la tierra y el Cielo, y mucho más se complace enestar circundado por estos lirios, porque siendo Él el primer noble lirio y el

modelo, es el ejemplar de todos los demás. ¡Oh, cómo es bello ver un alma

virgen! Su corazón no emite otro aliento que de pureza y de candor; ni

siquiera tiene la sombra de otro amor que no sea Dios, también su cuerpo

exhala olor de pureza, todo es puro en ella: Pura en los pasos, pura en el

obrar, en el hablar, en el mirar, también en el moverse, así que al solo verla

se siente la fragancia y se descubre un alma virgen de verdad. ¡Qué

carismas, qué gracias, qué recíproco amor, qué estratagemas amorosas entre

esta alma y el esposo Jesús! Sólo quien las siente puede decir alguna cosa,

porque ni siquiera se puede narrar todo, y yo no me siento en deber de hablar

sobre esto, por eso hago silencio y paso adelante.

 

                                                                                               

Diciembre 22, 1899

 

Dios nos atrae a amarlo en tres modos,

y en tres modos se manifiesta al alma.

 

Esta mañana mi adorable Jesús no venía. Después de mucho esperar y

seguir esperando, apenas, casi como un rayo que huye se dejó ver varias

 

 

 

                                                                           

 

veces, pero me parecía ver más bien una luz que a Jesús, y en esta luz una

voz que decía la primera vez que vino:

 

“Yo te atraigo a amarme en tres modos: A fuerza de beneficios, a

fuerza de atracciones y a fuerza de persuasiones.”

 

¿Quién puede decir cuántas cosas comprendía en estas tres palabras?

Me parecía que Jesús bendito, para atraerse mi amor y también el de las

otras criaturas, hace llover beneficios en favor nuestro, y viendo que esta

lluvia de beneficios no llega al punto de ganarse nuestro amor, llega a

hacerse atrayente. ¿Y cuál es esta atracción? Son sus penas sufridas por

amor nuestro, hasta morir chorreando sangre sobre una cruz, donde se volvió

tan atrayente que enamoró de Sí a sus mismos verdugos y a sus más fieros

enemigos. Además, para atraernos mayormente y volver más fuerte y

estable nuestro amor, nos ha dejado la luz de sus santísimos ejemplos,

unidos a su celestial doctrina, y que como luz nos despejan las tinieblas de

esta vida y nos conducen a la eterna salvación.

 

La segunda vez que ha venido me ha dicho:

 

“Yo me manifiesto al alma en tres diversos modos: Con la Potencia,

con la noticia y con el Amor. La Potencia es el Padre, la Noticia es el

Verbo, el Amor es el Espíritu Santo.”

 

¡Oh, cuántas otras cosas comprendía! Pero demasiado escaso es lo

que sé manifestar. Me parecía que con la Potencia se manifiesta Dios al

alma en todo lo creado, desde el primero al último ser es manifestada la

omnipotencia de Dios. El cielo, las estrellas y todos los demás seres nos

hablan, si bien en mudo lenguaje, de un Ente Supremo, de un Ser Increado,

de su omnipotencia, porque el hombre más instruido, con toda su ciencia no

puede llegar a crear el más vil mosquito, y esto nos dice que debe haber un

Ser Increado potentísimo que ha creado todo y da vida y subsistencia a todos

los seres. ¡Oh, cómo todo el universo a claras notas y con caracteres

imborrables nos habla de Dios y de su omnipotencia! Así que quien no lo ve

es ciego voluntario.

 

Con la noticia, me parecía que Jesús bendito al descender del Cielo

viniera en persona a la tierra a darnos noticia de lo que para nosotros es

invisible, ¿y en cuántos modos no se manifestó Él? Creo que cada uno por

sí mismo comprenderá todo el resto, por eso no me alargo más.

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Diciembre 25, 1899

 

Jesús quiere de Luisa continua actitud de sacrificio.

 

Después de haber pasado algunos días casi de privación total de mi

sumo y único Bien, acompañados por una dureza de corazón, sin poder ni

siquiera llorar mi gran pérdida, si bien ofrecía a Dios también aquella dureza

diciéndole: “Señor, acéptala como sacrificio, sólo Tú puedes ablandar este

corazón tan duro.” Finalmente, después de un largo penar, ha venido mi

amada Mamá Reina trayendo en su regazo al celestial niño envuelto en un

pañal, todo tembloroso; me lo ha dado entre mis brazos diciéndome:

 

“Hija mía, caliéntalo con tus afectos, porque mi Hijo nació en extrema

pobreza, en total abandono de los hombres y en suma mortificación.”

 

¡Oh, cómo era agradable con su celestial belleza! Lo he tomado entre

mis brazos y me lo he estrechado para calentarlo, porque estaba casi

entumecido por el frío, no teniendo otra cosa que lo cubriera que un sólo

pañal. Después de haberlo calentado por cuanto he podido, mi tierno niñito,

entreabriendo sus purpúreos labios me ha dicho:

 

“¿Me prometes tú ser siempre víctima por amor mío, como Yo lo soy

por amor tuyo?”

 

Y yo: “Sí tesorito mío, te lo prometo.”

 

Y Él: “No estoy contento sólo con las palabras, quiero un juramento y

también una firma con tu sangre.”

 

Y yo: “Si quiere la obediencia lo haré.”

 

Él parecía todo contento y ha agregado:

 

“Mi corazón desde que nací lo tuve siempre ofrecido en sacrificio para

glorificar al Padre, para la conversión de los pecadores y por las personas

que me rodeaban y que más me fueron fieles compañeros en mis penas. Así

quiero que tu corazón esté en continua actitud, ofrecido en espíritu de

sacrificio por estos tres fines.”

 

Mientras esto decía, la Reina Mamá quería al niño para alimentarlo

con su leche dulcísima. Se lo he devuelto y Ella sacó su pecho para ponerlo

en la boca del divino niño, y yo astuta, queriendo hacer una broma he puesto

mi boca para chupar, he sacado pocas gotas, y en el momento de hacer esto

han desaparecido, dejándome contenta y descontenta.

 

Sea todo para gloria de Dios y para confusión de esta miserable

pecadora.

                                                                                               

 

 

 

                                                                           

 

Diciembre 27, 1899

 

La Caridad debe ser como un

manto que debe cubrir las acciones.

 

Jesús continúa haciéndose ver como sombra y como rayo. Mientras

me encontraba en un mar de amargura por su ausencia, en un instante se ha

hecho ver diciéndome:

 

“La Caridad debe ser como un manto que debe cubrir todas tus

acciones, de modo que todo debe relucir de perfecta Caridad. ¿Qué significa

ese disgustarte cuando no sufres? Que tu Caridad no es perfecta, porque el

sufrir por amor mío y el no sufrir por mi amor, sin tu voluntad, todo es lo

mismo.”

 

Y ha desaparecido dejándome más amargada que antes, queriendo

tocar una nota muy delicada para mí, y que Él mismo me ha infundido.

Entonces, después de haber derramado amargas lágrimas en mi estado

miserable y por la ausencia de mi adorable Jesús, ha regresado y me ha

dicho:

 

“Con las almas justas me porto con justicia, las recompenso

duplicadamente por su justicia, favoreciéndolas con las gracias más grandes

y con hablarles con palabras justas y de santidad.”

 

Sin embargo yo me encontraba tan confundida y mala, que no me

atrevía a decir una sola palabra, es más, continuaba vertiendo lágrimas sobre

mi miseria. Y Jesús queriéndome infundir confianza ha puesto su mano bajo

mi cabeza para levantarla, porque no la sostenía, y ha agregado:

 

“No temas, Yo soy el escudo de los atribulados.”

 

Y ha desaparecido.

 

                                                                                               

Diciembre 30, 1899

 

Efectos de la humillación y la mortificación.

 

Esta mañana en cuanto he visto a mi adorable Jesús, como la

obediencia me había dicho que rezara por una persona, por eso en cuanto ha

venido se la he encomendado, y Él me ha dicho:

 

“La humillación no sólo se debe aceptar, sino también amarla, tanto

como para masticarla como un alimento, y como cuando un alimento es

amargo, por cuanto más se mastica tanto más se siente la amargura, así la

humillación bien masticada hace nacer la mortificación, y estos son dos

 

 

 

                                                                           

 

potentísimos medios, esto es, la humillación y la mortificación, para salvar

ciertos obstáculos y obtener las gracias que se necesitan. Y mientras parecen

dañinos a la naturaleza humana, como el alimento amargo parece que quiera

causar más mal que bien, así la humillación y la mortificación, pero no.

Cuando el fierro es más golpeado sobre el yunque, tanto más arroja chispas

de fuego y queda puro, así el alma, cuanto más es humillada y golpeada bajo

el yunque de la mortificación, tanto más arroja chispas de fuego celestial y

queda purgada si verdaderamente quiere caminar la vía del bien; pero si es

falsa sucede todo lo contrario.”

 

                                                                                                

Enero 1, 1900

 

Efecto del conocimiento de sí mismo.

 

Encontrándome muy afligida por la privación de mi sumo y único

Bien, después de mucho esperar y esperar, finalmente lo he visto salir

llorando de dentro de mi corazón, haciéndome señal con los ojos que le dolía

la herida hecha en la circuncisión, y por eso lloraba, y que esperaba de mí

que le secara la sangre que corría de la herida y endulzara el dolor del corte.

Yo era toda compasión y confusión al mismo tiempo, tanto que no me

atrevía a hacerlo, pero atraída por el amor, no sé como me he encontrado un

trapo en la mano y he tratado por cuanto he podido de limpiar la sangre al

niño Jesús. Mientras esto hacía me sentía toda llena de pecado, y pensaba

que yo era la causa de ese dolor de Jesús. ¡Oh, cómo me daba pena, me

sentía absorbida en aquella amargura, y el bendito niño compadeciendo mi

miserable estado me ha dicho:

 

“Por cuanto más el alma se humilla y se conoce a sí misma, tanto más

se acerca a la verdad, y encontrándose en la verdad busca dirigirse al camino

de las virtudes, del cual se ve muy lejana, y si ve que se encuentra en este

camino, pronto descubre lo mucho que le queda por hacer, porque las

virtudes no tienen término, son infinitas como soy Yo. Entonces el alma

encontrándose en la verdad, busca siempre perfeccionarse, pero jamás

llegará a verse perfecta, y esto le sirve y hará que el alma esté continuamente

trabajando, esforzándose para mayormente perfeccionarse, sin perder el

tiempo en ociosidades, y Yo, complaciéndome de este trabajo, poco a poco

la voy retocando para pintar en ella mi semejanza. He aquí el por qué quise

ser circuncidado, para dar un ejemplo de grandísima humildad, que hizo

desconcertar a los mismos ángeles del Cielo.”

 

 

 

                                                                           

 

                                                                                               

Enero 3, 1900

 

La paz.

 

Continúo viéndome toda llena de miserias, y no sólo eso, sino también

inquieta. Me parece que todo mi interior se ha puesto en armas por la

pérdida de Jesús; y estaba pensando entre mí que mis grandes pecados me

habían merecido el que mi adorable Jesús me hubiese dejado, y por eso no lo

vería más. ¡Oh, qué muerte cruel es este pensamiento para mí! Es más,

pensamiento más despiadado que cualquier muerte. ¡No ver más a Jesús!

¡No oír más la suavidad de su voz! ¡Perder a Aquel del cual depende mi

vida y del cual me viene todo bien! ¿Cómo poder vivir sin Él? ¡Ah, si

pierdo a Jesús para mí todo ha terminado! Con estos pensamientos sentía

una agonía de muerte, todo mi interior trastornado porque quería a Jesús, y

Él, en un destello de luz se ha manifestado a mi alma diciéndome:

 

“Paz, paz, no quieras turbarte. Así como una flor olorosísima perfuma

el lugar donde se pone, así la paz llena de Dios al alma que la posee.”

 

Y como relámpago se ha ido. Ah Señor, cuán bueno eres con esta

pecadora, y en confianza te digo también, cómo eres impertinente, pues nada

menos debo perderte a Ti, y ni siquiera quieres que me turbe o me inquiete,

y si lo hago, me haces entender que yo misma me alejo de Ti, porque con la

paz me lleno de Dios y con turbarme me lleno de tentaciones diabólicas.

¡Oh mi dulce Jesús, cuánta paciencia se necesita contigo, porque cualquier

cosa que me suceda, ni siquiera puedo inquietarme, ni turbarme, sino que

quieres que me esté en perfecta calma y paz.

 

                                                                                               

Enero 5, 1900

 

Efectos del pecado y de la confesión.

 

Encontrándome en mi habitual estado, me he sentido salir fuera de mí

misma y he encontrado a mi adorable Jesús, pero ¡oh, cómo me veía llena de

pecados ante su presencia! En mi interior sentía un fuerte deseo de

confesarme con Nuestro Señor, por eso dirigiéndome a Él he comenzado a

decir mis culpas, y Jesús me escuchaba. Cuando terminé de hablar,

dirigiéndose a mí con un rostro lleno de tristeza me dijo:

 

“Hija mía, el pecado, si es grave, es un abrazo venenoso y mortífero al

alma, y no sólo a ella sino también a todas las virtudes que se encuentran en

 

 

 

                                                                           

 

el alma; si es venial, es un abrazo que hiere, que vuelve al alma muy débil y

enferma, y junto con ella se enferman las virtudes que había adquirido. ¡Qué

arma mortal es el pecado! ¡Sólo el pecado puede herir y dar muerte al alma!

Ninguna otra cosa puede dañarla, ninguna otra cosa la vuelve ignominiosa,

odiosa ante Mí, sino sólo el pecado.”

 

Mientras decía esto, yo comprendía la fealdad del pecado y sentía tal

pena, que ni siquiera sé explicarla. Y Jesús viéndome toda compenetrada,

alzó su bendita mano derecha y pronunció las palabras de la absolución.

Después agregó:

 

“Así como el pecado hiere y da muerte al alma, así el sacramento de la

confesión da la vida y la cura de las heridas, y restituye el vigor a las

virtudes, y esto más o menos según las disposiciones del alma, así obra la

virtud del sacramento.”

 

Me pareció que mi alma recibía nueva vida, después de que Jesús me

 

dio la absolución no sentía más aquel fastidio de antes.

glorificado el Señor y siempre le sean dadas las gracias.

Sea siempre

                                                                                               

Enero 6, 1900

 

La confianza: Escalera para subir a la Divinidad.

 

Esta mañana he recibido la comunión y me he encontrado con Jesús,

estaba también la Mamá Reina, y ¡oh! maravilla, veía a la Madre y veía el

corazón de Ella transformado en Jesús niño; miraba al Hijo y veía en el

corazón del niño a la Madre. Mientras estaba en esto recordé que hoy es la

epifanía, y yo, a ejemplo de los santos magos debía ofrecer alguna cosa al

niño Jesús, pero veía que no tenía nada que darle. Entonces, viendo mi

miseria, me ha venido el pensamiento de ofrecerle por mirra mi cuerpo con

todos los sufrimientos de los doce años que he estado en cama, dispuesta a

sufrir y a estar todo el tiempo que Él quisiera; por oro la pena que siento

cuando me priva de su presencia, que es la cosa más penosa y dolorosa para

mí; por incienso mis pobres oraciones unidas a las de la Reina Mamá, a fin

de que fueran más aceptables al niño Jesús. Entonces hice el ofrecimiento

con toda la confianza de que el niño aceptaría todo. Parecía que Jesús con

mucho gusto aceptaba mis pobres ofrecimientos, pero lo que más le gustaba

era la confianza con la que se los había ofrecido. Entonces me ha dicho:

 

“La confianza tiene dos brazos, con uno se abraza a mi Humanidad y

se sirve de Ella como escalera para subir a mi Divinidad, con el otro se

abraza a la Divinidad y a torrentes toma las gracias celestiales, así que el

 

 

 

                                                                           

 

alma queda toda inundada por el Ser Divino. Cuando el alma confía, está

segura de obtener lo que pide, Yo me hago atar los brazos, la hago hacer lo

que quiere, la hago penetrar hasta dentro de mi corazón y por sí misma le

hago tomar lo que me ha pedido. Si no hiciera esto me sentiría en un estado

de violencia.”

 

Mientras esto decía, del pecho del niño y del de la Madre salían tantos

ríos de licor (pero no sé decir propiamente como se llamaba eso que digo

licor) que me inundaban el alma. Y la Reina Madre ha desaparecido.

 

Después de esto, junto con el niño hemos salido fuera, en la bóveda de

los cielos, su gracioso rostro lo veía triste y he dicho entre mí: “Tal vez

quiere leche y por eso está triste.” Entonces le he dicho: “¿Quieres mamar

de mí, porque la Reina Mamá no está?” Pero antes de hacer esto he sentido

temor de que fuera demonio, entonces para asegurarme lo he persignado

varias veces con la cruz y le he dicho: “¿Eres Tú realmente Jesús Nazareno,

la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo de María Virgen Madre

de Dios?” El niño aseguraba que sí. Entonces asegurada, lo he puesto a

mamar de mí. El niño parecía que se reanimaba tomando un aspecto alegre,

y yo veía que chupaba parte de aquellos ríos de los que Él mismo me había

inundado. Y mientras esto hacía me sentía jalar el corazón, porque parecía

que de él venía aquella leche que Jesús chupaba de mí. ¿Quién puede decir

lo que pasaba entre el niño Jesús y yo? No tengo lengua para poderlo

manifestar, no tengo palabras para poderlo describir.

 

                                                                                                

Enero 8, 1900

 

Aun los errores serán útiles.

 

Estaba pensando entre mí: “Quién sabe cuántos desatinos, cuántos

errores contienen estas cosas que escribo.” Entre tanto he sentido que perdía

los sentidos y ha venido el bendito Jesús y me ha dicho:

 

“Hija mía, aun los errores servirán, y esto para hacer conocer que no

hay ningún artificio por parte tuya, ni que tú seas algún doctor, porque si

esto fuera, tú misma habrías advertido donde te equivocabas, y esto también

hará resplandecer de más que soy Yo quien te hablo, si ven las cosas con

sencillez; sin embargo te aseguro que no encontrarán ni la sombra del vicio,

ni cosa que no hable de virtud, porque mientras tú escribes Yo mismo te

estoy guiando la mano; a lo más podrán encontrar algún error a primera

vista, pero si lo observan bien, ahí encontrarán la verdad.”

 

 

 

                                                                           

 

Dicho esto ha desaparecido, pero después de algunas horas ha

regresado y yo me sentía toda titubeante y pensativa acerca de las palabras

que me había dicho, y Él ha agregado:

 

“Mi patrimonio es la firmeza y la estabilidad, no estoy sujeto a ningún

cambio, y el alma por cuanto más se acerca a Mí y se adentra en el camino

de las virtudes, tanto más se siente firme y estable en el obrar el bien, y por

cuanto más lejana está de Mí, tanto más estará sujeta a cambiarse y a

inclinarse ahora al bien y ahora al mal.”

 

                                                                                                

Enero 12, 1900

 

Diferencia entre el conocimiento

de sí mismo y la humildad.

 

Encontrándome en mi habitual estado, mi amable Jesús ha venido en

un estado que daba compasión, tenía las manos atadas fuertemente y el

rostro cubierto de salivazos y algunas personas lo abofeteaban

horriblemente, y Él permanecía quieto, plácido, sin hacer ni un movimiento

ni emitir un lamento, ni siquiera un movimiento de pestañas, para demostrar

que Él quería sufrir estos ultrajes, y esto no sólo externamente, sino también

internamente. ¡Qué espectáculo tan conmovedor, de hacer despedazar los

corazones más duros! ¡Cuántas cosas decía aquel rostro con los salivazos en

él, ensuciado de fango! Yo me sentía horrorizar, temblaba, me veía toda

soberbia delante de Jesús. Mientras estaba en este aspecto, Él me ha dicho:

 

“Hija mía, sólo los pequeños se dejan manejar como se quiere, no

aquellos que son pequeños de razón humana, sino aquellos que son

pequeños, pero llenos de razón divina. Sólo Yo puedo decir que soy

humilde, porque en el hombre lo que se dice humildad, más bien se debe

decir conocimiento de sí mismo, y quien no se conoce a sí mismo camina ya

en la falsedad.”

 

Durante algunos minutos Jesús hizo silencio y yo lo contemplaba.

Mientras esto hacía he visto una mano que traía una luz, que hurgando en mi

interior, en los más íntimos escondites, quería ver si había en mí el

conocimiento de mí misma y el amor a las humillaciones, a las confusiones

y a los oprobios; aquella luz encontraba un vacío en mi interior, y yo

también veía que debía ser llenado con humillaciones y confusiones a

ejemplo del bendito Jesús. ¡Oh, cuántas cosas me hacía comprender aquella

luz y aquel rostro santo que estaba frente a mí! Decía entre mí: “Un Dios,

humillado por amor mío, confundido, y yo, pecadora, sin estas divisas. Un

 

 

 

                                                                           

 

Dios estable, firme en soportar tantas injurias, tanto que no se mueve ni un

poquito para liberarse de esos escupitajos fétidos, – ¡ah! me parece ver su

interior ante la Divinidad, y el exterior ante los hombres, – sin embargo si

quiere lo puede hacer, porque no son las cadenas las que lo atan, sino su

estable Voluntad que a cualquier costo quiere salvar al género humano. ¿Y

yo? ¿Y yo? ¿Dónde están mis humillaciones, dónde la firmeza, la

constancia en el hacer el bien por amor de mi Jesús y por amor de mi

prójimo? ¡Ay, qué diferentes víctimas somos yo y Jesús, porque de hecho

no nos parecemos en nada!” Mientras mi pequeño cerebro se perdía en esto,

mi adorable Jesús me ha dicho:

 

“Mi Humanidad estuvo llena solamente de oprobios y humillaciones,

tanto, de derramarse fuera, he aquí por qué ante mis virtudes tiembla el Cielo

y la tierra, y las almas que me aman se sirven de mi Humanidad como

escalera para subir a probar algunas gotitas de mis virtudes. Dime, ante mi

humildad, ¿dónde está la tuya? Sólo Yo puedo gloriarme de poseer la

verdadera humildad; mi Divinidad unida a mi Humanidad podía obrar

prodigios en cada paso, palabra y obra, en cambio voluntariamente me

restringía en el cerco de mi Humanidad y me mostraba como el más pobre y

llegaba a confundirme con los mismos pecadores.

 

La obra de la Redención en poquísimo tiempo podía hacerla, aun con

una sola palabra, pero quise durante el curso de tantos años, con tantos

trabajos y sufrimientos, hacer mías las miserias del hombre, quise

ejercitarme en tantas diversas acciones para hacer que el hombre fuese todo

renovado y divinizado aun en las mínimas obras, porque realizadas por Mí,

que era Dios y hombre, recibían nuevo esplendor y quedaban con la marca

de obras divinas. Mi Divinidad escondida en mi Humanidad, con descender

a tanta bajeza, sujetarse al curso de las acciones humanas mientras que con

un solo acto de Voluntad habría podido crear infinitos mundos, con sentir las

miserias, las debilidades de otros como si fuesen suyas, con verse cubierta

de todos los pecados de los hombres ante la divina Justicia, y que debía

pagar con el precio de penas inauditas y con el desembolso de toda su

sangre, ejercitaba continuos actos de profunda y heroica humildad.

 

He aquí, oh hija mía, la diferencia grandísima de mi humildad con la

humildad de las criaturas, que ante la mía apenas es una sombra, aun la de

todos mis santos, porque la criatura es siempre criatura y no conoce cuánto

pesa la culpa como lo conozco Yo, aunque sean almas heroicas que a mi

ejemplo se han ofrecido a sufrir las penas de otros, pero éstas no son

diferentes de aquellas, de las otras criaturas, no son cosas nuevas para ellas,

porque están formadas del mismo barro. Además, el sólo pensar que esas

penas son causa de nuevas adquisiciones y que glorifican a Dios, es un gran

 

 

 

                                                                           

 

honor para ellas. Además de esto, la criatura está restringida en el cerco

donde Dios la ha puesto, y no puede salir de esos límites con los que Dios la

rodeó. ¡Oh! si estuviese en su poder el hacer y el deshacer, cuántas otras

cosas harían, cada uno llegaría a las estrellas. Pero mi Humanidad

divinizada no tenía límites, sino que voluntariamente se restringía en Sí

misma, y esto era un entretejer todas mis obras de heroica humildad. Había

sido esta la causa de todos los males que inundan la tierra, esto es, la falta de

humildad, y Yo con el ejercicio de esta virtud debía atraer de la divina

Justicia todos los bienes. ¡Ah, sí, que no parten de mi trono rescritos de

gracias sino por medio de la humildad! Ningún billete puede ser recibido

por Mí, si no contiene la firma de la humildad; ninguna oración escuchan

mis oídos y mueve a compasión mi corazón, si no está perfumada con el

aroma de la humildad. Si la criatura no llega a destruir el germen de honor,

de estima, y esto se destruye con llegar a amar el ser despreciada, humillada,

confundida, sentirá un entrelazamiento de espinas alrededor de su corazón,

advertirá un vacío en su corazón que le dará siempre fastidio y la volverá

muy desemejante de mi santísima Humanidad, y si no llega a amar las

humillaciones, a lo más podrá conocerse un poco a sí misma, pero no

resplandecerá ante Mí vestida por la bella y agradable vestidura de la

humildad.”

 

¿Quién puede decir cuántas cosas comprendía sobre esta virtud y la

diferencia entre el conocerse a sí mismo y la humildad? Me parecía tocar

con la mano la diferencia de estas dos virtudes, pero no tengo palabras para

explicarme. Para decir alguna cosa me sirvo de una idea, por ejemplo: Un

pobre dice que es pobre, y aun a personas que no lo conocen y que tal vez

pueden creer que posee alguna cosa, él les manifiesta con franqueza su

pobreza, se puede decir que se conoce a sí mismo y dice la verdad, y por

esto es más amado, mueve a los demás a compasión de su miserable estado y

todos lo ayudan; esto es el conocerse a sí mismo. Si después, aquel pobre

avergonzándose de manifestar su pobreza se jactara de que él es rico,

mientras que todos saben que no tiene ni siquiera vestidos para cubrirse y

que se muere de hambre, ¿qué sucedería? Todos lo desprecian, nadie lo

ayuda y llega a ser sujeto de burla y de ridiculez a cualquiera que lo conoce,

y el miserable, yendo de mal en peor termina con perecer. Tal es la soberbia

ante Dios y aun ante los hombres, y he aquí que quien no se conoce a sí

mismo, ya está fuera de la verdad y se precipita por el camino de la falsedad.

 

Ahora, la diferencia con la humildad, si bien me parece que son dos

hermanas nacidas en un mismo parto y que jamás se puede ser humilde si no

se conoce a sí mismo, es por ejemplo un rico, que despojándose por amor a

las humillaciones de sus nobles vestiduras, se cubre con miserables harapos,

 

 

 

                                                                           

 

vive desconocido, a nadie manifiesta quien es él, se confunde con los más

pobres, vive con los pobres como si fuera igual que ellos, hace de los

desprecios y confusiones sus delicias, y esta es la bella hermana del

conocimiento de sí mismo, esto es la humildad. ¡Ah! sí, la humildad llama a

la Gracia; la humildad rompe las cadenas más fuertes, como son el pecado;

la humildad supera cualquier muro de división entre el alma y Dios, y a Él la

regresa; la humildad es la pequeña planta, pero siempre verde y florida, no

sujeta a ser roída por los gusanos, ni los vientos, ni las granizadas, ni el calor

podrán hacerle daño ni marchitarla mínimamente; la humildad, si bien es la

más pequeña planta, siempre saca ramas altísimas que penetran hasta en el

Cielo y se entrelazan entorno al corazón de Nuestro Señor, y sólo las ramas

que salen de esta pequeña planta tienen libre la entrada en ese corazón

adorable; la humildad es el ancla de la paz en las tempestades de las olas del

mar de esta vida; la humildad es sal que condimenta todas las virtudes, y

preserva al alma de la corrupción del pecado; la humildad es la hierba que

brota en el camino pisado por los caminantes, que mientras es pisoteada

desaparece, pero en seguida se ve surgir de nuevo más bella que antes; la

humildad es como injerto noble que ennoblece a la planta silvestre; la

humildad es el ocaso de la culpa; la humildad es la recién nacida de la

Gracia; la humildad es como luna que nos guía en las tinieblas de la noche

de esta vida; la humildad es como aquel avaro negociante que sabe negociar

bien sus riquezas, y no despilfarra ni siquiera un centavo de la Gracia que le

viene dada; la humildad es la llave de la puerta del Cielo, así que ninguno

puede entrar en él si no tiene bien custodiada esta llave; finalmente, de otra

manera no terminaría nunca y me alargaría demasiado, la humildad es la

sonrisa de Dios y de todo el empíreo, y el llanto de todo el infierno.

 

                                                                                                

Enero 17, 1900

 

La maldad y astucia del hombre.

 

Esta mañana mi adorable Jesús iba y venía, pero siempre en silencio.

Después me he sentido salir fuera de mí misma, y oía a Jesús que desde atrás

me decía:

 

“El hombre dice – porque no hay ya rectitud – : ‘Hasta en tanto que

las cosas estén de este modo no podremos tener ningún éxito en nuestros

planes, finjamos virtud, finjámonos rectos, mostrémonos verdaderos amigos

externamente, porque así será más fácil tejer nuestras redes y atraerlos al

engaño, y cuando salgamos para atraparlos y hacerles mal, cada uno,

 

 

 

                                                                           

 

creyéndonos amigos, los tendremos en nuestras manos.’ Ve hasta donde

llega la astucia del hombre.”

 

Después de esto el bendito Jesús queriendo un acto de reparación

especial, parecía que me truncaba la vida ofreciéndome a la divina Justicia.

En el momento que esto hacía yo creía que Jesús me hacía terminar esta

vida, entonces le he dicho: “Señor, no quiero ir al Cielo sin tus insignias,

primero crucifícame y después llévame.”

 

Así me ha traspasado las manos y los pies con los clavos, y mientras

esto hacía, con suma amargura mía Él desapareció y yo me encontré en mí

misma, y dije entre mí: “Aquí estoy aún. ¡Ah!, cuántas veces me la haces

mi amado Jesús, tienes un arte especial para saberlo hacer, porque me haces

creer que debo morir, y entonces yo me río del mundo, de las penas, me río

de Ti mismo porque ha terminado el tiempo de estar separados, no habrá

más intervalos de separación. Pero apenas comienzo a reír cuando me

encuentro otra vez atada por las cadenas de la cárcel de este frágil cuerpo, y

olvidando el haber comenzado a reír, continúo el llanto, los gemidos, los

suspiros de mi separación de Ti. ¡Ah Señor, hazlo pronto, porque me siento

violentada a irme!”

 

                                                                                               

 

Enero 22, 1900

 

Correspondencia a la Gracia.

 

Después de haber pasado días amarguísimos de privación, mi pobre

corazón luchaba entre el temor de haberlo perdido y la esperanza de tal vez

poderlo ver de nuevo. ¡Oh! Dios, qué guerra sangrienta ha debido sostener

este mi pobre corazón; era tanta la pena que ahora se congelaba y ahora era

exprimido como bajo una prensa y goteaba sangre. Mientras me encontraba

en este estado me he sentido cerca de mi dulce Jesús, que quitándome un

velo que me impedía verlo, finalmente pude hacerlo. En seguida le he

dicho: “Ah Señor, ¿ya no me amas?”

 

Y Él: “Sí, sí, lo que te recomiendo es la correspondencia a mi Gracia,

y para ser fiel debes ser como aquel eco que resuena dentro de un vacío, que

no apenas comienza a emitirse la voz, inmediatamente, sin el mínimo retardo

se escucha resonar el eco. Así tú, no apenas empieces a recibir mi Gracia,

sin ni siquiera esperar a que la termine de dar, inmediatamente comienza el

eco de tu correspondencia.”

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                           

 

Enero 27, 1900

 

El orden de las virtudes en el alma.

 

Continúo quedando casi privada de mi dulce Jesús, mi vida desfallece

por la pena, siento un tedio, un fastidio, un cansancio de la vida. Iba

diciendo en mi interior: “¡Oh, cómo se ha prolongado mi exilio! ¡Qué

felicidad sería la mía si pudiera desatar las ataduras de este cuerpo y así mi

alma emprendería libre el vuelo hacia mi sumo Bien!” Entonces un

pensamiento me ha dicho: “¿Y si tú vas al infierno?” Y yo, para no llamar

al demonio a combatirme, en seguida lo rechacé diciendo: “Pues bien,

también desde el infierno enviaré mis suspiros a mi dulce Jesús, también ahí

quiero amarlo.” Mientras me encontraba en estos y otros pensamientos, que

sería demasiada larga la historia si los dijera todos, el amable Jesús por poco

tiempo se ha hecho ver, pero con un aspecto serio y me ha dicho:

 

“No ha llegado aún tu tiempo.”

 

Después, con una luz intelectual me hacía comprender que en el alma

todo debe estar ordenado. El alma posee muchos pequeños apartamentos

donde cada virtud toma su lugar, y si bien se puede decir que una sola virtud

contiene en sí a todas las demás, y que el alma poseyendo una sola, es

cortejada por todas las otras virtudes, pero a pesar de esto todas son distintas

entre ellas, tanto, que cada una tiene su lugar en el alma, y he aquí que todas

las virtudes tienen su principio en el misterio de la Sacrosanta Trinidad, que

mientras es Una, son Tres Personas distintas, y mientras son Tres son Una.

Comprendía también que estos apartamentos en el alma, o están llenos de

virtud o del vicio opuesto a aquella virtud, y si no está ni la virtud ni el vicio,

quedan vacíos. A mí me parecía como una casa que contiene muchas

habitaciones, todas vacías, o bien, una llena de serpientes, otra de fango, otra

llena de algunos muebles cubiertos de polvo, otra oscura. ¡Ah Señor, sólo

Tú puedes poner en orden mi pobre alma!

 

                                                                                               

Enero 28, 1900

 

La mortificación.

 

Continúa lo mismo. Esta mañana Jesús me ha transportado fuera de

mí misma y después de tanto tiempo parece que he visto a Jesús con

claridad, pero me veía tan mala que no me atrevía a decir una sola palabra,

 

 

 

                                                                           

 

nos mirábamos, pero en silencio; en aquellas mutuas miradas comprendía

que mi buen Jesús estaba lleno de amargura, pero no me atrevía a decirle que

las derramara en mí. Entonces Él mismo se ha acercado y ha comenzado a

derramarlas, y yo no pudiendo contenerlas, conforme las recibía las echaba

por tierra. Entonces Él me dijo:

 

“¿Qué haces? ¿No quieres participar más en mis amarguras? ¿No

quieres darme más alivio en mis penas?”

 

Y yo: “Señor, no es mi voluntad, yo misma no sé qué cosa me ha

sucedido, me siento tan llena que no tengo donde contenerlas, sólo un

prodigio tuyo puede ensanchar mi interior y así podré recibir tus amarguras.”

 

Entonces Jesús me ha persignado con una señal grande de cruz y ha

derramado de nuevo, así parece que he podido contenerlas, y después ha

agregado:

 

“Hija mía, la mortificación es como el fuego que hace secar todos los

humores; así la mortificación seca todos los humores malos que hay en el

alma y la inunda de un humor santificante, de modo que hace germinar las

más bellas virtudes.”

 

                                                                                               

Enero 31, 1900

 

Correspondencia a la Gracia.

 

Después de que Jesús ha venido varias veces, pero siempre en silencio,

yo me sentía un vacío y una pena porque no oía la voz dulcísima de mi dulce

Jesús y Él, regresando, casi para contentarme me ha dicho:

 

“La Gracia es la vida del alma. Así como al cuerpo le da vida el alma,

así la Gracia da vida al alma. Pero al cuerpo no le basta para tener vida el

tener sólo al alma, sino que necesita también de un alimento para nutrirse y

crecer a debida estatura; así al alma no le basta tener la Gracia para tener

vida, sino que necesita un alimento para nutrirla y conducirla a debida

estatura, ¿y cuál es este alimento? Es la correspondencia. Así que la Gracia

y la correspondencia forman esa cadena que la conduce al Cielo, y a medida

que el alma corresponde a la Gracia, son formados los eslabones de esta

cadena.”

 

Después ha agregado: “¿Cuál es el pasaporte para entrar en el reino de

la Gracia? Es la humildad. El alma, mirando siempre su nada y

descubriendo que no es otra cosa que polvo, que viento, toda su confianza la

pondrá en la Gracia, tanto que la hará dueña, y la Gracia tomando el dominio

 

 

 

                                                                           

 

sobre toda el alma, la conduce por el sendero de todas las virtudes y la hace

llegar a la cima de la perfección.”

 

¿Qué será el alma sin Gracia? Me parecía como el cuerpo sin el alma,

que se vuelve pestilente y se llena de gusanos y podredumbre por todas

partes, tanto que se hace objeto de horror a la misma vista humana; así el

alma sin la Gracia, se vuelve tan abominable que da horror a la vista, no de

los hombres, sino de aquel Dios Tres veces Santo.

 

¡Ah Señor, líbrame de tanta desgracia y del monstruo abominable del

pecado!

 

                                                                                               

Febrero 4, 1900

 

Desconfianza.

 

Encontrándome en un estado lleno de desaliento, especialmente por la

privación de mi sumo Bien, esta mañana apenas dejándose ver me ha dicho:

 

“El desaliento es un humor infeccioso que infecta las más bellas flores

y los más agradables frutos y penetra hasta el fondo de la raíz, de modo que

aquel humor infeccioso, invadiendo todo el árbol lo marchita, lo vuelve

escuálido, y si no se le pone remedio regándolo con el humor contrario,

como aquel humor malo se ha introducido hasta la raíz, seca la raíz y hace

caer por tierra al árbol. Así le sucede al alma que se embebe de este humor

infeccioso del desaliento.”

 

A pesar de todo esto yo me sentía todavía desalentada, toda encogida

en mí misma y me veía tan mala que no me atrevía a arrojarme hacia mi

dulce Jesús, mi mente estaba ocupada pensando en que para mí era inútil

esperar como antes las continuas visitas de Él, sus gracias, sus carismas;

todo para mí había terminado. Y Él, casi reprendiéndome ha agregado:

 

“¿Qué haces? ¿Qué haces? ¿No sabes tú que la desconfianza deja

moribunda al alma? Y ésta, pensando en que debe morir no piensa más en

nada, ni en adquirir, ni en comerciar, ni en embellecerse más, ni en poner

remedio a sus males, no piensa otra cosa sino que para ella todo ha

terminado. Y no sólo vuelve al alma moribunda, sino que la desconfianza

pone a todas las virtudes en peligro de expirar.”

 

¡Ah Señor! Me imagino ver a este espectro de la desconfianza, triste,

mustio, medroso y todo tembloroso, y toda su maestría, no con otra astucia

sino sólo con el temor conduce las almas a la tumba. Pero lo que es peor es

que este espectro no se muestra como enemigo, porque entonces el alma

podría burlarse de su miedo, sino que se muestra como amigo, y se infiltra

 

 

 

                                                                            

 

tan dulcemente en el alma, que si el alma no está atenta, pareciéndole que es

un amigo fiel que agoniza junto y llega a morir junto con ella, difícilmente

se sabrá liberar de su artificiosa maestría.

 

                                                                                                

5 de febrero de 1900

 

Efectos del conocimiento de la propia nada.

 

Continuando el mismo estado, con un poco más de ánimo, aunque no

perfectamente libre, mi amadísimo Jesús al venir me ha dicho:

 

“Hija mía, a veces el alma siente una lucha en alguna virtud, y el alma

esforzándose supera aquel combate; entonces la virtud queda más

resplandeciente y más radicada en el alma. Pero el alma debe estar atenta

para evitar que ella misma no suministre la cuerda para hacerse atar por la

desconfianza, y esto lo hará al restringirse siempre, sin salir jamás, en el

círculo de la verdad, que es el conocimiento de la propia nada.”

 

                                                                                                

Febrero 12, 1900

 

Los defectos voluntarios forman nubes.

 

Encontrándome en un estado de abandono por parte de mi adorable

Jesús, a mi pobre corazón me lo sentía, por el dolor, exprimir como bajo una

prensa. ¡Oh Dios, qué pena inenarrable! Mientras me encontraba en este

estado, casi como sombra he visto a mi amado Bien, pero no claramente,

sólo he visto claramente una mano que me parecía que llevaba una lámpara

encendida, y mojaba el dedo en el aceite de la lámpara y me ungía la parte

del corazón, exacerbada a lo sumo por el dolor de su privación. En este

momento he oído una voz que decía:

 

“La verdad es luz, que llevó el Verbo a la tierra. Así como el sol

ilumina, vivifica y fecunda la tierra, así la luz de la verdad da vida, luz, y

vuelve fecundas de virtud a las almas. Si bien muchas nubes, las cuales son

las iniquidades de los hombres, ofuscan esta luz de verdad, pero a pesar de

esto no deja, desde atrás de las nubes, de mandar destellos de luz vivificante,

y así calentar a las almas, y si estas nubes son nubes de imperfecciones y de

defectos involuntarios, esta luz, desgarrándolas con su calor las disipa y

libremente se introduce en el alma.”

 

 

 

                                                                           

 

Entonces comprendía que el alma debe estar atenta a no caer en la

sombra del defecto voluntario, porque estos son aquellas nubes peligrosas

que impiden la entrada a la luz divina.

 

Febrero 13, 1900

 

La mortificación es como la cal.

 

Esta mañana después de haber recibido la comunión he visto a mi

adorable Jesús, pero todo cambiado de aspecto. Me parecía serio, todo

reservado, en acto de reprenderme. ¡Qué desgarrador cambio! Mi pobre

corazón, en vez de ser aliviado me lo sentía más oprimido, más traspasado

ante el aspecto tan insólito de Jesús. Sin embargo sentía toda la necesidad

de un alivio por las penas sufridas en los pasados días por su privación, en

que me parecía que vivía, pero agonizante y en continua violencia. Pero

Jesús bendito, queriendo reprenderme porque iba buscando alivio debido a

su presencia, mientras que no debía buscar otra cosa que sufrir, me ha dicho:

 

“Así como la cal tiene virtud de quemar los objetos que se meten en

ella, así la mortificación tiene virtud de quemar todas las imperfecciones y

los defectos que se encuentran en el alma, y llega a tanto que espiritualiza

aun el cuerpo, y como un cerco se pone alrededor, y ahí sella todas las

virtudes. Hasta en tanto que la mortificación no te queme bien, tanto el alma

como el cuerpo, hasta deshacerlo, no podré sellar perfectamente en ti la

marca de mi crucifixión.”

 

Después de esto, no sé decir bien quién fuese, pero me parecía que

fuese un ángel, me ha traspasado las manos y los pies, y Jesús con una lanza

que salía de su corazón, me ha traspasado el mío con extremo dolor y ha

desaparecido dejándome más afligida que antes. ¡Oh, cómo comprendía

bien la necesidad de la mortificación, como si fuera mi inseparable amiga, y

que en mí no existía ni siquiera la sombra de amistad con ella! ¡Ah! Señor,

átame Tú con indisoluble amistad a esta buena amiga, porque por mí no sé

mostrarme más que toda rudeza, y ella no viéndose acogida por mí con

buena cara, usa conmigo todas las consideraciones, me va rehuyendo

siempre, temiendo que le vaya a voltear la espalda del todo, y jamás cumple

conmigo su bello y majestuoso trabajo, porque debido a que estamos un

poco lejanos, sus manos prodigiosas no llegan hasta mí para poderme

trabajar y presentarme ante Ti como obra digna de sus santísimas manos.

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Febrero 16, 1900

 

La mortificación debe ser el respiro del alma.

 

Continúa casi siempre lo mismo. Esta mañana, Jesús, después de

haberme renovado las penas de la crucifixión me ha dicho:

 

“La mortificación debe ser el respiro del alma. Así como al cuerpo le

es necesaria la respiración, y del aire bueno o malo que se respira, así queda

infectado o purificado, también por la respiración se conoce si está sano o

enfermo el interior del hombre, si todas las partes vitales están de acuerdo;

así el alma, si respira el aire de la mortificación todo estará en ella

purificado, todos sus sentidos sonarán con un mismo sonido concordante, su

interior exhalará un respiro balsámico, saludable, fortificante; pero si no

respira el aire de la mortificación todo será discordante en ella, exhalará un

respiro maloliente y nauseante, mientras está por domar una pasión otra se

desenfrena, en suma, su vida no será otra cosa que un juego de niños.”

 

Me parecía ver a la mortificación como un instrumento musical, en el

cual, si todas las cuerdas están buenas y fuertes, produce un sonido

armonioso y agradable, pero si las cuerdas no son buenas, ahora hay que

reparar una, ahora hay que afinar otra, por lo que todo el tiempo lo usa en

ajustarlo pero jamás en tocarlo, a lo más podrá emitir un sonido discordante

y desagradable, por eso jamás hará nada de bueno.

 

                                                                                               

Febrero 19, 1900

 

Amenaza de castigos.

 

Esta mañana mi adorable Jesús ha venido y me ha transportado fuera

de mí misma, veía mucha gente, toda en movimiento, me parecía, pero no

estoy segura, como una guerra, o bien una revolución, y a Nuestro Señor no

hacían más que tejerle coronas de espinas, tanto que mientras yo estaba toda

atenta a quitarle una, otra más dolorosa le ponían. ¡Ah, sí, parece que

nuestro siglo será célebre por la soberbia! La más grande desventura es el

perder la cabeza, porque habiendo perdido la cabeza con el cerebro, todos

los otros miembros se vuelven inhábiles, o se vuelven enemigos de sí

mismos y de los demás, por eso sucede que la persona abre un camino a

todos los demás vicios.

 

 

 

                                                                           

 

Mi paciente Jesús toleraba todas esas coronas de espinas, y yo apenas

tenía tiempo de quitárselas, entonces se volteó hacia esa gente y les ha

dicho:

 

“Moriréis, quien en la guerra, quien en las cárceles y quien en

terremotos, pocos permaneceréis. La soberbia ha formado el curso de las

acciones de vuestra vida, y la soberbia os dará la muerte.”

 

Después de esto el bendito Jesús me ha sacado de en medio de aquella

gente, y haciéndose niño yo lo llevaba en mis brazos para hacerlo reposar.

Él, pidiéndome un refrigerio quería mamar de mí, yo, temiendo que fuese

demonio lo he persignado varias veces con la cruz, y después le dije: “Si

verdaderamente eres Jesús, recemos juntos el Ave María a nuestra Reina

Mamá.” Y Jesús ha recitado la primera parte, y yo el Santa María. Después,

Él mismo ha querido decir el Padre Nuestro, ¡oh! cómo era conmovedora su

oración, enternecía tanto, que el corazón parecía que se derretía. Después ha

agregado:

 

“Hija, mi Vida la tuve del corazón, a diferencia de los demás; he aquí

una razón por lo que soy todo corazón para las almas, y por qué soy llevado

a querer el corazón, y no tolero en él ni siquiera una sombra de lo que no es

mío. Entonces entre tú y Yo quiero que todo sea totalmente para Mí, y lo

que darás a las criaturas no será otra cosa que el desbordamiento de nuestro

amor.”

 

                                                                                               

Febrero 20, 1900

 

Jesús es la luz del Cielo, de la cual

todos toman sus pequeñas luces.

 

Continua viniendo mi benigno Jesús. Después de haber recibido la

comunión me ha renovado las penas de la crucifixión, y yo he quedado tan

entumecida que sentía necesidad de un alivio, pero no me atrevía a pedirlo.

Después de un poco ha regresado como niño y me besaba toda, y de sus

labios corría leche, y yo he bebido a grandes sorbos esa leche dulcísima de

sus purísimos labios. Ahora, mientras esto hacía me ha dicho:

 

“Yo soy la flor del edén celestial, y es tanto el perfume que expando,

que ante mi fragancia queda atraído todo el empíreo; y como Yo soy la luz

que manda luz a todos, tanto, de tenerlos abismados, todos mis santos toman

de Mí sus pequeñas lucecitas, así que no hay luz en el Cielo que no haya

sido tomada de esta Luz.”

 

 

 

                                                                            

 

¡Ah sí! no hay ni siquiera olor de virtud sin Jesús, y no hay luz,

aunque se fuera a lo más alto de los Cielos, sin Él.

 

                                                                                                

Febrero 21, 1900

 

El don de la pureza es gracia conseguida,

y esta se obtiene con la mortificación.

 

Esta mañana mi amable Jesús ha comenzado a hacer sus

acostumbradas demoras. Sea siempre bendito; de verdad que se necesita una

paciencia de santo para soportarlo, y hay que tratar con Jesús para saber

cuánta paciencia se necesita. Quien no lo experimenta no puede creerlo y es

casi imposible no tener algún pequeño disgusto con Él. Entonces, después

de haber usado la paciencia al esperarlo y esperarlo, finalmente ha venido y

me ha dicho:

 

“Hija mía, el don de la pureza no es don natural, sino que es gracia

conseguida, y esta se obtiene con volverse atractiva, y el alma se hace tal

con la mortificación y los sufrimientos. ¡Oh, cómo se vuelve atractiva el

alma mortificada y sufriente, cómo es hermosa, y Yo siento tal atracción

hacia ella que enloquezco por esta alma y todo lo que quiere le doy. Tú,

cuando estés privada de Mí, sufre mi privación, que es la pena más dolorosa

para ti, por amor mío, y Yo sentiré más atracción que antes y te concederé

nuevos dones.”

 

                                                                                                

Febrero 23, 1900

 

La señal más cierta para conocer

 

si un estado es Voluntad de Dios.

 

Esta mañana después de haber perdido casi la esperanza de que el

bendito Jesús viniera, de improviso ha venido y me ha renovado las penas de

la crucifixión y me ha dicho:

 

“El tiempo ha llegado, el fin se acerca, pero la hora es incierta.”

 

Y yo, sin poner atención al significado de las palabras que decía,

quedé en duda si debía atribuirlo a mi completa crucifixión o bien a los

castigos, y le dije: “Señor, cuánto temo que mi estado no sea Voluntad de

Dios.”

 

 

 

                                                                           

 

Y Él: “La señal más cierta para conocer si es Voluntad mía un estado,

es que uno siente la fuerza para sostener ese estado.”

 

Y yo: “Si fuese tu Voluntad no sucedería este cambio, que no vienes

como antes.”

 

Y Él: “Cuando una persona se vuelve familiar en una familia, no se

usan tanto esas ceremonias, esas consideraciones que se usaban antes cuando

era extraña. Así hago Yo. Sin embargo, esto no es señal que sea voluntad

de esa familia no quererla tener con ellos, ni que no la amen más que antes.

Por eso estate quieta, déjame hacer a Mí, no quieras atormentarte el cerebro

ni turbar la paz del corazón; cuando llegue el tiempo oportuno conocerás mi

obrar.”

 

                                                                                               

Febrero 24, 1900

 

Luisa resiste a la obediencia.

 

Esta mañana me encontraba toda llena de temor, creía que todo era

fantasía, o sea, demonio que quería ilusionarme. Entonces todo lo que veía

lo despreciaba y me disgustaba: Veía al confesor que ponía la intención de

que Jesús me renovara los dolores de la crucifixión, y yo trataba de resistir;

el bendito Jesús al principio me toleraba, pero como el confesor renovaba la

intención, entonces Jesús me ha dicho:

 

“Hija mía, parece que esta vez faltaremos a la obediencia. ¿No sabes

tú que la obediencia debe sellar al alma, y que la obediencia debe hacer al

alma como blanda cera, de modo que el confesor pueda darle la forma que

quiera?”

 

Así, no tomando en cuenta mis resistencias me ha participado los

dolores de la crucifixión, y yo, no pudiendo resistir más a todo esto, porque

no quería por el temor de que no fuese Jesús, he debido sucumbir bajo el

peso de los dolores. Sea siempre bendito y todo sea para glorificarlo en todo

y siempre.

 

                                                                                                

 

Febrero 26, 1900

 

La Divina Voluntad es felicidad de todos.

 

Después de haber pasado algunos días de privación, cuando a lo más

venía alguna vez como sombra y huía, yo sentía tal pena que me deshacía en

 

 

 

                                                                           

 

lágrimas, y el bendito Jesús teniendo compasión de mi dolor ha venido, y me

veía y me veía, y después me ha dicho:

 

“Hija mía, no temas, que no te dejo; ahora, cuando estés sin mi

presencia no quiero que te desanimes, más bien, de hoy en adelante cuando

estés privada de Mí, quiero que tomes mi Voluntad y que en Ella te deleites,

amándome y glorificándome en Ella y teniendo a mi Voluntad como si fuese

mi misma Persona; haciéndolo así tú me tendrás en tus mismas manos.

¿Qué cosa forma la bienaventuranza del paraíso? Ciertamente mi Divinidad.

Ahora, ¿qué formará la bienaventuranza de mis amados en la tierra? Con

certeza mi Voluntad. Ella no te podrá huir jamás, la tendrás siempre en tu

posesión, y si tú permaneces en el círculo de mi Voluntad, ahí sentirás las

alegrías más inefables y los placeres más puros. El alma, no saliendo jamás

del círculo de mi Voluntad, se vuelve noble, se diviniza y todas sus obras

repercuten en el centro del Sol divino, así como los rayos del sol repercuten

en la superficie de la tierra, y ni uno solo sale del centro que es Dios. El

alma que hace mi Voluntad es la única noble reina que se nutre de mi

aliento, porque su alimento y su bebida no las toma más que de mi Voluntad

y nutriéndose de mi Voluntad toda santa, en sus venas correrá una sangre

purísima, su aliento exhalará un fragante perfume que me recreará, porque

será producido por mi mismo aliento. Por eso no quiero otra cosa de ti, sino

que formes tu bienaventuranza en el giro de mi Voluntad, sin salir jamás, ni

siquiera por un breve instante.”

 

Mientras esto decía, en mi interior sentía una inquietud y un temor,

porque el hablar de Jesús indicaba que no iba a venir, y que yo debía

aquietarme en su Voluntad. ¡Oh Dios, qué pena mortal! ¡Qué estrechuras

de corazón! Pero Jesús siempre benigno ha agregado:

 

“¿Cómo puedo dejarte si tú eres víctima? Sólo dejaré de venir cuando

tú dejes de ser víctima, pero mientras seas víctima me sentiré siempre

atraído a venir.”

 

Así parece que quedé tranquila, pero me siento como circundada por

la adorable Voluntad de Dios, de modo que no encuentro ninguna abertura

por la cual salir. Espero que me quiera tener siempre en este cerco que me

une toda a Dios.

 

                                                                                               

 

Febrero 27, 1900

 

La Divina Voluntad ata a Jesús al alma.

El gran mal de la murmuración.

 

 

 

 

                                                                           

 

Habiéndome abandonado toda en la amable Voluntad de Nuestro

Señor, yo me veía toda circundada por mi dulce Jesús, por fuera y por

dentro. Con el haberme abandonado en Él me veía como si mi ser se

hubiera vuelto transparente y a cualquier parte que volteaba veía a mi sumo

Bien, pero lo que me hacía maravillar era que mientras me veía rodeada por

dentro y por fuera por Jesús, así yo, mi pobre ser, mi voluntad, circundaba a

Jesús como dentro de un círculo, de modo que Él no encontraba la abertura

para poderse salir, porque mi voluntad unida a la suya lo tenía encadenado,

sin que me pudiera huir. ¡Oh, admirable secreto de la Voluntad de mi Señor,

indescriptible es tu felicidad! Ahora, mientras me encontraba en este estado,

el bendito Jesús me ha dicho:

 

“Hija mía, en el alma toda transformada en mi Querer Yo encuentro

un dulce reposo. El alma se convierte para Mí como aquellos objetos suaves

que no dan ninguna molestia a quien quiere reposarse en ellos, es más,

aunque fueran personas cansadas y adoloridas, es tanta la suavidad y el

placer que toman al reposarse sobre estos objetos, que al despertarse se

encuentran fuertes y sanos. Así es para Mí el alma conformada a mi Querer,

y Yo en recompensa me hago atar por su voluntad y en ella hago

resplandecer el Sol divino como en el pleno mediodía.”

 

Dicho esto ha desaparecido. Poco después, habiendo recibido la

comunión ha regresado y me ha transportado fuera de mí misma. Veía

mucha gente y Jesús me decía:

 

“Diles, diles qué grande es el mal que hacen con murmurar uno del

otro, porque atraen mi indignación, y esto con justicia, porque veo que

mientras están sujetos a las mismas miserias y debilidades, no hacen otra

cosa que erigir tribunales uno en contra del otro. Si así hacen entre ellos,

¿qué haré Yo, que soy santo y puro, con ellos? De acuerdo a la caridad que

ejerciten unos con otros, así Yo me siento atraído a usar misericordia con

ellos.”

 

Jesús me lo decía a mí y yo lo repetía a esa gente, y después nos

hemos retirado.

 

                                                                                               

Marzo 2, 1900

 

La unión de los quereres ata el alma a Jesús.

 

Esta mañana habiendo recibido la santa comunión, mi dulce Jesús se

hacía ver crucificado, e internamente me sentía atraída a mirarme en Él, para

poder semejarme a Él, y Jesús se reflejaba en mí para atraerme a su

 

 

 

                                                                            

 

semejanza. Mientras esto hacía yo me sentía infundir en mí los dolores de

mi crucificado Señor, que con toda bondad me ha dicho:

 

“Quiero que tu alimento sea el sufrir, no por sufrir solamente, sino

como fruto de mi Voluntad. El beso más sincero que ata más fuerte nuestra

amistad, es la unión de nuestros quereres, y el nudo indisoluble que nos

estrechará en continuos abrazos será el continuo sufrir.”

 

Mientras esto decía, el bendito Jesús se ha desclavado y ha tomado su

cruz y la extendió en el interior de mi cuerpo, y yo quedaba tan extendida en

ella que me sentía dislocar los huesos, además, una mano que no sé decir

con certeza de quién era, me traspasaba las manos y los pies, y Jesús que

estaba sentado sobre la cruz que estaba distendida en mi interior, todo se

complacía en mi sufrir y en quien me traspasaba las manos, y ha agregado:

 

“Ahora puedo reposar tranquilamente, no tengo que tomar ni siquiera

la molestia de crucificarte, porque la obediencia quiere hacerlo todo, y Yo

libremente te dejo en las manos de la obediencia.”

 

Y levantándose de la cruz se ha puesto sobre mi corazón para

reposarse. ¿Quién puede decir cómo he quedado sufriente estando en esa

posición? Después de haber estado largo tiempo, Jesús no se apresuraba en

aliviarme como las otras veces, para hacerme regresar a mi estado natural, y

a aquella mano que me había puesto sobre la cruz no la veía más, esto se lo

decía a Jesús, quien me respondía:

 

“¿Quién te ha puesto sobre la cruz? ¿Tal vez he sido Yo? Ha sido la

obediencia, y la obediencia te debe quitar de ahí.”

 

Parece que esta vez tenía ganas de jugar, y como suma gracia he

obtenido que me liberara el bendito Jesús.

 

                                                                                               

Marzo 7, 1900

 

El alma conformada al Divino

Querer, llega a atar a Dios.

 

 

Esta mañana encontrándome fuera de mí misma, he tenido que girar y

girar para encontrar al bendito Jesús. Por fortuna he entrado a una iglesia y

lo he encontrado sobre un altar donde se celebraba el divino sacrificio.

Súbitamente he corrido y me lo he abrazado diciéndole: “¡Finalmente te he

encontrado! Me has hecho girar tanto hasta cansarme, y Tú estabas aquí.”

Y Él mirándome serio, no con su acostumbrada benignidad me ha dicho:

 

“Esta mañana me siento muy amargado y siento toda la necesidad de

poner mano a los castigos para desagraviarme.”

 

 

 

                                                                           

 

Yo, en seguida: “Amado mío, no es nada, remediaremos esto ahora

mismo, derramarás en mí tus amarguras y así quedarás desagraviado, ¿no es

verdad?”

 

Y Él condescendiendo a mi petición ha derramado en mí sus

amarguras. Después, estrechándome a Él, como si se hubiera liberado de un

grave peso, ha agregado:

 

“El alma conformada a mi Querer se sabe infiltrar tanto en mi

Potencia, que llega a atarme todo y a su gusto me desarma como quiere.

¡Ah,, tú, tú, cuántas veces me atas!”

 

Y mientras esto decía ha tomado su acostumbrado aspecto dulce y

benigno.

 

                                                                                               

Marzo 9, 1900

 

La gracia es como el sol.

 

Encontrándome un poco turbada por una cosa que no es necesario

decir aquí, mi mente quería andar vagando para cerciorarse sobre mi

turbación y así quedar en paz, pero el bendito Jesús queriendo contradecir mi

querer, me impedía que yo pudiera ver lo que quería, y como yo insistía en

querer ver me ha dicho:

 

“¿Por qué quieres ir vagando? ¿No sabes tú que quien sale de mi

Voluntad sale de la luz y se confina en las tinieblas?”

 

Y queriéndome casi distraer de lo que yo quería, me ha transportado

fuera de mí misma y cambiando tema ha agregado:

 

“Mira un poco cómo me son ingratos los hombres. Así como la luz

del sol llena toda la tierra, desde un punto al otro, de modo que no hay tierra

que no goce el beneficio de su luz, ni hay persona que pueda lamentarse de

estar privada de sus benéficos influjos, tan es verdad, que el sol, invistiendo

a todo el universo para poder dar luz a todos, lo toma como en su mano, sólo

puede lamentarse de no gozar de su luz quien huyendo de su mano va a

esconderse en lugares tenebrosos, sin embargo el sol continuando su

caritativo oficio no deja de enviarle algún rayo de luz de entre sus dedos; así

mi Gracia es una imagen del sol, que por todas partes inunda a las gentes,

pobres y ricos, ignorantes y doctos, cristianos e infieles, ninguno, ninguno

puede decir que está privado de ella, porque la luz de la verdad y el influjo

de mi Gracia llena la tierra, y más que el sol en su pleno mediodía. ¿Pero

cuál no es mi pena al ver a las gentes, que cruzando esta luz a ojos cerrados

y afrontando mi Gracia con el torrente pestífero de sus iniquidades, se

 

 

 

                                                                           

 

desvían de esta luz y voluntariamente viven en lugares tenebrosos, en medio

de crueles enemigos? Ellas están expuestas a mil peligros, porque no

teniendo luz no pueden conocer claramente si se encuentran en medio de

amigos o de enemigos, ni huir de los peligros que los rodean.

 

¡Ah, si el sol tuviera razón y los hombres pudieran hacerle esta afrenta

a su luz, y que algunos llegando a tal ingratitud, que para despreciar y no ver

su resplandor se arrancaran los ojos, y así quedan más seguros de vivir en las

tinieblas, ay, el sol en vez de mandar luz mandaría lamentos y lágrimas de

dolor, hasta trastornar toda la naturaleza! No obstante, lo que los hombres

tendrían horror de hacer a la luz natural, llegan a tal exceso de afrontar de

ese modo a mi Gracia, pero mi Gracia siempre benigna con ellos, en medio

de las mismas tinieblas y de la locura de su ceguera, manda siempre

resplandores de luz, porque mi Gracia jamás deja a ninguno, sino que el

hombre voluntariamente se sale de ella, y la Gracia no teniéndolo en sí trata

de seguirlo con el fulgor de su luz.”

 

Mientras esto decía, el dulce Jesús estaba extremadamente afligido y

yo hacía cuanto más podía para consolarlo, pidiéndole que derramara en mísus amarguras, y Él ha agregado:

 

“Compadéceme si te soy causa de aflicción, porque de vez en cuando

siento toda la necesidad de desahogar en palabras, con mis almas dilectas,

mi dolor sobre la ingratitud de los hombres, para mover sus corazones a

repararme en tantos excesos y a compasión de los mismos hombres.”

 

Y yo: “Señor, lo que quisiera es que no me evitaras participar en tus

penas.” Y queriendo yo decir más, ha desaparecido y he regresado en mí

misma.

 

                                                                                                

Marzo 10, 1900

 

Efectos del sufrimiento.

 

Esta mañana habiendo recibido la santa comunión, veía a mi amado

Jesús como niño, con una lanza en la mano, en actitud de quererme traspasar

el corazón, y como le había dicho una cosa al confesor, Jesús, queriéndome

reprender me ha dicho:

 

“Tú quieres alejar el sufrir, y Yo quiero que comiences una nueva vida

de sufrimientos y de obediencia.”

 

Y mientras esto decía me ha traspasado el corazón con la lanza y

después ha agregado:

 

 

 

                                                                           

 

“Así como el fuego arde según la leña que se le pone, y así tiene

mayor actividad en quemar y consumir los objetos que se arrojan en él, y por

cuanto mayor es el fuego, otro tanto es mayor el calor y la luz que contiene,

así el sufrimiento y la obediencia, por cuanto es mayor, tanto más el alma se

hace hábil para destruir lo que es material, y la obediencia, como a blanda

cera le da la forma que quiere.”

 

                                                                                               

Marzo 11, 1900

 

Encuentro con un alma del purgatorio.

 

Continúa casi siempre lo mismo. Esta mañana veía al buen Jesús más

afligido que de costumbre, amenazando con una mortandad de gente, y veía

en ciertos lugares que muchos morían. Después he pasado por el purgatorio

y reconociendo a una amiga difunta le preguntaba varias cosas sobre mi

estado, especialmente si es Voluntad de Dios este estado, si es verdad que es

Jesús el que viene, o bien el demonio, porque le decía: “Como tú te

encuentras delante de la Verdad y conoces con claridad las cosas, sin que te

puedas engañar, puedes decirme la verdad acerca de mis circunstancias.”

 

Y ella me ha dicho: “No temas, tu estado es Voluntad de Dios y Jesús

te ama mucho, por eso se manifiesta a ti.”

 

Y yo, diciéndole algunas de mis dudas, le he pedido que viera ante la

luz de la Verdad si eran verdaderas o falsas y me hiciera la caridad de

venírmelo a decir, y que si esto hacía, yo en recompensa le mandaría

celebrar una misa en sufragio, y ella ha agregado:

 

“Si lo quiere el Señor, porque nosotros estamos tan inmersos en Dios,

que no podemos ni siquiera mover las pestañas si no concurre Él; nosotros

habitamos en Dios como una persona que habitara en otro cuerpo, que tanto

puede pensar, hablar, ver, obrar, caminar, por cuanto le viene dado por aquel

cuerpo que la circunda por fuera, porque en nosotros no es como en vosotros

que tenéis el libre albedrío, la propia voluntad, para nosotros toda voluntad

ha terminado, nuestra voluntad es sólo la Voluntad de Dios, de Ella vivimos,

en Ella encontramos todo nuestro contento y Ella forma todo nuestro bien y

nuestra gloria.”

 

Y mostrando un contento indecible por esta Voluntad de Dios, nos

hemos separado.

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                           

 

Marzo 14, 1900

 

Modo para atraer a las almas al catolicismo.

 

Habiéndome dado el confesor la obediencia de pedirle al Señor que

me manifestara el modo cómo hacer para atraer a las almas al catolicismo, y

para quitar tanta incredulidad, yo se lo he pedido varios días y el Señor no se

dignaba manifestarse sobre este punto. Finalmente, esta mañana me he

encontrado fuera de mí misma, transportada dentro de un jardín que me

parecía que fuera el jardín de la Iglesia, y ahí estaban muchos sacerdotes y

otras dignidades que discutían sobre este tema, y mientras discutían salía un

perro de desmesurado tamaño y fuerza, y la mayor parte de esas personas

quedaban tan asustados y debilitados, que llegaban a hacerse morder por

aquella bestia, y después se retiraban como cobardes de la empresa. Aquel

perro enfurecido no tenía fuerza de morder a aquellos que tenían como

centro a Jesús, en el propio corazón, que por lo tanto venía a formar el centro

de todas sus acciones, pensamientos y deseos. ¡Ah sí! Jesús formaba el

sello de estas personas y aquella bestia quedaba tan débil que no tenía fuerza

ni siquiera de respirar.

 

Ahora, mientras discutían, yo oía a Jesús que desde atrás de mi

espalda decía:

 

“Todas las demás sociedades conocen quien pertenece a su partido,

sólo mi Iglesia no conoce quienes son sus hijos. El primer paso es conocer

quienes son aquellos que le pertenecen, y a éstos los podéis conocer, al

establecer un día una reunión en la que invitaréis a los que son católicos a

que vayan al lugar destinado para tal reunión, y ahí con la ayuda de los

católicos seglares, establecer lo que conviene hacer. El segundo paso es

obligar a la confesión a aquellos católicos que intervengan en esto, pues esta

es la cosa principal que renueva al hombre y forma los verdaderos católicos,

y esto no sólo a aquellos que se encuentren presentes, sino obligar a los que

son patrones a que obliguen a sus súbditos a la confesión, y si no lo logran

por las buenas, aun con despedirlos de su servicio. Cuando cada sacerdote

haya formado el cuerpo de sus católicos, entonces podrán encaminarse a

otros pasos superiores, porque el reconocer la oportunidad del tiempo, cómo

meterse en los partidos y la prudencia en exponerse, es como la poda a los

árboles que hace producir frutos grandes y maduros, pero si el árbol no es

podado, produce, sí, un bello conjunto de follaje y de flores, pero apenas cae

una helada, sopla un viento, no teniendo el árbol humor suficiente y fuerza

para sostener tantas flores para cambiarlas en frutos, las flores se caen y el

 

 

 

                                                                           

 

árbol queda desnudo. Así sucede en las cosas de religión. Primero debéis

formaros un conveniente cuerpo de católicos para poder hacer frente a los

otros partidos, y después podéis llegar a introduciros en los otros partidos

para formar uno solo.”

 

Dicho esto, no lo he oído más, y sin ni siquiera verlo me he

encontrado en mí misma. ¿Quién puede decir mi pena por no haber visto al

bendito Jesús durante todo el día, y las lágrimas que tuve que derramar?

 

                                                                                               

Marzo 15, 1900

 

Jesús se siente desarmado por las almas victimas.

 

Jesús continúa sin venir, yo me consumía en dolor y sentía una fiebre

que me hacía delirar. Ahora, como el confesor ha venido a celebrar el

divino sacrificio, he comulgado, pero no veía, según lo acostumbrado, a mi

amado Jesús, por eso he comenzado a decir mis disparates: “Dime mi Bien,

¿por qué no te haces ver? Esta vez me parece que no te he dado ocasión

para que te ocultes. ¿Cómo, a la buena, a la buena me dejas? Ay, ni siquiera

los amigos de esta tierra actúan de esta manera; cuando deben alejarse al

menos dicen adiós, ¿y Tú ni siquiera me dices adiós? Cómo, ¿así se hace?

Perdóname si así hablo, es la fiebre que me hace delirar y me hace llegar a la

locura.” ¿Quién puede decir todos mis desatinos que le he dicho? Sería

querer perder el tiempo. Ahora, mientras estaba delirando y llorando, Jesús

hacía ver ahora una mano, ahora un brazo, entonces vi al confesor que me

daba la obediencia de sufrir la crucifixión, y Jesús como obligado por la

obediencia se ha hecho ver y yo en seguida le dije: “¿Por qué no te hacías

ver?” Y Él, mostrando un aspecto serio ha dicho:

 

“No es nada, no es nada, es que quiero castigar a la tierra, y Yo,

estando bien aun con una sola criatura, me siento desarmado y no tengo

fuerza para echar mano de los castigos, y al hacerme ver tú empiezas a

decirme, si ves que debo mandar castigos: “Derrama en mí, hazme sufrir a

mí.” Y Yo me siento vencer por ti y jamás echo mano de los castigos, y los

hombres no hacen otra cosa que ensoberbecerse de más.”

 

Ahora, repitiendo el confesor la obediencia de hacerme sufrir la

crucifixión, Jesús se mostraba lento en hacerme hacer esta obediencia, no

como las otras veces que en seguida quería que me sometiera, y me ha

dicho:

 

“Y tú ¿qué quieres hacer?”

 

Y yo: “Señor, lo que Tú quieras.”

 

 

 

                                                                            

 

Entonces, dirigiéndose al confesor con aspecto serio le ha dicho:

 

“¿También tú quieres atarme con darle esta obediencia de hacerla

sufrir?”

 

Y mientras esto decía ha comenzado a participarme los dolores de la

cruz, y después, mostrándose más calmado ha vertido sus amarguras, luego

ha agregado:

 

“El confesor, ¿dónde está?”

 

Y yo: “Señor, no sé a donde ha ido, es cierto que no lo veo más con

nosotros.”

 

Y Él: “Lo quiero, porque como él me ha confortado a Mí, así Yo lo

quiero confortar a él.”

 

                                                                                               

Marzo 17, 1900

 

Dolor del Papa. La humildad.

 

Esta mañana el bendito Jesús me hacía ver al santo Padre con las alas

abiertas, que iba en busca de sus hijos para recogerlos bajo sus alas, y oía sus

lamentos que decían: “Hijos míos, hijos míos, cuántas veces he buscado

reuniros bajo mis alas y ustedes me huís! ¡Ah, escuchen mis lamentos y

tengan compasión de mi dolor!” Y mientras esto decía lloraba

amargamente, y parecía que no eran sólo los seglares los que se apartaban

del Papa, sino también los sacerdotes, y éstos daban más dolor al santo

Padre. ¡Cuánta pena daba ver al Papa en esta posición! Después de esto he

visto a Jesús que hacía eco a los lamentos del santo Padre y añadía:

 

“Pocos son los que han permanecido fieles, y estos pocos viven como

zorros ocultos en sus propias cuevas, tienen temor de exponerse para

arrancar a sus propios hijos de la boca de los lobos; hablan, proponen, pero

todas son palabras dichas al viento, jamás llegan a los hechos.”

 

Dicho esto ha desaparecido. Después de poco tiempo ha regresado y

yo me sentía toda aniquilada en mí misma ante la presencia de Jesús, y Él,

viéndome así me ha dicho:

 

“Hija mía, cuanto más te abajas en ti misma, tanto más me siento

atraído a abajarme hacia ti y llenarte de mi gracia, he aquí por qué la

humildad es precursora de la luz.”

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                           

 

Marzo 20, 1900

 

Advertencia de castigos.

 

Habiendo recibido la comunión, veía a mi dulce Jesús que me invitaba

a salir con Él, pero con el pacto de que al ir junto con Él, donde veía que

Jesús estaba obligado a mandar castigos por los pecados, no debía discutir

con Él para que no los mandara. Con esta condición hemos salido,

recorriendo la tierra. En primer lugar he comenzado a ver, no muy lejos de

nosotros, especialmente en ciertos puntos, todo seco, entonces dirigiéndome

a Él he dicho: “Señor, ¿cómo harán estas pobres gentes si les falta el

alimento para nutrirse? ¡Ah! Tú puedes todo, así como lo has hecho secar,

así haz que reverdezca.” Y como tenía la corona de espinas he extendido la

mano diciéndole: “Mi Bien, ¿qué cosa te han hecho estas gentes? Quizá te

han puesto esta corona de espinas; pues bien, dámela a mí, así quedarás

aplacado y les darás el alimento para no dejarlas morir.” Y quitándosela la

he puesto sobre mi cabeza. Mientras esto hacía Jesús me ha dicho:

 

“Se ve que no puedo llevarte junto conmigo, porque llevarte y no

poder hacer nada es lo mismo.”

 

Y yo: “Señor, no he hecho nada, perdóname si crees que he hecho

mal, pero llévame junto contigo.”

 

Y Él: “Tu modo de obrar me ata por todas partes.”

 

Y yo: “No soy yo quien hago así, eres Tú mismo que me haces obrar

de este modo, porque encontrándome contigo veo que todas las cosas son

tuyas, y si no tomara cuidado de tus cosas, me parece que vendría a no

tomara cuidado de Ti mismo. Por eso debes perdonarme si obro de esta

manera, ya que lo hago por amor tuyo y no debes alejarme por esto.”

 

Después, hemos continuado girando. Yo hacía cuanto más podía para

no decirle nada de que no castigara en algunos puntos, para no darle ocasión

que me mandara retirarme y así perder su amable presencia; pero donde no

podía empezaba a discutir con Él. Hemos llegado a un punto de Italia donde

estaban haciendo un convenio que debía causar un gran desorden, pero no he

entendido qué cosa fuera, porque habiendo empezado a decir, Señor, no lo

permitas, pobre gente, ¿cómo harán? Viendo Jesús que yo me afanaba y

quería impedírselo, me ha dicho con imperio:

 

“Retírate, retírate.”

 

Y quitándose una cinta de clavos, de alfileres que tenía encajada en su

cuerpo, que lo hacía sufrir mucho, ha agregado:

 

“Retírate y llévate esta cinta contigo, así me aliviarás mucho.”

 

Y yo: “Sí, me la pondré yo en lugar tuyo, pero déjame estar contigo.”

 

 

 

                                                                           

 

Y Él: “No, retírate.”

 

Y lo ha dicho con tal imperio, que no pudiendo resistir, en un instante

me he encontrado en mí misma y no he podido entender cuál era aquel

convenio.

 

                                                                                               

Marzo 25, 1900

 

El Verbo de Dios al encarnarse

se vuelve luz de las almas.

 

Esta mañana mi adorable Jesús al venir me ha dicho:

 

“Así como el sol es la luz del mundo, así el Verbo de Dios al

encarnarse se hizo luz de las almas, y así como el sol material da luz a todos

en general y a cada uno en particular, tanto que cada uno lo puede gozar

como si fuera propio, así el Verbo, mientras da luz en general, es Sol para

cada uno en particular, tan es verdad, que a este Sol divino cada uno lo

puede tener consigo como si fuera para él solo.”

 

¿Quién puede decir lo que comprendía acerca de esta luz y los

benéficos efectos que produce en las almas que tienen este Sol como si fuera

propio? Me parecía que el alma poseyendo esta luz pone en fuga las

tinieblas, como el sol material al surgir sobre nuestro horizonte pone en fuga

las tinieblas de la noche. Esta luz divina, si el alma es fría la calienta, si está

desnuda de virtudes la hace fecunda, si está inundada por la dañina

enfermedad de la tibieza, con su calor absorbe aquel humor malo, en una

palabra, para no alargarme demasiado, este Sol divino introduciendo al alma

en el centro de su esfera, la cubre con todos sus rayos y llega a transformarla

en su misma luz.

 

Después de esto, como yo me sentía toda abatida, Jesús queriéndome

aliviar me ha dicho:

 

“Esta mañana quiero deleitarme en ti.”

 

Y ha comenzado a hacer sus acostumbradas estratagemas amorosas.

 

                                                                                                

Abril 1, 1900

 

Las pasiones cambiadas en virtudes.

 

Después de esperar y esperar, mi dulce Jesús se hacía ver dentro de mi

corazón. Me parecía ver un Sol que expandía rayos, y mirando en el centro

 

 

 

                                                                           

 

de este Sol descubría el rostro de Nuestro Señor, pero lo que me hizo

asombrar es que veía en mi corazón muchas doncellas vestidas de blanco,

con coronas en la cabeza que rodeaban a este Sol divino, nutriéndose de

aquellos rayos que expandía este Sol. ¡Oh, cómo eran bellas, modestas,

humildes y todas atentas, y deleitándose en Jesús! Entonces, no conociendo

el significado de esto, con un poco de temor he pedido a Jesús que me

hiciera saber quienes eran aquellas doncellas, y Él me ha dicho:

 

“Estas doncellas eran tus pasiones, que ahora con mi Gracia he

cambiado en otras tantas virtudes que me hacen noble cortejo, estando todas

a mi disposición, y Yo en recompensa las voy nutriendo con mi continua

Gracia.”

 

¡Ah Señor, sin embargo me siento tan mala que me avergüenzo de mí

misma!

 

                                                                                               

Abril 2, 1900

 

Jesús juzga no según las obras que se hacen,

sino según la voluntad con que se obra.

 

Esta mañana he sufrido mucho por la ausencia de mi amado Jesús,

pero Él recompensó mis penas satisfaciendo un deseo mío, el querer saber

una cosa que desde hace mucho tiempo deseaba. Entonces, después de

haber girado y girado en busca de Jesús, y que ahora lo llamaba con la

oración, ahora con las lágrimas, ahora con el canto, pues tal vez pudiera

quedar herido por mi voz y se dejara encontrar, pero todo en vano; a quien

encontraba le preguntaba sobre Él, finalmente cuando mi corazón se sentía

despedazar y que no podía más, lo he encontrado, pero lo veía de espaldas, y

acordándome de una resistencia que le hice, la que diré en el libro del

confesor, le he pedido perdón y así parece que nos hemos puesto de acuerdo,

tanto que Él mismo me preguntó qué cosa quería, y yo le dije: “Dígnate

hacerme conocer tu Voluntad acerca de mi estado, especialmente que debo

hacer cuando me encuentro con pocos sufrimientos y Tú no vienes, y si

vienes es casi como sombra, y entonces no viéndote, mis sentidos los siento

en mí misma, y encontrándome en esta posición siento como si pusiera de lo

mío y no fuese necesario esperar la venida del confesor para salir de aquel

estado.”

 

Y Jesús: “Sufras o no sufras, venga Yo o no venga, tu estado es

siempre de víctima, mucho más que esta es mi Voluntad y la tuya, y Yo

 

 

 

                                                                           

 

juzgo no según las obras que se hacen, sino según la voluntad con que se

obra.”

 

Y yo: “Señor mío, está bien como dices, pero me parece que estoy

inútil y se pierde mucho tiempo, y siento un fastidio, un temor, y además

hacer venir al confesor, me atormenta el alma que no fuera Voluntad tuya.”

 

Y Él: “¿Piensas tú que sea pecado hacer venir al confesor?”

 

Y yo: “No, pero temo que no sea tu Voluntad.”

 

Y Él: “Debes huir del pecado, aun de la sombra de éste, pero de lo

demás no debes preocuparte.”

 

Y yo: “Y si no fuera tu Voluntad, ¿en qué aprovecharía estar así?”

 

Y Él: “Ah, me parece que mi hija quiere rehuir el estado de víctima,

¿no es verdad?”

 

Y yo enrojeciendo toda he dicho: “No Señor, digo esto por las veces

que no me haces sufrir y no vienes, por lo demás hazme sufrir y yo no me

preocuparé.”

 

Y Jesús: “Y a Mí me parece que quieres rehuirlo. Además, ¿acaso

sabes tú qué hora he reservado para venir y comunicarte mis penas, si la

primera, la segunda, la tercera, o quizá la última hora? Por lo que

distrayéndote de Mí y esforzándote por salir te ocuparás en otra cosa, y Yo

viniendo no te encontraré preparada, daré la vuelta y me iré a otra parte.”

 

Y yo toda espantada: “Jamás sea, oh Señor. No quiero saber otra cosa

que tu Santísima Voluntad.”

 

Y Él: “Permanece calmada y espera al confesor.”

 

Dicho esto ha desaparecido. Parece que me siento aliviada de un gran

peso por este hablar de Jesús, pero con todo esto no ha disminuido en mí lapena dolorosa cuando Jesús me priva de Él.

 

                                                                                               

Abril 9, 1900

 

Abandono en Dios.

 

Habiendo recibido la comunión esta mañana, me encontraba en un mar

de amarguras porque no veía a mi sumo Bien Jesús, todo mi interior me lo

sentía inquieto, cuando en un instante se ha hecho ver y me ha dicho casi

reprendiéndome:

 

“¿No sabes tú que el no abandonarse en Mí es un querer usurpar los

derechos de mi Divinidad, haciéndome una gran afrenta? Por eso

abandónate y aquieta tu interior todo en Mí y encontrarás la paz, y

encontrando la paz me encontrarás a Mí mismo.”

 

 

 

                                                                           

 

Dicho esto, como relámpago ha desaparecido sin hacerse ver más.

¡Ah Señor, tenme Tú toda abandonada y bien estrechada en tus brazos, de

modo que no pueda huir jamás, de otra manera haré siempre mis

escapaditas!

 

                                                                                                

Abril 10, 1900

 

Los deseos de ver a Jesús lo atraen al alma.

 

Continúa el bendito Jesús sin venir. ¡Oh Dios, qué pena indecible es

su privación! Buscaba cuanto más podía el estarme en paz y toda

abandonada en Él, pero qué, mi pobre corazón no podía más, hacía lo más

que podía para calmarlo, le decía: “Corazón mío, esperemos otro poco, a lo

mejor viene, usemos alguna estratagema de amor para atraerlo a que venga.”

Y dirigiéndome a Él le decía: “Señor, ven, se hace tarde y Tú no vienes aún.

Esta mañana busco por cuanto puedo el estarme calmada, no obstante no te

haces encontrar. Señor, te ofrezco el martirio de tu privación como

testimonio de amor, y para hacerte un presente para atraerte a venir. Es

verdad que no soy digna, pero no es porque sea digna que te busco, sino por

amor, y porque sin Ti me siento faltar la vida.” Y como no venía le decía:

“Señor, o vienes o te cansaré con mis palabras, y cuando estés cansado, ¿ni

siquiera entonces vendrás?” ¿Pero quién puede decir todos mis desatinos?

Le decía tantos que me alargaría demasiado si quisiera decirlos todos.

 

Después de esto veía a mi dulce Jesús que se movía dentro de mi

interior, como si se despertase de un sueño, luego se ha hecho ver más claro

y transportándome fuera de mí misma me ha dicho:

 

“Así como el pájaro cuando debe volar mueve las alas, así el alma en

los vuelos de los deseos mueve las alas de la humildad, y en esos

movimientos envía un imán que me atrae, de modo que mientras ella

emprende su vuelo para venir a Mí, Yo emprendo el mío para ir a ella.”

 

¡Ah Señor, se ve que me falta el imán de la humildad! Si yo en mi

camino expandiera por doquier el imán de la humildad, no sufriría tanto en

esperar y esperar tu venida!

 

                                                                                               

Abril 16, 1900

 

Las tres firmas del pasaporte de

la bienaventuranza en la tierra.

 

 

 

                                                                            

 

Después de haber pasado días amargos de privación y de reproches del

bendito Jesús por mis ingratitudes y resistencias a su Querer y a sus gracias,

esta mañana al venir me ha dicho:

 

“Hija mía, el pasaporte para entrar en la felicidad que el alma puede

poseer sobre esta tierra, debe ser firmado con tres firmas, y estas son: la

resignación, la humildad y la obediencia.

 

La resignación perfecta a mi Querer es cera que funde nuestros

quereres y de ellos forma uno solo, es azúcar y miel, pero si hay una

pequeña resistencia a mi Querer la cera se desune, la azúcar se vuelve

amarga y la miel se convierte en veneno. Ahora, no basta estar resignada,

sino que el alma debe estar convencida que el mayor bien para sí misma y el

mayor modo de glorificarme es el hacer siempre mi Voluntad; he aquí la

necesidad de la firma de la humildad, porque la humildad produce este

conocimiento. ¿Pero quién ennoblece estas dos virtudes? ¿Quién las

fortifica? ¿Quién las hace perseverantes? ¿Quién las encadena juntas en

modo de no poderse separar? ¿Quién las corona? La obediencia. ¡Ah sí!

La obediencia destruyendo del todo el propio querer y todo lo que es

material, espiritualiza todo, y como corona se pone alrededor, así que la

resignación y la humildad sin la obediencia estarán sujetas a inestabilidad,

pero con la obediencia serán firmes y estables, y he aquí la estrecha

necesidad de la firma de la obediencia para hacer que este pasaporte pueda

correr para pasar al reino de la bienaventuranza espiritual que el alma puede

gozar desde aquí. Sin estas tres firmas el pasaporte no tendrá valor, y el

alma será siempre rechazada del reino de la bienaventuranza y estará

obligada a estar en el reino de la inquietud, de los temores y de los peligros,

y para su desgracia tendrá por dios a su propio yo, y este yo estará cortejado

por la soberbia y por la rebelión.”

 

Después de esto me ha transportado fuera de mí misma, dentro de un

jardín que parecía que era el jardín de la Iglesia, en el cual veía que se

desviaban, a causa de cinco o seis personas, sacerdotes y seglares, que

uniéndose con los enemigos de la Iglesia movían una revolución. ¡Qué pena

daba ver a Jesús bendito llorar el triste estado de estas personas! Después he

visto en el aire y veía una nube de agua llena de grandes pedazos de hielo

que caían sobre la tierra. ¡Oh, cuánto destrozo hacían sobre las cosechas y

sobre la humanidad. Pero espero que quiera aplacarse. Entonces más

afligida que antes he regresado en mí misma.

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                            

 

Abril 20, 1900

 

La cruz nos da los lineamientos y la semejanza de Jesús.

 

Continúa mi adorable Jesús viniendo apenas y como sombra, y al

venir no dice nada. Esta mañana después de haberme renovado los dolores

de la cruz por dos veces, mirándome con ternura mientras estaba sufriendo el

dolor de las perforaciones de los clavos, me ha dicho:

 

“La cruz es un espejo donde el alma ve la Divinidad, y

contemplándose en él adquiere los lineamientos, la semejanza más perfecta

con Dios. La cruz no sólo se debe amar, desear, sino tener como honor y

gloria a la misma cruz, y esto es obrar como Dios y llegar a ser como Dios

por participación, porque sólo Yo me glorié de la cruz y consideré como un

honor el sufrir, y la amé tanto que en toda mi Vida no quise estar un

momento sin la cruz.”

 

¿Quién puede decir lo que comprendía de la cruz por este hablar del

bendito Jesús? Pero me siento muda para expresarlo con palabras. ¡Ah!

Señor, te pido que me tengas siempre clavada en la cruz, a fin de que

teniendo siempre delante este espejo divino, pueda limpiar todas mis

manchas y embellecerme siempre más a tu semejanza.

 

                                                                                                

Abril 21, 1921

 

Más que el sacramento, la cruz sella a Dios en el alma.

 

Encontrándome en mi mismo estado, es más, con un poco de temor

por una cosa que no es necesario decir aquí, mi dulce Jesús al venir me ha

dicho:

 

“Y aun siendo vasos sagrados, es necesario de vez en cuando

sacudirlos; vuestros cuerpos son tantos vasos sagrados en los cuales hago mi

morada, por eso es necesario que de vez en cuando les de una sacudidita,

esto es, que los visite con alguna tribulación para hacer que Yo esté en ellos

con más decoro. Por eso estate tranquila.”

 

Después de esto, habiendo recibido la comunión y habiéndome

renovado los dolores de la crucifixión, ha agregado:

 

“Hija mía, cómo es preciosa la cruz, mira un poco: El sacramento de

mi cuerpo al darse al alma la une conmigo, la transforma hasta volverla una

misma cosa conmigo, pero al consumirse las especies se desune la unión

 

 

 

                                                                            

 

realmente contraída; pero la cruz no, ella toma a Dios y lo une con el alma

para siempre, y para mayor seguridad ella se pone como sello. Por lo tanto

la cruz sella a Dios en el alma, de modo que jamás hay separación entre Dios

y el alma crucificada.”

 

                                                                                               

Abril 23, 1900

 

La resignación es aceite que unge.

 

Esta mañana encontrándome fuera de mí misma, veía a mi dulce Jesús

que sufría mucho, y le he pedido que me diera parte de sus penas, y Él me ha

dicho:

 

“También tú sufres, mejor Yo me pongo en tu lugar y tú me haces el

oficio de enfermera.”

 

Entonces parecía que Jesús se metía en mi cama, y yo a su lado

comenzaba a examinarle la cabeza, y una a una le he quitado las espinas que

estaban clavadas. Después he seguido con su cuerpo y he recorrido todas

sus llagas, les secaba la sangre, las besaba, pero no tenía con qué ungirlas

para mitigar el dolor; entonces vi que de mí salía un aceite y yo lo tomaba y

ungía las llagas de Jesús, pero con cierto temor porque no comprendía qué

cosa significaba aquel aceite que salía de mí. Pero Jesús bendito me ha

hecho entender que la resignación al Querer Divino es aceite, que mientras

unge y mitiga nuestras penas, al mismo tiempo es aceite que unge y mitiga el

dolor de las llagas de Jesús. Entonces, después de haber estado por un buen

tiempo haciendo este oficio a mi amado Jesús, ha desaparecido y yo he

regresado en mí misma.

 

                                                                                               

Abril 24, 1900

 

La Eucaristía y el sufrimiento.

 

Esta mañana, habiendo recibido la comunión me parecía que el

confesor ponía la intención de hacerme sufrir la crucifixión, y al instante he

visto al ángel custodio que me extendía sobre la cruz para hacérmela sufrir.

Después de esto he visto a mi dulce Jesús que me compadecía toda y me ha

dicho:

 

“Tu refrigerio soy Yo, mi refrigerio es tu sufrir.”

 

 

 

                                                                           

 

Y mostraba un contento indecible por mi sufrir y por el confesor,

porque con la obediencia que me había dado de sufrir le había procurado

aquel alivio. Después ha agregado:

 

“Como el sacramento de la Eucaristía es fruto de la cruz, por eso me

siento más dispuesto a concederte el sufrir cuando recibes mi cuerpo, porque

viéndote sufrir, me parece que no místicamente, sino realmente continúo en

ti mi Pasión en provecho de las almas, y esto es para Mí un gran alivio,

porque recojo el verdadero fruto de mi cruz y de la Eucaristía.”

 

Después de esto ha dicho: “Hasta ahora ha sido la obediencia quien te

ha hecho sufrir, ¿quieres tú que me divierta Yo un poco con renovarte de

nuevo la crucifixión con mis propias manos?”

 

Y yo, si bien me sentía muy sufriente y aun frescos los dolores de la

cruz participados, he dicho: “Señor, estoy en tus manos, haz de mí lo que

quieras.”

 

Entonces Jesús todo contento ha comenzado a clavarme de nuevo los

calvos en las manos y en los pies, sentía tal intensidad de dolor que yo

misma no sé como he quedado viva, sin embargo estaba contenta porque

contentaba a Jesús. Después de que remachó los clavos, poniéndose junto a

mí empezó a decir:

 

“¡Cómo eres bella! ¡Pero cuánto más crece tu belleza con tu sufrir!

¡Oh, cómo me eres amada, mis ojos quedan heridos al verte porque

descubren en ti mi misma imagen!”

 

Y decía tantas otras cosas que sería inútil decirlas, primero porque soy

mala, y segundo porque no viéndome como el Señor me dice siento una

confusión y una vergüenza al decir estas cosas, por eso espero que el Señor

me haga verdaderamente buena y bella, y entonces, disminuyendo mi

vergüenza podré describirlas, por eso pongo punto.

 

                                                                                               

Abril 25, 1900

 

La pureza en el obrar es luz.

 

Encontrándome fuera de mí misma y no encontrando a mi dulce Jesús,

tuve que girar mucho para ir en busca de Él. Al final lo he encontrado en

brazos de la Reina Mamá tomando la leche de sus pechos, y por cuanto yo le

decía y hacía, parecía que no me prestaba atención, es más, ni siquiera me

miraba. ¿Quién puede decir la pena de mi pobre corazón al ver que Jesús no

me hacía caso? Después de haber dado rienda suelta a las lágrimas, teniendo

 

 

 

                                                                            

 

compasión de mí ha venido entre mis brazos y ha derramado en mi boca un

poco de esa leche que había chupado de la Mamá Reina.

 

Después de esto he mirado su pecho, y tenía una pequeña perla, tan

resplandeciente que investía de luz la Humanidad Santísima de Nuestro

Señor. Entonces, queriendo saber el significado le he preguntado a Jesús

qué cosa era esa perla, que mientras parecía tan pequeña expandía tanta luz.

Y Jesús:

 

“Es la pureza de tu sufrir. Porque aunque es pequeño, pero como

sufres sólo por amor mío y estarías dispuesta a sufrir más si Yo te lo

concediera, esta es la causa de tanta luz. Hija mía, la pureza en el obrar es

tan grande, que quien obra con el único fin de agradarme a Mí solo, no hace

otra cosa que mandar luz en todo su obrar. Quien no obra rectamente, aun el

bien, no hace otra cosa que esparcir tinieblas.”

 

Entonces he visto en el pecho de Nuestro Señor que tenía un espejo

tersísimo y parecía que quien caminaba rectamente quedaba todo absorbido

en ese espejo, quien no, quedaba fuera, sin que pudieran recibir ninguna

marca de la imagen del bendito Jesús. ¡Ah Señor! tenme toda absorbida en

este espejo divino a fin de que ninguna otra sombra de intención tenga yo en

mi obrar.

 

                                                                                               

Mayo 1, 1900

 

Frutos de la cruz.

 

Habiendo recibido la comunión, mi dulce Jesús se ha hecho ver todo

afabilidad, y como parecía que el confesor ponía la intención de la

crucifixión, mi naturaleza sentía casi repugnancia de someterse. Entonces

mi dulce Jesús para animarme me ha dicho:

 

“Hija mía, si la Eucaristía es prenda de la futura gloria, la cruz es

desembolso para comprarla; si la Eucaristía es semilla que impide la

corrupción, y es como esas hierbas aromáticas con las que ungiéndose los

cadáveres no se corrompen, y dona la inmortalidad al alma y al cuerpo, la

cruz la embellece y es tan potente, que si hay deudas contraídas ella se hace

fiadora y con mayor seguridad hace que se le restituya la escritura de la

deuda contraída, y después de que ha satisfecho todo adeudo, con ello forma

al alma el trono más deslumbrante en la futura gloria. ¡Ah! sí, la cruz y la

Eucaristía se alternan juntas, y una obra más potentemente que la otra.”

 

Después ha agregado: “La cruz es mi lecho florido, no porque no

sufriera dolores atroces, sino porque por medio de la cruz daba a luz a tantas

 

 

 

                                                                           

 

almas a la Gracia, veía brotar tantas bellas flores que producían tantos frutos

celestiales, así que viendo tanto bien, tenía para delicia mía aquel lecho de

dolor y me deleitaba de la cruz y del sufrir. También tú hija mía, toma como

delicias las penas y deléitate de estarte crucificada en mi cruz. No, no quiero

que temas el sufrir, como si quisieras obrar como holgazana, ánimo, obra

con animosidad y exponte por ti misma al sufrir.”

 

Mientras esto decía veía a mi buen ángel que estaba preparado para

crucificarme, y yo por mí misma he extendido los brazos y el ángel me

crucificaba. ¡Oh, cómo gozaba el buen Jesús de mi sufrir, y cómo estaba yo

contenta, porque podía dar gusto a Jesús siendo un alma tan miserable! Me

parecía que fuera un gran honor para mí el sufrir por amor suyo.

 

                                                                                                

Mayo 3, 1900

 

Fiesta a la cruz en el Cielo.

 

Esta mañana me he encontrado fuera de mí misma y veía todo el cielo

sembrado de cruces, pequeñas, grandes, medianas. Las más grandes, más

resplandor daban; era un encanto dulcísimo el ver tantas cruces que

embellecían el firmamento, más resplandecientes que el sol. Después de

esto pareció que se abría el Cielo y se veía y oía la fiesta que los

bienaventurados hacían a la cruz. Quien más había sufrido, era más

festejado en este día. Se distinguían en modo especial los mártires y quienes

habían sufrido ocultamente. ¡Oh, cómo se estimaba en esa bienaventurada

morada la cruz y a quien más había sufrido! Mientras esto veía, una voz ha

resonado por todo el empíreo que decía:

 

“Si el Señor no mandase las cruces sobre la tierra, sería como aquel

padre que no tiene amor por los propios hijos, que en vez de querer verlos

honrados y ricos, los quiere ver pobres y deshonrados.”

 

El resto que vi de esta fiesta no tengo palabras para explicarlo, lo

siento en mí pero no sé manifestarlo, por eso hago silencio.

 

                                                                                               

Mayo 9, 1900

 

Luisa ve el misterio de la Santísima

Trinidad en la forma de tres soles.

 

 

 

 

                                                                           

 

Después de haber pasado días de privación, y no sólo eso, sino

también de turbación, esta mañana, encontrándome más turbada sobre mi

miserable estado, el adorable Jesús al venir me ha dicho:

 

“Tú, con estar inquieta, haz turbado mi dulce reposo, ¡ah! sí, no me

dejas reposar más.”

 

¿Quién puede decir cómo he quedado mortificada al oír que le había

quitado el reposo a Jesucristo? A pesar de todo esto, por algunas horas me

he calmado, pero después me he encontrado más inquieta que antes, tanto

que yo misma no sé esta vez donde iré a terminar.

 

Después de aquellas pocas palabras que ha dicho Jesús, me he

encontrado fuera de mí misma, y mirando la bóveda de los cielos, en ella

descubría tres soles: Uno parecía que se posaba en el oriente, otro en el

occidente, el tercero en medio día. Era tanto el esplendor de los rayos que

emanaban, que se unían unos con otros, de modo que formaban uno solo.

Me parecía ver el misterio de la Santísima Trinidad, y el hombre formado

con las tres potencias a imagen de Ella; comprendía también que quien

estaba en aquella luz, su voluntad quedaba transformada en el Padre, la

inteligencia en el Hijo y la memoria en el Espíritu Santo. ¡Cuántas cosas

comprendía, pero no sé manifestarlo!

 

                                                                                               

Mayo 13, 1900

 

Privación de Jesús.

 

Continúa el mismo estado y tal vez aun peor, si bien hago cuanto

puedo para estarme quieta sin turbarme, porque así quiere la obediencia,

pero con todo esto no dejo de sentir el peso del abandono que me oprime y

llega hasta aplastarme. ¡Oh Dios! ¿qué estado es este? ¿Dime al menos en

qué te he ofendido? ¿Cuál es la causa? ¡Ah Señor, si quieres continuar en

este modo creo que no podré resistir más!

 

Por eso, en cuanto se ha hecho ver, poniéndome una mano bajo la

barbilla en actitud de compadecerme me ha dicho:

 

“¡Pobre hija, a qué estado te has reducido!”

 

Y haciéndome partícipe de sus penas, como rayo ha desaparecido

dejándome más afligida que antes, como si no hubiese venido, es más, me

siento como si no hubiese venido desde hace mucho tiempo, y siento tal

aflicción por esto, que vivo, pero mi vivir es un continuo agonizar. ¡Ah

Señor, dame ayuda y no me dejes en el abandono, si bien lo merezco!

 

 

 

                                                                            

 

                                                                                               

Mayo 17, 1900

 

Potencia de las almas víctimas.

 

Continúa el mismo estado de privación y de abandono. Entonces,

encontrándome fuera de mí misma veía una inundación de agua mezclada

con granizo, parecía que varias ciudades quedaban inundadas con notables

daños. Mientras esto veía, me encontraba en gran consternación porque

quería impedir aquella inundación, pero como me encontraba sola y sobre

todo no tenía conmigo a Jesús, mis pobres brazos los sentía débiles para

poder hacerlo. Entonces, con gran sorpresa he visto venir una virgen (me

parecía que era de América), y ella de un punto y yo del otro hemos logrado

impedir en gran parte el flagelo que nos amenazaba. Después de esto,

habiéndonos reunido, veía aquella virgen con las insignias de la pasión y

coronada con corona de espinas, como también me encontraba yo, y a una

persona que me parecía que fuese un ángel que decía:

 

“¡Oh potencia de las almas víctimas! Lo que no nos es dado hacer a

nosotros, ángeles, ellas con sus sufrimientos lo pueden hacer. ¡Oh! si los

hombres supieran el bien que les viene de ellas, porque están para el bien

público y particular, no harían otra cosa que implorar a Dios que multiplique

estas almas sobre la tierra.”

 

Después de esto, habiéndonos dicho que nos encomendáramos

mutuamente al Señor, nos hemos separado.

 

                                                                                                

Mayo 18, 1900

 

Llenar el interior de Dios.

 

Me encuentro aún privada de mi adorable Jesús, a lo más alguna

sombra veo, ¡oh cuánto me cuesta amarlo, cuántas lágrimas debo derramar!

Esta mañana, después de haberlo buscado y esperado mucho, lo he

encontrado en mi misma cama, todo afligido, con la corona de espinas que le

traspasaba la cabeza; se la he quitado poco a poco y la he puesto sobre la

mía. ¡Oh, cuán mala me veía ante su presencia! No tenía fuerza para decir

una sola palabra. Jesús, teniendo compasión de mí me ha dicho:

 

“Ten valor, no temas, procura llenar tu interior de Mí y enriquecerlo

con todas las virtudes, hasta que se desborden fuera, y cuando llegues a

 

 

 

                                                                           

 

desbordarlas, entonces te llevaré al Cielo y terminarán todas tus

privaciones.”

 

Después de esto, ha agregado tomando un aire afligido: “Hija mía,

reza, porque están preparados tres diferentes días, uno lejos del otro, de

tempestades, granizadas, rayos, inundaciones, que causarán gran daño a los

hombres y a las plantas.”

 

Dicho esto ha desaparecido, dejándome un poco más aliviada en el

estado en el que me encuentro, pero con un pensamiento: “Quién sabe

cuándo llegaré a desbordarme, y si no lo hago, tal vez me tocará estarme

siempre lejana de Él.”

 

                                                                                               

Mayo 20, 1900

 

Todas las cosas tienen principio de la nada.

Necesidad del reposo y del silencio interior.

 

 

Encontrándome fuera de mí misma, me parecía que fuese de noche y

veía todo el universo, todo el orden de la naturaleza, el cielo estrellado, el

silencio nocturno, en suma me parecía que todo tenía un significado.

Mientras esto miraba, me parecía que veía a Nuestro Señor que tomando la

palabra acerca de lo que veía ha dicho:

 

“Toda la naturaleza invita al reposo, ¿pero cuál es el verdadero

reposo? Es el reposo interior y el silencio de todo lo que no es Dios. Mira,

las estrellas centelleantes de luz moderada, no deslumbrante como el sol; el

sueño y el silencio de toda la naturaleza, de los hombres y hasta de los

animales, y que todos buscan un lugar, una cueva donde estarse en silencio y

reposarse del cansancio de la vida. Si esto es necesario para el cuerpo,

mucho más para el alma es necesario reposarse en su propio centro que es

Dios. Pero para poderse reposar en Dios es necesario el silencio interior,

como al cuerpo le es necesario el silencio exterior para poderse plácidamente

adormecer. ¿Pero cuál es este silencio interior? Es hacer callar las propias

pasiones teniéndolas en su lugar, es imponer silencio a los deseos, a las

inclinaciones, a los afectos, en suma, a todo lo que no llama a Dios. Ahora,

¿cuál es el medio para llegar a esto? El único medio y de absoluta necesidad

es deshacer el propio ser y reducirse a la nada, como era antes de que fuera

creada, y cuando haya reducido a la nada su ser, retomarlo en Dios.

 

Hija mía, todas las cosas tienen principio de la nada, esta misma

máquina del universo que tú ves con tanto orden, si antes de crearla hubiera

estado llena de otras cosas, no habría podido poner mi mano creadora para

 

 

 

                                                                           

 

hacerla con tanta maestría y dejarla tan espléndida y adornada. A lo más

habría podido deshacer todo lo que podía estar, y después rehacerla como a

Mí me agradaba; pero estamos siempre ahí, en que todas mis obras tienen

principio de la nada, y cuando hay mezcla de otras cosas, no es decoroso

para mi Majestad descender y obrar en el alma, pero cuando el alma se

reduce a la nada y sube a Mí, y toma su ser en el mío, entonces Yo obro

como el Dios que soy, y el alma ahí encuentra el verdadero reposo. He aquí

cómo todas las virtudes tienen principio en la humildad y en el

aniquilamiento de sí mismo.”

 

¿Quién puede decir cuánto comprendía sobre lo que me decía el

bendito Jesús? ¡Oh, cómo sería feliz mi alma si pudiese llegar a deshacer mi

pobre ser, para poder recibir de mi Dios su Ser Divino! ¡Oh, cómo me

ennoblecería, cómo quedaría santificada! ¿Pero qué tontería es la mía,

dónde tengo el cerebro si aún no lo hago? ¡Qué miseria humana, que en vez

de buscar su verdadero bien y de emprender su vuelo a lo alto, se contenta

con arrastrarse por tierra y vivir en el fango y en la podredumbre!

 

Después de esto mi amado Jesús me ha transportado dentro de un

jardín en el que había mucha gente que se preparaba para asistir a una fiesta,

pero sólo aquellos que recibían una divisa podían asistir, pero eran pocos los

que recibían esta divisa; a mí me vino un gran deseo de recibirla, y tanto

hice que logré mi propósito. Después, habiendo llegado al punto donde los

recibían, una matrona venerable primero me vistió de blanco, después me

puso una banda celestial de la cual pendía una medalla marcada con el rostro

de Jesús, y que mientras era rostro al mismo tiempo era espejo, que al

contemplarse en él se descubrían las más pequeñas manchas, y que el alma

con la ayuda de una luz que venía de dentro de aquel rostro, fácilmente se

podía quitar. Me parecía que esa medalla encerraba un significado

misterioso. Después ha tomado un manto de oro finísimo y me cubrió toda.

Me parecía que vestida así podía competir con las vírgenes bienaventuradas.

Mientras esto sucedía Jesús me ha dicho:

 

“Hija mía, volvamos a ver lo que hacen los hombres, por ahora basta

conque estés vestida, cuando sea la fiesta entonces te llevaré para asistir.”

 

Así, después de haber girado un poco, me ha transportado a mi cama.

 

                                                                                                

Mayo 21, 1900

 

El estado más sublime es deshacer

nuestro querer en el Querer de

Dios y vivir de su Voluntad.

 

 

 

                                                                           

 

Esta mañana mi adorable Jesús no venía; después de mucho esperar

vino y acariciándome me ha dicho:

 

“Hija mía, ¿sabes cuál es mi mira sobre ti, y el estado que quiero de

ti?”

 

Y deteniéndose un poco ha agregado: “La mira que tengo sobre ti no

es de cosas prodigiosas, y de tantas otras cosas que podría obrar en ti para

mostrar mi obra, sino que mi mira es absorberte en mi Voluntad y hacerte

una sola cosa con Ella, y hacer de ti un ejemplar perfecto de uniformidad de

tu querer con el mío. Este es el estado más sublime, es el prodigio más

grande, es el milagro de los milagros lo que de ti quiero hacer.

 

Hija mía, para llegar perfectamente a hacer uno nuestro querer, el alma

debe volverse invisible, debe imitarme a Mí, que mientras lleno el mundo

con tenerlo absorbido en Mí y con no quedar absorbido en él, me vuelvo

invisible y de ninguno me dejo ver. Esto significa que no hay ninguna

materia en Mí, sino que todo es purísimo espíritu, y si en mi Humanidad

asumida tomé la materia, fue para semejarme en todo al hombre y darle un

ejemplar perfectísimo de cómo espiritualizar esta misma materia. Entonces

el alma debe espiritualizar todo y llegar a volverse invisible para poder hacer

fácilmente una su voluntad con mi Voluntad, porque lo que es invisible

puede ser absorbido en otro objeto. De dos objetos con los que se quiere

formar uno solo, es necesario que uno pierda la propia forma, de otra manera

jamás se llegaría a formar un solo ser.

 

¡Qué fortuna sería la tuya si destruyéndote a ti misma, hasta hacerte

invisible, pudieras recibir una forma toda divina! Es más, tú con quedar

absorbida en Mí y Yo en ti, formando un solo ser, vendrías a retener en ti la

fuente divina, y como mi Voluntad contiene todo el bien que puede existir,

vendrías a retener todos los bienes, todos los dones, todas las gracias, y no

tendrías que buscarlos en otra parte sino en ti misma. Y si las virtudes no

tienen confines, estando en mi Voluntad según la criatura pueda llegar,

encontrará su término, porque mi Voluntad hace llegar a adquirir las virtudes

más heroicas y más sublimes que la criatura por sí sola no puede superar.

 

Es tanta la altura de la perfección del alma deshecha en mi Querer, que

llega a obrar como Dios, y esto no es de asombrar, porque como no vive más

su voluntad en ella, sino la Voluntad de Dios mismo, cesa todo asombro si

viviendo con esta Voluntad posee la Potencia, la Sabiduría, la Santidad y

todas las otras virtudes que contiene el mismo Dios. Basta decirte, para

hacer que tú te enamores y cooperes cuanto puedas por parte tuya para llegar

a tanto, que el alma que llega a vivir sólo de mi Querer es reina de todas las

reinas y su trono es tan alto, que llega hasta el trono del Eterno, y entra en

 

 

 

                                                                           

 

los secretos de la Augustísima Trinidad y participa en el amor recíproco del

Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Oh, cómo todos los ángeles y santos la

honran, los hombres la admiran y los demonios la temen, descubriendo en

ella al Ser Divino!”

 

¡Ah Señor! ¿Cuándo me harás llegar a esto, porque por mí nada

puedo? Ahora, ¿quién puede decir lo que el Señor infundía en mí con luz

intelectual sobre esta uniformidad de quereres? Es tanta la altura de los

conceptos, que mi lengua no bien adiestrada no tiene palabras para

expresarlos, apenas he podido decir esto poco, si bien disparatando, de lo

que el Señor con luz vivísima me ha hecho comprender.

 

                                                                                               

Mayo 26, 1900

 

El querer de Luisa es uno con el de Jesús.

 

Encontrándome muy afligida por la privación de mi adorable Jesús,

que a lo más viene como sombra y relámpago, siento que no puedo seguir

adelante si Él quiere continuar así. Entonces, encontrándome en lo sumo de

la aflicción, por poco se ha hecho ver, todo cansado, como si tuviera

necesidad de un alivio, y poniendo sus brazos a mi cuello me ha dicho:

 

“Amada mía, tráeme flores y circúndame todo, porque me siento

languidecer de amor. Hija mía, el oloroso perfume de tus flores me será de

alivio y pondrá un remedio a mis males, porque languidezco y desfallezco.”

 

Yo en seguida he agregado: “Y Tú, amado Jesús mío, dame frutos,

porque el ocio y el escaso sufrir aumentan de tal manera mi languidecer, que

desfallezco hasta sentirme morir; y entonces no sólo flores, sino que podré

darte frutos para poder consolar mayormente tu languidecer.” Y Jesús ha

vuelto a hablar y me ha dicho:

 

“¡Oh, cómo nos ajustamos bien, ¿no es verdad? Parece que tu querer

es uno con el mío.”

 

Por un momento parecía que quedaba aliviada, como si quisiera cesar

el estado en el cual me encontraba, pero después de un poco me he

encontrado inmersa en el mismo letargo de antes, privada de mi sumo Bien,

abandonada y sola.

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Mayo 27, 1900

 

El Amor y la Gracia penetran en las

más íntimas partes del hombre.

 

Esta mañana sintiéndome más que nunca afligida por la privación de

mi sumo Bien, en cuanto se ha hecho ver me ha dicho:

 

“Así como un viento impetuoso inviste a las personas y penetra hasta

en las vísceras, de modo de sacudir a toda la persona, así mi Amor y mi

Gracia volando sobre las alas de los vientos, invisten y penetran en el

corazón, en la mente y en las más íntimas partes del hombre. Con todo esto,

el hombre ingrato rechaza mi gracia y me ofende, ¡oh! ¿cuál no es mi acerbo

dolor?”

 

Yo estaba toda confundida y aniquilada en mí misma y no osaba decir

una sola palabra, sólo pensaba: “¿Como es que no viene? Y también: Si

viene no lo veo claro, parece que he perdido la claridad, ¿quién sabe si veré

develado su hermoso rostro como antes?” Mientras así pensaba, mi benigno

Jesús ha agregado:

 

“Hija mía, ¿por qué temes, si tu estado está en los Cielos por la unión

de nuestros quereres?”

 

Y queriéndome animar y compadecer mi estado doloroso me ha dicho:

 

“Tú eres mi nuevo Job. No te oprimas demasiado si no me ves con

claridad, te lo dije desde el otro día, que no vengo según lo acostumbrado

porque quiero castigar a las gentes, y si tú me vieras con claridad

comprenderías lo que Yo estoy haciendo, y tu corazón, como ha recibido el

injerto del mío, por eso conozco lo que tú vendrías a sufrir, como está

sufriendo mi corazón porque me veo obligado a castigar a mis criaturas. Así

que para ahorrarte estas penas no me hago ver con claridad.”

 

¿Quién puede decir las heridas que ha dejado a mi pobre corazón?

¡Ah Señor, dame la fuerza para sostener el dolor!

 

                                                                                               

Mayo 29, 1900

 

Amenaza de castigos.

 

Continuo estando en el mismo estado, me sentía toda oprimida y tenía

toda la necesidad de un apoyo para poder soportar la privación de mi sumo

Bien. El bendito Jesús, teniendo compasión de mí, por algunos minutos ha

 

 

 

                                                                           

 

mostrado su rostro desde dentro de mi corazón, pero no con claridad, y

haciéndome oír su suavísima voz me ha dicho:

 

“Ten ánimo otro poco hija mía, déjame terminar de castigar y después

vendré como antes.”

 

Mientras decía esto, en mi mente pensaba: “¿Cuáles son los castigos

que ha comenzado a mandar?” Y Él ha agregado:

 

“La lluvia continuada es más que granizada, que está haciendo y traerá

tristes consecuencias sobre las gentes.”

 

Dicho esto ha desaparecido y yo me he encontrado fuera de mí misma,

dentro de un jardín, y desde ahí dentro se veían las cosechas y las viñas

secas, y dentro de mí iba diciendo: “Pobres gentes, pobres gentes, ¿cómo

harán?” Mientras esto decía, dentro de aquel jardín estaba un niñito que

lloraba y gritaba tan fuerte que ensordecía Cielo y tierra, pero ninguno tenía

compasión de él, si bien todos lo oían que lloraba tanto, no lo tomaban en

cuenta y lo dejaban solo y abandonado. Un pensamiento me ha pasado por

la mente: “¿Quién sabe? A lo mejor es Jesús.” Pero no estaba segura.

Entonces, acercándome a Él le dije: “¿Qué tienes que lloras, niño amado?

¿Quieres venir conmigo, ya que todos te han dejado abandonado a tus

lágrimas y al dolor que te oprime tanto que te hace gritar tan fuerte?” Pero

qué, ¿quién podía calmarlo? Apenas entre sollozos ha respondido que sí,

que quería venir. Entonces lo he tomado de la mano para conducirlo junto

conmigo, y en el momento mismo de hacer esto me he encontrado en mí

misma.

 

                                                                                               

Junio 3, 1900

 

La falta de estima hacia las personas

es falta de verdadera humildad.

 

Encontrándome en el mismo estado, esta mañana por un poco he visto

a mi adorable Jesús, que estaba dentro de mi corazón y dormía, y su sueño

atraía a mi alma a adormecerse junto con Él, tanto que sentía todas las

potencias interiores adormecidas, sin obrar más. A veces me esforzaba en

salir de aquel sueño, pero no podía, cuando por un poco se ha despertado el

bendito Jesús y ha mandado por tres veces su aliento dentro de mí, y meparecía que Él quedaba todo absorbido en mí. Después me parecía que Jesúsatrajera otra vez dentro de Él esos tres alientos que me había enviado, y yo

me he encontrado toda transformada en Él. ¿Quién puede decir lo que

sucedía en mí por estos soplos divinos? De aquella unión inseparable entre

 

 

 

                                                                           

 

Jesús y yo, no tengo palabras para expresarla. Después de esto parece que

me pude despertar y Jesús, rompiendo el silencio me ha dicho:

 

“Hija mía, he mirado y he vuelto a mirar, he buscado y he vuelto a

buscar, recorriendo toda la tierra, pero en ti he fijado mis miradas y he

encontrado mis complacencias, y te he elegido entre miles.”

 

Después, dirigiéndose a ciertas personas que veía, las ha reprendido

diciéndoles:

 

“La falta de estima por las demás personas es falta de verdadera

humildad cristiana y de dulzura, porque un espíritu humilde y dulce sabe

respetar a todos e interpreta siempre bien los actos de los demás.”

 

Dicho esto ha desaparecido sin decirle ni siquiera una palabra. Sea

siempre bendito que así quiere, y todo sea para su gloria.

 

                                                                                               

Junio 6, 1900

 

Luisa crucificada evita algunos

castigos sobre Corato.

 

Como mi adorable Jesús continuaba sin hacerse ver con claridad, esta

mañana habiendo recibido la comunión, el confesor puso la intención de la

crucifixión; mientras me encontraba en esos sufrimientos, el bendito Jesús,

casi atraído por mis penas se ha mostrado con claridad. ¡Oh Dios! ¿quién

puede decir los sufrimientos que sufría Jesús y el estado violento en el cuál

se encontraba, porque mientras estaba obligado a mandar los castigos, sentía

tal violencia que no quería mandarlos? Daba tanta compasión verlo en este

estado, que si los hombres lo pudiesen ver, aunque sus corazones fueran de

diamante se romperían como frágil vidrio por la ternura. Entonces he

comenzado a rogarle que se aplacara y que se contentara en hacerme sufrir a

mí, y que perdonara al pueblo. Después he añadido: “Señor, si no quieres

escuchar mis oraciones, sé que lo merezco; si no quieres tener compasión de

los pueblos, tienes razón, porque grandes son nuestras iniquidades, pero te

pido en gracia que tengas compasión de Ti mismo, ten piedad de la violencia

que te haces al castigar a tus imágenes. ¡Ah! sí, te lo pido por amor de Ti

mismo, que no mandes castigos hasta llegar a quitar el pan a tus hijos y

hacerlos perecer. ¡Ah! no, no es de la naturaleza de tu corazón obrar de este

modo, por eso es la violencia que sientes, que si pudiera te daría la muerte.”

Y Él, todo afligido me ha dicho:

 

 

 

                                                                            

 

“Hija mía, es la Justicia que me hace violencia, y el Amor que tengo

hacia los hombres me hace violencia más fuerte, tanto, de poner a mi

corazón en angustias de muerte al castigar a las criaturas.”

 

Y yo: “Por eso Señor descarga sobre mí la Justicia, y tu Amor no será

más violentado por la Justicia y no se encontrará en conflicto por castigar a

las gentes, porque en verdad, ¿cómo harán si Tú actúas, como me haces

comprender, secando todo lo que sirve de alimento al hombre? Ah, te pido,

déjame sufrir a mí y perdónalos a ellos, si no en todo al menos en parte.”

 

Y Jesús, como si se viera obligado por mis oraciones se ha acercado a

mi boca y ha derramado de la suya un poco de amargura, densa y nauseante,

que en cuanto la tragué me produjo tales y tantas especies de penas que me

sentía morir. Entonces el bendito Jesús, sosteniéndome en esas penas, de lo

contrario hubiera quedado víctima, (y sin embargo no había derramado más

que un poco, ¿que será de su corazón adorable que tanta contenía?), ha

suspirado como si se hubiera aliviado de un peso y me ha dicho:

 

“Hija mía, mi Justicia había decidido destruir todo, pero ahora

descargándose un poco sobre ti, por amor tuyo concede un tercio de lo que

sirve de alimento al hombre.”

 

Y yo: “¡Ah Señor, es muy poco, al menos la mitad!”

 

Y Él: “No hija mía, conténtate.”

 

Y yo: “No Señor, si no me quieres contentar por todos, al menos

conténtame por Corato y por aquellos que me pertenecen.”

 

Y Jesús: “Hoy está preparada una granizada que debe hacer gran

daño, tú estás con los dolores de la cruz, sal fuera de ti misma y en forma

crucificada ve en el aire y pon en fuga los demonios de encima de Corato,

porque ante tu forma crucificada no podrán resistir y se irán a otra parte.”

 

Así he salido fuera de mí misma, crucificada, y he visto la granizada y

los rayos que estaban por desencadenarse sobre Corato. ¿Quién puede decir

el espanto de los demonios, cómo a la vista de mi forma crucificada corrían,

se mordían los dedos de rabia y llegaban a tomarla contra el confesor que

esta mañana me había dado la obediencia de sufrir la crucifixión, ya que

contra mí no se la podían tomar, es más, eran obligados a huir de mí por la

señal de la Redención que advertían? Entonces, después de haberlos puesto

en fuga he regresado en mí misma, encontrándome con una buena dosis de

sufrimientos. Sea todo para la gloria de Dios.

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Junio 7, 1900

 

Jesús le entrega las llaves de la Justicia

y una luz para descubrirla.

 

Como me encontraba en algún modo sufriente, me parecía que

aquellos sufrimientos eran una dulce cadena que atraía a mi buen Jesús a

hacerlo venir casi de continuo, y me parecía que aquellas penas llamaban a

Jesús para hacerlo derramar en mí otras amarguras. Entonces, al venir,

ahora me sostenía en sus brazos para darme fuerza, y ahora derramaba de

nuevo. Yo de vez en cuando le decía: “Señor, ahora siento en mí parte de

tus penas, te ruego que me contentes como te dije ayer de darme al menos la

mitad de lo que sirve para alimento del hombre.”

 

Y Él: “Hija mía, para contentarte te entrego las llaves de la Justicia y

el conocimiento de cuánto es necesario absolutamente castigar al hombre, y

con esto harás lo que te plazca, ¿no estás contenta por ello?”

 

Al oírme decir esto me consolé y decía en mi interior: “Si está en mí,

de hecho no castigaré a ninguno.” Pero cómo quedé desengañada cuando el

bendito Jesús me dio una llave y me puso en medio de una luz, y mirando

desde en medio de aquella luz descubría todos los atributos de Dios y

también los de la Justicia. ¡Oh, cómo todo está ordenado en Dios! Y si la

Justicia castiga, es orden; y si no castiga no estaría en orden con los demás

atributos. Ahora me veía como miserable gusano en medio de aquella luz, y

que si quisiera impedir el curso a la Justicia estropearía el orden e iría en

contra de los mismos hombres, porque comprendía que la misma Justicia es

Amor purísimo hacia ellos. Entonces me he encontrado toda confundida y

molesta, por eso para desentenderme he dicho a nuestro Señor: “Con esta

luz de la cual me habéis rodeado entiendo las cosas diversamente, y si me

dejaras obrar a mí lo haría peor que Tú, por eso no acepto este conocimiento

y renuncio a las llaves de la Justicia; lo que acepto y quiero es que me hagas

sufrir a mí y que liberes a las gentes; del resto no quiero saber nada.”

 

Y Jesús sonriendo ante mi hablar me ha dicho:

 

“¡Cómo! ¿Tan pronto quieres desentenderte, no queriendo conocer

ninguna razón y queriéndome hacer violencia más fuerte te quieres salir con

dos palabras: Hazme sufrir a mí y libéralos?”

 

Y yo: “Señor, no es que no quiera saber ninguna razón, sino que no es

oficio mío, sino tuyo. Mi oficio es el de ser víctima, por eso Tú haz tu oficio

y yo hago el mío; ¿no es verdad mi amado Jesús?”

 

Y Él, mostrando como una aprobación ha desaparecido.

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Junio 10, 1900

 

Oficio de víctima. Castigos.

 

Me parece que mi adorable Jesús continúa dividiendo en dos a la

Justicia al derramar un poco en mí y el resto en las gentes. Esta mañana,

especialmente cuando me he encontrado con Jesús, se me desgarraba el alma

al ver la tortura de su dulcísimo corazón al castigar a las criaturas. Era tanto

el estado sufriente en el cual se encontraba, que no hacía otra cosa que emitir

continuos gemidos, tenía en la cabeza una tupida corona de espinas, toda

encarnada, tanto que la cabeza parecía un conjunto de espinas. Entonces

para aliviarlo un poco le he dicho: “Dime Bien mío, ¿qué tienes que estás

tan sufriente? Permíteme que te quite estas espinas que no poco te

atormentan.” Pero Jesús no me respondía, es más, ni siquiera escuchaba lo

que yo decía. Entonces me he puesto a quitar aquellas espinas, una por una,

y después las he puesto sobre mi cabeza. Ahora, mientras esto hacía, he

visto que en lugares lejanos debía suceder un terremoto que haría matanza

de gente. Después Jesús ha desaparecido y yo he regresado en mí misma,

pero con suma aflicción mía al pensar en el estado sufriente de Jesús y en las

desgracias de la miserable humanidad.

 

                                                                                               

Junio 12, 1900

 

La obediencia la hace pedir a Jesús que la

haga sufrir para impedir los castigos.

 

Esta mañana al venir mi amable Jesús he comenzado a decir: “Señor,

¿qué haces? Parece que te adentras demasiado con la Justicia.” Y mientras

quería continuar hablando para excusar las miserias humanas, Jesús me ha

impuesto silencio diciéndome:

 

“Calla, si quieres que me entretenga contigo ven a besarme y a sanar

con tus acostumbradas adoraciones todos mis miembros sufrientes.”

 

Así he comenzado por la cabeza, y después, poco a poco por los otros

miembros. ¡Oh, cuántas llagas profundas tenía aquel cuerpo sacrosanto, que

el sólo mirarlas daba horror! Entonces, no apenas había terminado ha

desaparecido, dejándome con poquísimo sufrimiento y con un temor:

 

 

 

                                                                            

 

¿Quién sabe cómo se derramará sobre las gentes, porque no se ha dignado

derramar sobre mí sus amarguras?

 

Poco después ha venido el confesor y le he dicho lo anterior, y él me

dijo que hoy, por obediencia absoluta, cuando haga la meditación debes

pedirle que te haga sufrir la crucifixión y que deje de mandar los flagelos.

Entonces, cuando hice la meditación, en cuanto se hizo ver le he rogado de

acuerdo a la obediencia recibida, pero no me puso atención, es más, ahora se

hacía ver que volteaba la espalda a la gente, ahora que dormía para no ser

importunado por mí, y que sé yo, me sentía morir porque no se preocupaba

por hacerme hacer la obediencia; entonces he tomado valor y poniendo toda

la confianza en la santa obediencia lo he tomado por un brazo, y moviéndolo

para despertarlo le he dicho: “Señor, ¿qué haces? ¿Este es el amor que le

tienes a tu virtud predilecta de la obediencia? ¿Estos son los elogios que

tantas veces le habéis dado? ¿Estos son los honores que le habéis prodigado,

hasta decir que te sientes sacudido y no puedes resistir a la virtud de la

obediencia y te sientes cautivar por el alma que se dona a esta virtud, que

ahora parece que no te importa el hacerme obedecer? Mientras esto y otras

cosas decía, y que me alargaría demasiado si quisiera escribirlas, el bendito

Jesús se ha sacudido, y como golpeado por un vivísimo dolor ha roto en

abundante llanto, y sollozando ha dicho:

 

“Tampoco Yo quiero mandar flagelos, es la Justicia que me obliga

casi a fuerza, pero tú con este hablar me quieres herir a lo vivo y tocarme

una fibra muy delicada para Mí y muy amada por Mí, tanto que no quise

otro honor ni otro título que el de obediente. Y para hacerte ver que no es

que no me importe hacerte obedecer, con todo lo que la Justicia me obliga a

no hacerlo, te participo en parte los dolores de la cruz.”

 

Mientras esto hacía ha desaparecido, dejándome contenta porque me

ha hecho obedecer y con un disgusto en el alma, como si hubiese sido causa

de hacer llorar al Señor con mi hablar. ¡Ah Señor, te pido que me perdones!

 

                                                                                               

Junio 14, 1900

 

Efectos de la cruz.

 

Encontrándome no poco sufriente, mi adorable Jesús al venir toda me

compadecía y me ha dicho:

 

“Hija mía, ¿qué tienes que sufres tanto? Déjame aliviarte un poco.”

 

Y (pero Jesús estaba más sufriente que yo.) así me ha dado un beso, y

como estaba crucificado me atrajo fuera de mí misma y ha puesto mis manos

 

 

 

                                                                           

 

en las suyas, mis pies en los suyos, mi cabeza apoyaba sobre la suya y la

suya sobre la mía. ¡Cómo estaba contenta al encontrarme en esta posición!

Si bien los clavos y las espinas de Jesús me causaban dolor, eran dolores que

me daban alegría porque eran sufridos por amor a mi amado Bien; es más,

hubiera querido que aumentaran. También Jesús parecía contento de míporque me tenía en aquel modo atraída a Él. Me parecía que Jesús me

consolaba y yo era consuelo para Él.

 

Entonces, en esta posición hemos salido fuera y habiendo encontrado

al confesor, en seguida pedí por sus necesidades y le he dicho al Señor que

se dignara hacer oír al confesor cómo es dulce y suave su voz. Jesús para

contentarme se dirigió a él y le habló de la cruz diciéndole:

 

“La cruz absorbe en el alma mi Divinidad, la asemeja a mi Humanidad

y copia en sí misma mis mismas obras.”

 

Después hemos continuado girando otro poco y, ¡oh, cuántas escenas

dolorosas que traspasaban el alma de lado a lado! Las graves iniquidades de

los hombres, que ni siquiera se doblegan ante la Justicia, al contrario, se

arrojan con mayor furor como si quisieran dar dobles heridas por cada

herida, y la gran miseria que ellos mismos se están preparando. Entonces,

con suma amargura nuestra nos hemos retirado, Jesús ha desaparecido y yo

me he encontrado en mí misma.

 

                                                                                               

Junio 17, 1900

 

Ponerse en Dios y no salir de los

confines de la paz, es lo mismo.

 

Como esta mañana el bendito Jesús no venía, en mi interior me sentía

suscitar alguna sombra de turbación sobre el por qué no venía. Entonces al

venir me ha dicho:

 

“Hija mía, contenerse en Dios y no salir de los confines de la paz es

todo lo mismo. Así que si tú adviertes un poco de turbación, es señal de que

sales un poco de dentro de Dios, porque contenerse en Él y no tener perfecta

paz es imposible, mucho más que los confines de la paz son interminables,

es más, todo lo que pertenece a Dios, todo es paz.”

 

Después ha agregado: “¿No sabes tú que las privaciones al alma

sirven como el invierno a las plantas, que hace que profundicen más las

raíces, las fortifica y las hace reverdecer y florecer en mayo?”

 

Después de esto me ha transportado fuera de mí misma, y habiéndole

encomendado varias necesidades desapareció, y yo me he encontrado en mí

 

 

 

                                                                           

 

misma, con el deseo de mantenerme siempre dentro de Dios, a fin de que me

pudiera encontrar dentro de los confines de la paz.

 

                                                                                               

Junio 18, 1900

 

Todo lo creado nos enseña el amor de Dios, el

cuerpo llagado de Jesús, el amor del prójimo.

 

Jesús sigue sin venir, y yo trataba de ocuparme en considerar el

misterio de la flagelación. Mientras esto hacía he visto al bendito Jesús todo

llagado y chorreando sangre y me ha dicho:

 

“Hija mía, el cielo con todo lo creado te enseña el amor de Dios; mi

cuerpo llagado te enseña el amor del prójimo, tanto, que mi Humanidad

unida a mi Divinidad, de dos naturalezas hice una sola y las volví

inseparables, porque no sólo satisfice a la divina Justicia sino realicé la

salvación de los hombres. Y para hacer que todos asumieran esta obligación

de amar a Dios y al prójimo, no sólo hice de esto una sola obligación, sino

que llegué a hacer de esta obligación un precepto divino. Así que mis llagas

y mi sangre son tantas lenguas que enseñan a cada quien el modo de amarse,

y la obligación que todos tienen de poner atención a la salvación de los

demás.”

 

Después, tomando un aspecto más afligido ha agregado:

 

“Qué despiadado tirano es para mí el amor, porque no sólo empleé

todo el curso de mi Vida mortal en continuos sacrificios, hasta morir

desangrado sobre una cruz, sino que me dejé como víctima perenne en el

sacramento de la Eucaristía. Y no sólo esto, sino que a todos mis miembros

predilectos los tengo víctimas vivientes en continuos sufrimientos,

empeñados en la salvación de los hombres, como entre tantos te elegí a ti

para tenerte sacrificada por amor mío y por los hombres. ¡Ah sí! Mi

corazón no encuentra descanso ni reposo si no encuentra al hombre, y el

hombre, ¿cómo me corresponde? ¡Con ingratitudes enormísimas!”

 

Dicho esto ha desaparecido.

 

                                                                                                

Junio 20, 1900

 

La humildad más perfecta produce en

el alma la unión más íntima con Dios.

 

 

 

                                                                           

 

Esta mañana, estando fuera de mí misma y no encontrando a mi sumoBien, he debido girar y girar en busca de Él; cuando me he cansado hasta

sentirme desfallecer lo sentí detrás de mi espalda que me sostenía, entonces

estiré el brazo y lo jalé hacia el frente diciéndole: “Amado mío, sabes que

no puedo estar sin Ti, no obstante me haces esperar tanto, hasta hacerme

desfallecer; dime al menos, ¿cuál es la causa, en qué te he ofendido que me

sometes a desgarros tan crueles, a martirios tan dolorosos como es tu

privación?” Y Jesús interrumpiendo mi hablar me ha dicho:

 

“Hija mía, hija mía, no agregues más desgarros a mi corazón

exacerbado a lo sumo, pues se encuentra en continua lucha por las violencias

que constantemente todos me hacen: Violencia me hacen las iniquidades de

los hombres, que atrayendo sobre ellos la Justicia me fuerzan a castigarlos, y

la Justicia poniéndose en continua lucha con el amor que tengo hacia los

hombres, me desgarra el corazón en modo tan doloroso, de hacerme morir

continuamente; violencia me haces tú, porque viniendo Yo y conociendo tú

los castigos que estoy enviando, no te estás quieta, no, sino que me fuerzas,

me haces violencia y no quieres que castigue, y sabiendo Yo que tú no

puedes hacer de otra manera ante mi presencia, para no exponer mi corazón

a una lucha más fiera, me abstengo de venir. Por eso no quieras violentarme

en hacerme venir ahora, déjame desahogar mi furor y no quieras acrecentar

mis penas con tus palabras. En lo demás no quiero que pienses, porque la

humildad más perfecta, más sublime, es la de perder toda razón y no

discurrir acerca del por qué y del cómo, sino deshacerse en la propia nada, y

mientras el alma hace esto, sin advertirlo se encuentra perdida en Dios, y

esto produce en ella la unión más íntima, el amor más perfecto hacia el sumo

Bien. Esto con sumo provecho del alma, porque perdiendo la propia razón

adquiere la razón divina, y perdiendo todo pensamiento sobre sí misma, esto

es, si está fría o caliente, si son favorables o adversas las cosas que le

suceden, se interesará y adquirirá un lenguaje todo celestial y divino.

 

Además de esto, la humildad produce en el alma una vestidura de

seguridad, por lo que envuelta en este vestido de seguridad el alma se está en

la calma más profunda, embelleciéndose toda para agradar a su querido y

amado Jesús.”

 

¿Quién puede decir cómo he quedado sorprendida por este hablar de

Jesús? No tuve ni una palabra para responderle. Poco después desapareció

y yo me he encontrado en mí misma, quieta, sí, pero afligida a lo sumo,

primero por las aflicciones y las luchas en las cuales se encontraba mi amado

Jesús, y después por el temor de que no viniera. ¿Quién podrá resistir?

¿Cómo haré para soportarme a mí misma por su ausencia? ¡Ah Señor, dame

la fuerza para soportar tan duro martirio, tan insoportable a mi pobre alma!

 

 

 

                                                                           

 

Por lo demás, di lo que quieras, porque por mí no dejaré ningún medio,

intentaré todos los caminos, usaré todas las estratagemas para atraerte a que

vengas.

 

                                                                                               

Junio 24, 1900

 

La cruz es el alimento de la humildad.

 

Después de haber pasado algunos días de privación, en que a lo más se

hacía ver como sombra, como un relámpago, mis potencias las sentía todas

adormecidas, de modo que yo misma no entendía lo que sucedía en mi

interior. En este adormecimiento una sola pena se despertaba en mi interior,

y era que me parecía que me había pasado como a uno que mientras duerme

pierde la vista, o bien es despojado de todas sus riquezas, por lo que el

miserable no puede ni dolerse, ni defenderse, ni usar algún medio para

liberarse de sus infortunios. ¡Pobrecito, en qué estado tan desastroso se

encuentra! Pero, ¿cuál es la causa? El sueño, porque si estuviera despierto

ciertamente se sabría defender de sus desventuras. Así es mi mísero estado,

no me es dado ni siquiera dar un gemido, un suspiro, derramar una lágrima,

porque he perdido de vista a Aquel que es todo mi amor, todo mi bien y que

forma todo mi contento. Parece que para que yo no sufra por su privación

me ha adormecido y me ha dejado. ¡Ah! Señor, despiértame Tú, a fin de que

pueda ver mis miserias y conocer al menos de qué estoy privada.

 

Ahora, mientras me encontraba en este estado, desde dentro de mi

interior he oído al bendito Jesús que se lamentaba continuamente. Aquellos

lamentos han herido mis oídos y despertándome un poco he dicho: “Mi solo

y único Bien, por tus lamentos advierto el estado tan sufriente en el cual te

encuentras, esto te sucede porque quieres sufrir solo y no quieres hacerme

partícipe de tus penas, es más, para no tenerme en tu compañía me has

adormecido y me has dejado sin hacerme entender más nada. Entiendo el

por qué de todo esto, para estar más libre en castigar, pero ¡ah! ten

compasión de mí, pues sin Ti estoy ciega, y ten compasión de Ti, porque

siempre es bueno en todas las circunstancias tener quien te haga compañía,

que te consuele y que de algún modo mitigue tu furor, porque por ahora

estás firme en mandar flagelos, pero cuando veas a tus imágenes perecer por

la miseria, te lamentarás más que ahora y tal vez me dirás: “¡Ah, si tú te

hubieras empeñado más en aplacarme, si hubieras tomado sobre ti las penas

de las criaturas, no vería tan destrozados a mis mismos miembros!” ¿No es

 

 

 

                                                                            

 

verdad mi pacientísimo Jesús? ¡Ah, consuélate un poco y déjame sufrir en

lugar tuyo!”

 

Mientras esto decía, Él se lamentaba continuamente, casi en acto de

querer ser compadecido y aliviado, pero quería que le arrancara casi por

fuerza este mismo alivio, por lo que tras mis ruegos ha extendido en mi

interior sus manos y pies clavados y me ha participado un poco sus penas.

Después de esto, dando un poco de tregua a sus lamentos me ha dicho:

 

“Hija mía, son los tristes tiempos que a esto me obligan, porque los

hombres se han fortalecido y ensoberbecido tanto, que cada uno cree ser dios

para sí mismo, y si Yo no pongo mano a los flagelos haría un daño a sus

almas, porque sólo la cruz es el alimento de la humildad. Entonces, si no

hiciera esto, Yo mismo les haría faltar el medio para humillarlos y rendirlos

de su extraña locura, si bien la mayor parte me ofenden más, pero Yo hago

como un padre que reparte a todos el pan para alimentarlos; que algunos

hijos no lo quieran tomar, es más, que se sirvan de él para arrojarlo en la

cara al padre, ¿qué culpa tiene de ello el pobre padre? Así soy Yo. Por eso

compadéceme en mis aflicciones.”

 

Dicho esto ha desaparecido dejándome medio despierta y medio

adormecida, no sabiendo yo misma ni si debo despertarme perfectamente, ni

si debo dormirme otra vez.

 

                                                                                               

Junio 27, 1900

 

El alma debe reconocerse en Jesús, no en sí misma.

 

Continúo estando adormecida. Esta mañana por pocos minutos me he

encontrado despierta y comprendía mi estado miserable, sentía la amargura

de la privación de mi sumo y único Bien; apenas pude derramar dos lágrimas

diciéndole: “Mi siempre buen Jesús, ¿cómo es que no vienes? Estas son

cosas que no se hacen, herir a un alma de Ti y después dejarla. Y además,

para no hacerle conocer lo que haces la dejas en poder del sueño. ¡Ah, ven,

no me hagas esperar tanto!” Mientras esto y otros desatinos más decía, en

un instante ha venido y me ha transportado fuera de mí misma, y como yo

quería decirle mi pobre estado, Jesús imponiéndome silencio me ha dicho:

 

“Hija mía, lo que quiero de ti es que no te reconozcas más en ti misma,

sino que te reconozcas solamente en Mí, así que de ti no te recordarás más,

ni tendrás más reconocimiento de ti, sino te recordarás de Mí, y

desconociéndote a ti misma adquirirás sólo mi reconocimiento, y a medida

que te olvides y te destruyas a ti misma, así avanzarás en mi conocimiento y

 

 

 

                                                                           

 

te reconocerás solamente en Mí; cuando hayas hecho esto, no más pensarás

con tu mente sino con la mía, no mirarás con tus ojos, no más hablarás con

tu boca, ni palpitarás con tu corazón, ni obrarás con tus manos, ni caminarás

con tus pies, sino todo con lo mío, porque para reconocerse solamente en

Dios, el alma tiene necesidad de ir a su origen y regresar a su principio:

Dios, esto es, de donde salió, y que se uniforme toda sí misma a su Creador;

y que todo lo que retiene de sí misma y que no es conforme a su principio, lo

debe deshacer y reducirse a la nada. Sólo en este modo, desnuda, deshecha,

puede regresar a su origen y reconocerse sólo en Dios, y obrar según el fin

para el cual ha sido creada. He aquí entonces que para uniformarse toda en

Mí, el alma debe volverse indivisible conmigo.”

 

Mientras esto decía yo veía el castigo terrible de las plantas secas y

como debe avanzar más. Apenas he podido decir: “¡Ah! Señor, ¿cómo

harán las pobres gentes?” Y Él, para no prestarme atención, como un

relámpago ha huido y desapareció. ¿Quién puede decir la amargura de mi

alma al encontrarme en mí misma, por no haberle podido decir ni siquiera

una palabra por mí y por mi prójimo, y por la tendencia al sueño, porque de

nuevo estoy en ese estado?

 

                                                                                                

Junio 28, 1900

 

Los castigos presentes no son otra cosa que

una preparación a los castigos futuros.

 

Esta mañana, encontrándome sumamente afligida por la privación de

mi amante Jesús, en cuanto lo he visto me ha dicho:

 

“Hija mía, cuántas máscaras se quitarán en estos tiempos de castigos,

porque estos castigos presentes no son otra cosa que una preparación a todos

los castigos que te manifesté en el curso del año pasado.”

 

Mientras esto decía, yo en mi interior pensaba: “Si el Señor continúa

haciendo en el mismo modo en que está haciendo, esto es, que como quiere

mandar castigos no viene, no me participa sus penas, me trata con modos

insólitos, ¿quién podrá resistir? ¿Quién me dará la fuerza para permanecer

en este estado?” Y Jesús respondiendo a mi pensamiento ha agregado en

actitud de compadecerme:

 

“Y entonces, ¿quieres tú que suspenda por un poco el estado de

víctima y después te lo haga retomar?”

 

Mientras esto decía he sentido confusión y amargura, veía que el

Señor con esa propuesta me arrojaba de Sí, porque no he sabido decir ni sí,

 

 

 

                                                                           

 

ni no, o bien para oír qué cosa decide la obediencia. Entonces, sin esperar

mi respuesta ha desaparecido, dejándome como un clavo fijo en el corazón

al pensar que Jesús me arrojaba de Sí. Era tanto el dolor que no hice otra

cosa que derramar lágrimas amargas.

 

                                                                                                

Junio 29, 1900

 

Jesús y Luisa se reconfortan recíprocamente.

 

Estando aún amargada, mi adorable Jesús teniendo compasión de mí

ha venido, y parecía que me sostenía entre sus brazos. Después,

transportándome fuera de mí misma veía que reinaba un profundo silencio,

una tristeza, un luto por todas partes. Era tanta la impresión que causaba en

el ánimo el ver en aquel modo a las gentes, que se sentía una estrechura en el

corazón. Entonces el bendito Jesús llevándome aparte me ha dicho:

 

“Hija mía, alejemos por poco lo que nos aflige y reconfortémonos

mutuamente.”

 

Mientras esto decía ha comenzado a acariciarme y a besarme, pero era

tanta mi confusión que no me atrevía a devolverle los besos y las caricias, y

Él ha agregado:

 

“¡Cómo! Yo te reconforto a ti con besos y con caricias, ¿y tú no

quieres reconfortarme a Mí dándome tus besos y tus caricias?”

 

Así me he sentido con la confianza de pagarle con la misma moneda, y

mientras esto hacía ha desaparecido.

 

                                                                                               

Julio 2, 1900

 

Con sus sufrimientos Luisa evita un castigo.

 

Continúo estando amargada y afligida, como una tonta. Esta mañana

no había venido Jesús, pero vino el confesor y ha puesto la intención de la

crucifixión, pero el bendito Jesús no concurría, y después de haberle rogado

que se dignara hacerme obedecer, en cuanto se hizo ver me ha dicho:

 

“¿Qué quieres? ¿Por qué me quieren hacer violencia a la fuerza una

vez que es necesario castigar a los pueblos?”

 

Y yo: “Señor, no soy yo, es la obediencia que así lo quiere.”

 

Y Él: “Si es la obediencia, está bien, quiero participarte mi crucifixión

y a la vez quiero reconfortarme un poco.”

 

 

 

                                                                           

 

Mientras esto decía me participó los dolores de la cruz, y mientras yo

sufría, Jesús se ha puesto junto a mí y parecía que se reconfortaba un poco.

Ahora, mientras me encontraba en esta posición junto con Él, me ha hecho

ver en el aire, que por una parte venía una nube negra, negra, que al sólo

verla daba terror y espanto, y todos decían: “Esta vez morimos.” Mientras

todos estaban aterrados, se ha levantado en medio de Jesús y yo una cruz

resplandeciente, que poniéndose contra aquella borrasca la puso en fuga en

gran parte, tanto que parecía que las gentes se calmaban. No sé decirlo

ciertamente, pero me parece que era un huracán acompañado de rayos y de

granizadas tan fuertes, que tenía fuerza de arrancar las construcciones; y la

cruz que la puso en fuga en gran parte, me parecía que era mi pequeño sufrir

que Jesús me ha participado. Sea bendito el Señor y todo sea para su gloria

y honor.

 

                                                                                               

Julio 3, 1900

 

Castigos con enfermedades contagiosas.

 

Esta mañana, habiendo recibido la comunión, en cuanto vi a mi

adorable Jesús le he dicho: “Mi amado Señor, ¿cómo es que mandas tantos

castigos? ¿Por qué esta vez no quieres a ningún costo aplacarte? Parece que

todos los medios son inútiles, ni el rogar, ni el decir ‘Señor, derrama en mí

tus amarguras.’ ¡Ay, no ha sido tu costumbre obrar en este modo!”

Mientras esto decía, Jesús bendito interrumpiendo mi hablar ha respondido:

 

“Sin embargo hija mía, los castigos que estoy mandando son nada aún

en comparación de aquellos que están preparados. Por eso no quieras

afligirte por esto, porque no son materia de gran aflicción.”

 

Mientras esto decía, delante de mí veía a muchas personas infectadas

con enfermedades contagiosas, que morían por ellas, entonces, presa de

espanto le he dicho: “¡Ah Señor! ¿Se necesita también esto? ¿Qué haces?

¿Qué haces? Si esto quieres hacer, sácame de esta tierra, pues no me resiste

el ánimo ver espectáculos tan funestos. Y además, ¿quién podrá resistir

continuar en este estado en el que me has puesto, de que no vienes, o vienes

como sombra, y no sólo eso, sino que me dejas atontada, adormecida, que no

me haces entender más nada? Sin embargo me dijiste que me habrías dejado

así hasta que de algún modo desahogaras tu furor. Ahora quieres agregar

furor a furor, parece que no terminarás por ahora, así que, ¡pobre de mí,

pobre de mí! ¿Quién me dará la fuerza para estar en este estado? ¿Quién

podrá resistir?”

 

 

 

                                                                           

 

Mientras desahogaba mi aflicción, Jesús, compadeciéndome me ha

dicho:

 

“Hija mía, no temas de tu estado de adormecimiento; esto dice que así

como Yo estoy con las gentes, como si durmiera, como si no las oyese y

viese, así te he puesto a ti en el mismo estado. Por lo demás, si te disgusta,

te lo dije la otra vez, ¿quieres que te suspenda el estado de víctima?”

 

Y yo: “Señor, la obediencia no quiere que acepte la suspensión.”

 

Y Él: “Y bien, ¿qué quieres de Mí? Estate quieta y obedece.”

 

¿Quién puede decir qué tan afligida quedé? Y no sólo esto, sino que

me parece que quedaron tan adormecidas mis potencias internas, que vivo

como si no viviera. ¡Ah Señor, ten piedad de mí, no me dejes en abandono,

en un estado tan lamentable y doloroso!

 

                                                                                               

Julio 9, 1900

 

Vivir no sólo para Dios, sino en Dios.

 

Continúa el mismo estado y tal vez aún peor, y si alguna vez se hace

ver es como sombra y rayo, y casi siempre en silencio. Esta mañana,

encontrándome en lo sumo de la aflicción y de la torpeza por el sueño

continuo, en cuanto se ha hecho ver me ha dicho:

 

“Ánimo hija mía, el alma verdaderamente mía no sólo debe vivir para

Dios, sino en Dios. Tú busca vivir en Mí, porque en Mí encontrarás el

receptáculo de todas las virtudes, y paseando en medio de ellas te

alimentarás de su perfume, tanto, de quedar llena de ellas, y tú misma no

harás otra cosa que enviar luz y perfume celestial, porque el vivir en Mí es la

verdadera virtud, y tiene virtud de dar al alma la misma forma de la Divina

Persona en la cual hace su morada, y de transformarla en las mismas

virtudes divinas de las cuales se nutre.”

 

Después de esto como relámpago ha desaparecido, y mi alma

corriendo detrás de aquel relámpago se ha encontrado fuera de mí misma,

pero ya había huido y no me ha sido dado el encontrarlo de nuevo, y sufrí la

amargura de ver granizadas terribles que habían hecho grandes estragos,

rayos que habían producido incendios y otras cosas que estaban preparadas.

Después de haber visto esto, me he reencontrado en mí misma más afligida

que antes.

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Julio 10, 1900

 

Diferencia entre vivir para Dios y vivir en Dios.

 

Encontrándome en la misma confusión, como un relámpago se ha

hecho ver y me ha hecho entender que no había escrito todo lo que Él me

había dicho ayer, esto es, que el alma no sólo debe vivir para Dios, sino en

Dios. Entonces el bendito Jesús me repitió la diferencia que hay entre el

vivir para Dios y el vivir en Dios diciéndome:

 

“En el vivir para Dios, el alma puede estar sujeta a las turbaciones, a

las amarguras, a ser inconstante, a sentir el peso de las pasiones, a mezclarse

en las cosas terrenas. Pero en el vivir en Dios no, todo es diferente, porque

la cosa principal para hacer que una persona pueda entrar a habitar en otra

persona, es dejar todo lo que es suyo, esto es, despojarse de todo, dejar las

propias pasiones, en una palabra, dejar todo para encontrar todo en Dios.

Ahora, cuando el alma no sólo se ha despojado, sino se ha reducido muy

bien, entonces podrá entrar por la puerta estrecha de mi corazón a vivir en

Mí, a mi modo y de mi misma Vida, porque si bien mi corazón es

grandísimo, tanto que no hay termino a sus confines, pero la puerta es

estrechísima y sólo puede entrar quien está despojado de todo; y esto con

razón, porque siendo Yo santísimo no admitiría jamás a vivir en Mí algo que

fuese extraño a mi Santidad. Por eso hija mía, busca vivir en Mí y poseerás

el paraíso anticipado.”

 

¿Quién puede decir cuánto comprendía sobre este vivir en Dios? Pero

después ha desaparecido y he quedado en mi mismo estado.

 

                                                                                               

Julio 11, 1900

 

Los sufrimientos de Luisa

hacen menos rigurosos los castigos.

 

 

Esta mañana, habiendo recibido la comunión y continuando el mismo

estado de confusión, estaba toda recogida en mí misma, cuando vi a mi

adorable Jesús que venía de prisa hacia mí diciéndome:

 

“¡Hija mía, mitiga un poco mi furor, de otra manera...!”

 

Y yo, toda asustada he dicho: “¿Qué quieres que haga para calmar tu

furor?”

 

Y Él: “Con llamar en ti mis sufrimientos vendrás a aplacar mi furor.”

 

 

 

                                                                           

 

Mientras estaba en esto veía como si llamara al confesor, mandando

un rayo de luz, y él en seguida ha puesto la intención de hacerme sufrir la

crucifixión. El Señor bendito prontamente ha concurrido y yo me he

encontrado en tantos sufrimientos, que por la fuerza de los dolores me sentí

salir el alma del cuerpo; cuando creí que estaba a punto de expirar, y yo

contenta de que Jesús recibiera mi alma, vi al confesor que con decir ‘basta,

basta’, me llamaba nuevamente en mí misma.

 

Entonces Jesús me ha dicho: “La obediencia te llama.”

 

Y yo: “¡Ah Señor, me quiero venir!”

 

Y Jesús: “¿Qué quieres de Mí? La obediencia continúa llamándote.”

 

Y así parece que esta nueva obediencia no dejó ir más allá los

sufrimientos, pero obediencia ciertamente cruel para mí, porque mientras me

parecía llegar al puerto, he sido arrojada fuera a navegar el camino.

Después, si bien quedé sufriente, pero ya no me sentía morir, y mi benigno

Señor ha continuado diciéndome:

 

“Hija mía, si tú hoy no hubieras calmado mi furor, habría llegado al

colmo, que no sólo habría destruido las plantas, sino también a los hombres.

Y si el mismo confesor no se hubiese interpuesto con llamar nuevamente en

ti mis sufrimientos, no habría ni siquiera tenido consideración de él. Es

verdad que son necesarios los castigos, pero es necesario que de vez en

cuando, cuando mi furor avance tú me lo calmes, de lo contrario hija mía,

¡cuántos flagelos de más mandaré!”

 

Y mientras esto decía me parecía verlo todo cansado, que

lamentándose, ahora decía: “¡Hija mía!”, y ahora: “¡Hijos míos! ¡Pobres

hijos míos, cómo os veo reducidos!” Y con mi sorpresa me ha hecho

entender que después de haberse calmado un poco debía volver a tomar el

furor para continuar los castigos, y que esto había servido sólo para hacer

que no castigara demasiado a las gentes. ¡Ah Señor, aplácate y ten piedad

de aquellos que Tú mismo llamas hijos míos!

 

                                                                                               

Julio 14, 1900

 

El decreto de los castigos está firmado.

 

Parece que he pasado varios días sin estar sumergida en el letargo del

sueño, y estando un poco junto a Jesús bendito, dándonos mutuamente un

poco de alivio. Pero cuánto temo que me tenga que arrojar otra vez en aquel

sueño tan profundo. Entonces esta mañana, después de haberme

reconfortado con la leche que escurría de su boca al derramarla en mí, y yo

 

 

 

                                                                           

 

lo reconforté quitándole la corona de espinas para clavarla en mi cabeza,

todo afligido me ha dicho:

 

“Hija mía, el decreto de los castigos está firmado, no queda más que

decidir el tiempo de su ejecución.”

 

                                                                                               

Julio 16, 1900

 

Los castigos son para bien de las criaturas.

 

Esta mañana mi adorable Jesús no venía. Después de mucho esperar

ha venido y me ha dicho:

 

“Hija mía, la mejor cosa es ponerte en Mí y en mi Querer, entonces,

poniéndote en Mí y siendo Yo paz, aunque vieras mandar castigos quedarías

en paz, sin sentir turbación.”

 

Y yo: “¡Ah Señor, siempre estás en eso, en los castigos! Aplácate de

una vez y no castigues más! Además, no puedo abandonarme en tu Querer

en esto.”

 

Y Él ha agregado: “No puedo aplacarme. ¿Qué dirías tú si vieras a

una persona desnuda, que en vez de cubrir su desnudez pusiera atención a

adornarse con bagatelas, dejando las partes más íntimas expuestas a la

desnudez?”

 

Y yo: “Me daría horror verla y ciertamente la desaprobaría.”

 

Y Él: “Pues bien, así son las almas, desnudas del todo, no tienen más

virtudes que las cubran. Por eso es necesario que las golpee, las castigue, las

despoje, para hacerlas entrar en ellas mismas y que se fijen en la desnudez

de sus almas, cosa más necesaria que la del cuerpo. Y si esto no hiciera,

pondría más atención a las bagatelas, como la persona desaprobada por ti,

las cuales son cosas que se refieren al cuerpo y no pondría atención a la cosa

más esencial, cual es el alma, a la que han vuelto tan monstruosa que no se

reconoce más.”

 

Después de esto me parecía que tuviera en la mano una cuerdecita, que

pasándola por detrás del cuello me ataba y después ataba el suyo a esa

misma cuerda, y así ha hecho al corazón y a las manos, y con esto parecía

que me ataba toda a su Querer. Habiendo hecho esto ha desaparecido.

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                            

 

Julio 17, 1900

 

Luisa da un alivio a Jesús. Él le hace

considerar los castigos que evita.

 

Habiendo recibido la comunión, no veía según la costumbre al bendito

Jesús. Después de haber esperado mucho me he sentido salir fuera de mí

misma y lo he encontrado. En cuanto lo he visto me ha dicho:

 

“Hija, estaba esperándote para poderme reposar un poco en ti porque

no puedo más. ¡Ah, dame un alivio!”

 

Inmediatamente lo he tomado entre mis brazos para contentarlo, y vi

que tenía una llaga profunda en el hombro, que daba compasión y horror

mirarla. Entonces por pocos minutos se ha reposado; después de ese breve

reposo vi y la llaga había casi sanado, y entre la maravilla y el asombro y

viéndolo más aliviado, he tomado valor y le he dicho: “Señor bendito, mi

pobre corazón está desgarrado por el temor de que ya no me ames, temo que

haya incurrido en tu indignación y por eso ya no vienes como antes y no

derramas más en mí tus amarguras, y no me das más mi bien, cual es el

sufrir, y negándome esto vienes a negarme a Ti mismo. ¡Ah, da la paz a un

pobre corazón! Dime, asegúrame, júrame, ¿me amas? ¿Continúas

amándome?”

 

Y Él: “Si, sí, sí, te amo.”

 

Y yo: “¿Cómo puedo estar segura de esto, si cuando a una persona se

le ama en verdad todo lo que quiere se le da? Yo te digo no castigues a las

gentes, y Tú las castigas; te digo, derrama en mí tus amarguras, y no las

derramas, es más, parece que esta vez avanzas demasiado en los castigos.

Entonces, ¿en dónde puedo apoyarme para saber que me amas?”

 

Y Él: “Hija mía, tú tomas en cuenta los castigos que mando, pero los

que ahorro no los tomas en cuenta. ¿Cuántos otros castigos habría mandado,

cuántas más matanzas y más sangre habría hecho derramar si no tomara en

consideración a aquellos pocos que me aman, y a los que Yo amo con un

amor especial?”

 

Después de esto parecía que Jesús tomaba el camino para ir a donde

sucedían destrozos de carne humana, y yo queriendo seguirlo no me fue

dado hacerlo, y con suma amargura mía me he encontrado en mí misma.

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                            

 

Julio 18, 1900

 

Los pecados de las gentes caen sobre

ellas mismas, formando su ruina.

 

Encontrándome en mi habitual estado vi a mi adorable Jesús todo

afligido dentro de mi corazón, y al mismo tiempo he visto mucha gente que

cometían muchos pecados, estos pecados tomaban el vuelo hacia mí para

venir a herir a mi amado Señor hasta dentro de mi corazón, pero Jesús los

rechazaba de Sí y caían sobre las mismas gentes, y cayendo sobre ellas

formaban su misma ruina, cambiándose en tantas especies de flagelos sobre

los pueblos, que daba horror aun a los corazones más duros. Entonces Jesús,

afligiéndose todo me ha dicho:

 

“Hija mía, hasta donde llega la ceguera de los hombres, pues mientras

tratan de herirme a Mí se hieren ellos mismos con sus propias manos.”

 

                                                                                               

Julio 19, 1900

 

Luisa se ofrece a sufrir para

evitar el sufrimiento a las gentes.

 

Esta mañana, después de haber estado toda la noche y gran parte de la

mañana esperando a mi adorable Jesús, Él no se dignaba venir. Entonces,

cansada de esperarlo me esforzaba por salir de mi habitual estado, pensando

que no era más Voluntad de Dios. Mientras me esforzaba por salir, estando

casi impaciente, mi benigno Jesús se ha movido dentro de mi corazón,

haciéndose ver apenas y mirándome en silencio. Impaciente como estaba le

he dicho: “Mi buen Jesús, ¡cómo eres cruel! ¿Se puede dar crueldad más

grande que esta de abandonar a un alma en poder del despiadado tirano del

amor que la hace vivir en continua agonía? ¡Oh, cómo has cambiado, de

amante a cruel!” Mientras esto decía, ante mí veía muchos miembros de

gente mutilada, y por eso agregué: “¡Ah Señor, cuánta carne humana

mutilada! ¡Cuántas amarguras y penas! ¡Ay! ¿No habría sido menor

crueldad si te hubieras satisfecho en este cuerpo mío y lo hubieras reducido a

tantos pedazos por cuantos pedazos hiciste estos miembros? ¿No era menor

mal ver sufrir a una sola que a tantos pobres pueblos?”

 

Mientras esto decía, Jesús continuaba viéndome fijamente, como si

quedara herido, no sé decir si también disgustado, y me ha dicho:

 

 

 

                                                                            

 

“Sin embargo es el principio del juego, aún es nada en comparación de

lo que vendrá.”

 

Dicho esto se ha escondido a mi vista, sin poderlo ver más, dejándome

en un mar de amarguras.

 

                                                                                               

Julio 21, 1900

 

Necesidad de la purgación.

 

Después de haber pasado un día adormecida y tan somnolienta que no

sabía de mí misma, y habiendo recibido la comunión, me he sentido salir

fuera de mí misma, y no encontrando a mi sumo y único Bien, he

comenzado a girar y girar, llegando al delirio. Mientras esto hacía, he

sentido a una persona entre los brazos, toda velada, sin poder ver quién era,

entonces, no pudiendo resistir más desgarré aquel velo y vi a mi suspirado

Todo. Al verlo sentí que quería prorrumpir en quejas y desatinos, pero Jesús

para terminar con mi impaciencia y mi delirio me ha dado un beso. Ese beso

me infundió la vida, la calma, acabó con mi impaciencia, tanto que no supe

decir nada más. Entonces, olvidando todas mis miserias, y tengo muchas,

me acordé de las pobres gentes y le dije a Jesús: “Aplácate, libra a tantos

pueblos de destrozos tan crueles; vayamos juntos a aquellos lugares donde

suceden tales cosas, a fin de que reanimemos y consolemos a aquellos

pobres cristianos que se encuentran en estado tan triste.”

 

Y Él: “Hija mía, no quiero llevarte porque tu corazón no resistiría ver

matanza tan desgarradora.”

 

Y yo: “Ah Señor, ¿cómo ha sido que permitiste esto?”

 

Y Él: “Es necesario, absolutamente, por la purgación en todas las

partes, porque en el campo sembrado por Mí han crecido tanto las malas

hierbas, las espinas, que se han hecho árboles, y estos árboles espinosos no

hacen otra cosa que inundar mi campo de aguas venenosas y pestíferas, que

si alguna espiga se mantiene intacta, no recibe otra cosa que pinchazos y

fetidez, tanto que no pueden germinar otras espigas, primero porque les falta

el terreno, ocupado por tantas plantas nocivas; segundo, por los continuos

pinchazos que reciben que no les dan paz. He aquí la necesidad de la

matanza, para extirpar tantas plantas malas, y el derramamiento de sangre

para purgar mi campo de las aguas venenosas y pestíferas. Por eso no te

quieras entristecer al principio, porque no sólo allá donde he mandado ya los

flagelos, sino en todas las otras partes se necesita la purgación.”

 

 

 

                                                                            

 

¿Quién puede decir la consternación de mi corazón al oír este hablar

de Jesús? Entonces de nuevo he insistido que quería ir a ver, pero Jesús no

prestándome atención ha desaparecido, y yo quedándome sola he tomado el

camino para ir, pero ahora encontraba a un ángel que me hacía retroceder, y

ahora a almas purgantes, tanto que he sido obligada a regresar en mí misma.

 

                                                                                                

Julio 25, 1900

 

En Jesús no hay crueldad alguna, sino que todo es amor.

 

Esta mañana mi adorable Jesús ha venido y me ha hecho ver una

máquina donde parecía que se trituraran muchos miembros humanos, y en el

aire como dos señales de castigos que daban terror. ¿Quién puede decir la

consternación de mi corazón al ver todo esto? Pero el bendito Jesús

viéndome tan amargada me ha dicho:

 

“Hija mía, alejemos por un poco lo que tanto nos aflige y

reconfortémonos con jugar un poco juntos.”

 

¿Quién puede decir lo que ha pasado entre Jesús y yo en este juego, las

finezas de amor, las estratagemas, los besos, las caricias que recíprocamente

nos dábamos? Si bien me sobrepasaba mi amado Jesús, porque yo, siendo

débil, me sentía desfallecer, tan es verdad, que no pudiendo contener en mílo que Él me daba he dicho: “Amado mío, basta, basta, que no puedo más,

yo desfallezco, mi pobre corazón no es tan grande para ser capaz de recibir

tanto, por eso basta por ahora.”

 

Entonces, queriéndome reprochar mi hablar del otro día, dulcemente

me ha dicho:

 

“Dime tus querellas, dilo, dilo, ¿soy cruel? ¿Mi Amor hacia ti se ha

cambiado en crueldad?”

 

Y yo avergonzándome toda he dicho: “No Señor, no eres cruel

cuando vienes, pero cuando no vienes, entonces diré que eres cruel.”

 

Y Él sonriendo ante mis palabras ha agregado:

 

“Sin embargo continuas diciendo que cuando no vengo soy cruel, no,

no, en Mí no puede haber ninguna crueldad, sino que todo es amor; y debes

saber que si es como tú dices, entonces el mismo ser cruel, es amor más

grande.”

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                           

 

Julio 27, 1900

 

Ve los ataques a la Iglesia en la guerra de China.

 

Me encontraba toda preocupada por mi miserable estado,

especialmente de que éste no fuera más Voluntad de Dios, considerando

como indicio cierto el escaso sufrir y sus continuas privaciones. Mientras

estaba consumiendo mi pequeño cerebro en esto y esforzándome en salir de

este estado, mi siempre buen Jesús, como relámpago se ha hecho ver

diciéndome:

 

“Hija mía, ¿qué quieres tú que haga? Dime, Yo haré lo que tú

quieres.”

 

Ante esta propuesta tan inesperada no supe qué decir, sentía tal

confusión de que el bendito Jesús debiese hacer lo que yo quería, mientras

que soy yo la que debe hacer lo que Él quiere, que he quedado muda.

Entonces, al ver que yo no decía nada, como relámpago ha huido, y yo

corriendo tras esa luz me he encontrado fuera de mí misma, pero no lo he

encontrado, y he girado por la tierra, por el cielo, por las estrellas, y ahora lo

llamaba con la voz y ahora con el canto, pensando entre mí que el bendito

Jesús al oír mi voz y mi canto quedaría herido y con seguridad lo

encontraría. Ahora, mientras giraba, he visto la matanza cruel que se

continua haciendo en la guerra de China, las iglesias demolidas, las

imágenes de Nuestro Señor arrojadas por tierra, y esto es nada aún, lo que

me ha dado más espanto ha sido el ver que si ahora lo hacen los bárbaros, los

seglares, después lo harán los fingidos religiosos, que desenmascarándose y

haciéndose conocer quienes son, uniéndose con los enemigos abiertos de la

Iglesia darán tal asalto, que parece increíble a mente humana. ¡Oh, cuántas

matanzas más crueles aún! Parece que han jurado entre ellos terminar con la

Iglesia. Pero el Señor tomará venganza de ellos destruyéndolos, por eso,

sangre por una parte y sangre por la otra. Entonces me he encontrado dentro

de un jardín que me parecía que era la Iglesia, y dentro había una multitud

de gente bajo aspecto de dragones, de víboras y de otras bestias enfurecidas,

que devastando aquel jardín y luego saliendo de él, formaban la ruina de las

gentes. Mientras esto veía he encontrado en mis brazos a mi amado Señor y

le he dicho: “Finalmente te has dejado encontrar, ¿eres Tú verdaderamente

mi amado Jesús?”

 

Y Él: “Sí, sí, soy tu Jesús.”

 

Yo quería decirle que librara a tantas gentes, pero Él no haciéndome

caso, todo afligido ha agregado:

 

 

 

                                                                           

 

“Hija mía, estoy bastante cansado, vamos al lecho a reposar si quieres

que me entretenga contigo.”

 

Y yo temiendo que se fuera hice silencio, haciéndole conciliar el

sueño. Poco después ha reentrado en mi interior, dejándome reanimada, sí,

pero sumamente afligida.

 

                                                                                               

Julio 30, 1900

 

Luisa detiene la espada de la Justicia.

 

He pasado una noche y un día inquieta. Desde el principio me sentía

salir fuera de mí misma sin que pudiese encontrar a mi adorable Jesús, no

veía más que cosas que me daban terror y espanto. Veía que en Italia se

levantaba un fuego y otro que se estaba levantando en China, que poco a

poco, uniéndose se confundían en uno solo. En este fuego veía al rey de

Italia, muerto repentinamente por engaño, y esto era como medio para avivar

y engrandecer el incendio. En suma, veía una rebelión, un tumulto, una

matanza de gentes. Habiendo visto estas cosas me sentí en mí misma, y

sentía desgarrárseme el alma hasta sentirme morir, mucho más que no veía a

mi adorable Jesús. Después de mucho esperar se ha hecho ver con una

espada en la mano, en acto de usarla sobre las gentes. Yo, toda espantada y

siendo un poco atrevida cogí la espada con la mano diciéndole: “Señor,

¿qué haces? ¿No ves cuántas aflicciones sucederán si usas esta espada? Lo

que más me aflige es que veo que tomas en medio a Italia. ¡Ah Señor,

aplácate! ¡Ten piedad de tus imágenes! Y si dices que me amas, evítame

este acerbo dolor.” Y mientras esto decía detenía la espada con toda la

fuerza que podía. Jesús, dando un suspiro, todo afligido me ha dicho:

 

“Hija mía, déjala, déjala caer sobre las gentes, porque no puedo más.”

 

Y yo tomándola más fuerte: “No puedo dejarla, no tengo valor para

hacerlo.”

 

Y Él: “No te lo he dicho muchas veces, que estoy obligado a no

hacerte ver nada, de otra manera no soy libre de hacer lo que quiero.”

 

Y mientras esto decía bajó el brazo con la espada y se puso en actitud

de calmarse de su furor. Poco después ha desaparecido y yo he quedado con

un cierto temor, quién sabe y a lo mejor sin dejarme ver me jalara la espada

y la usara sobre las gentes. ¡Oh Dios, qué angustia al solo acordarme!

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Agosto 1, 1900

 

La Humanidad de Jesús es el

espejo de la Divinidad. Castigos.

 

Continúa mi adorable Jesús viniendo poquísimas veces y por poco

tiempo. Esta mañana me sentía toda aniquilada y casi no me atrevía a ir en

busca de mi sumo Bien, pero Él siempre benigno ha venido, y queriéndome

infundir confianza me ha dicho:

 

“Hija mía, ante mi Majestad y pureza no hay quien pueda estar de

frente, más bien todos están obligados a estar por tierra y golpeados por el

fulgor de mi Santidad. El hombre quisiera casi huir de Mí, porque es tal y

tanta su miseria, que no tiene valor para sostenerse delante del Ser Divino.

Entonces haciendo uso de mi Misericordia asumí mi Humanidad, la que

atenuando los rayos de la Divinidad, es medio para infundir confianza y

ánimo al hombre para venir a Mí, el cual poniéndose de frente a mi

Humanidad, que expande rayos atenuados de la Divinidad, tiene el bien de

poderse purificar, santificar y hasta divinizar en mi misma Humanidad

deificada. Por eso tú estate siempre de frente a mi Humanidad, teniéndola

como espejo en el cual limpiarás todas tus manchas, y no sólo esto, sino

como espejo en el cual reflejándote adquirirás la belleza, y poco a poco irás

adornándote a semejanza de Mí mismo, porque es propiedad del espejo

hacer aparecer dentro de sí la imagen similar a aquella de quien se mira en

él; si así es el espejo material, mucho más es el divino, porque mi

Humanidad sirve al hombre como espejo para mirar mi Divinidad. He aquí

por esto que todos los bienes para el hombre derivan de mi Humanidad.”

 

Mientras esto decía me sentía infundir tal confianza, que me ha venido

el pensamiento de quererle hablar de los castigos, tal vez me escuchara y

haría el intento de aplacarlo del todo; pero mientras me disponía a esto comorayo ha desaparecido, y mi alma corriendo detrás de Él se ha encontrado

fuera de mí misma, pero no lo he podido reencontrar más, y con suma

amargura mía he visto muchas personas que iban a las cárceles, a otros

sectarios que salían para atentar contra otras vidas de reyes y de otros jefes;

veía que se carcomían de rabia porque les falta el medio para salir entre los

pueblos y hacer matazón, sin embargo llegará su tiempo. Después de esto

me he encontrado en mí misma, toda oprimida y afligida.

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Agosto 3, 1900

 

Dios obra sólo sobre la nada.

 

Encontrándome en mi habitual estado, estaba deseando y buscando a

mi amante Jesús. Después de haberlo esperado largamente, ha venido y me

ha dicho:

 

“Hija mía, ¿por qué me buscas fuera de ti, mientras que podrías

encontrarme más fácilmente dentro de ti? Cuando tú me quieras encontrar

entra en ti, llega hasta tu nada y ahí, sin ti, en el brevísimo giro de tu nada

descubrirás los cimientos que ha puesto en ti y las construcciones que ha

levantado en ti el Ser Divino. Esfuérzate y ve.”

 

Yo he mirado y he visto los sólidos cimientos y los muros altísimos

que llegaban hasta el Cielo, pero lo que más me asombraba era que veía que

el Señor había hecho este gran trabajo sobre mi nada, y los muros estaban

todos cerrados, sin ninguna abertura. Se veía sólo en el techo una abertura

que correspondía al Cielo, y en esta abertura residía nuestro Señor, sobre de

una columna estable que sobresalía de los cimientos formados sobre la nada.

Ahora, mientras estaba toda asombrada mirando, el bendito Jesús ha

agregado:

 

“Los cimientos formados en la nada significan que la mano divina

obra ahí, donde está la nada, y jamás mezcla sus obras con las obras

materiales. Los muros sin abertura alrededor, significan que el alma no debe

tener ninguna correspondencia con las cosas terrenas, tanto, que no haya

ningún peligro que pueda entrar ni siquiera un poco de polvo, porque todo

está bien cerrado. La única correspondencia que dan estos muros es para el

Cielo, esto es, de la nada al Cielo y del Cielo a la nada, este es el significado

de la abertura hecha en el techo. La estabilidad de la columna significa que

el alma está tan estable en el bien, que no hay viento contrario que la pueda

mover. Y Yo que resido sobre ésta, es indicio cierto que la obra hecha es

toda divina.”

 

¿Quién puede decir lo que comprendía sobre esto? Pero mi mente se

pierde y no sabe decir nada, sea siempre bendito el Señor y sea todo para su

gloria y honor.

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                           

 

Agosto 9, 1900

 

Todo lo que se quiere y desea, se debe

querer y desear porque lo quiere Dios.

 

Esta mañana mi adorable Jesús no venía, y después de esperarlo

mucho, en cuanto se hizo ver me ha dicho:

 

“Así como un instrumento musical suena agradable al oído de quien lo

escucha, así tus deseos, tus esperas, tus suspiros, tus lágrimas, resuenan a mi

oído como una música de las más agradables. Pero para hacer que descienda

más dulce y placentera, te quiero enseñar otro modo, esto es, desearme no

como deseo tuyo, sino como deseo mío, porque Yo amo grandemente

manifestarme contigo. En suma, todo lo que tú quieres y deseas debes

quererlo y desearlo porque lo quiero Yo, esto es, tomarlo de dentro de Mí y

hacerlo tuyo; así será más agradable tu música a mi oído, porque es música

salida de Mí mismo.”

 

Después ha agregado: “Todo lo que sale de Mí entra en Mí, es por

esto que los hombres se lamentan de que no obtienen tan fácilmente lo que

me piden, porque no son cosas que salen de Mí, y no siendo cosas que salen

de Mí, no es tan fácil que entren en Mí y salgan después para darse a ellos,

porque sale de Mí y entra en Mí todo lo que es santo, puro y celestial.

Entonces, ¿por qué asombrarse si les viene cerrada la audiencia si lo que

piden no es así? Por eso tú ten en tu mente que todo lo que sale de Dios

entra en Dios.”

 

¿Quién puede decir lo que comprendía sobre estas palabras? Pero no

tengo palabras para poderme explicar. ¡Ah Señor, dame la gracia de que

pueda pedir todo lo que es santo y que sea deseo y Voluntad tuya, así podrás

comunicarte conmigo más abundantemente!

 

                                                                                                

Agosto 19, 1900

 

El amor estéril y el amor obrante.

 

Esta mañana, habiendo recibido la comunión, mi amado Jesús se ha

hecho ver en acto de quererme instruir, y poniendo como un ejemplo me ha

dicho:

 

“Hija mía, si un joven tomara esposa, y ella llevada de amor hacia él

quisiera estar siempre junto a él, sin separarse ni un momento, sin poner

atención a las otras cosas que le corresponden a una esposa para hacer feliz a

 

 

 

                                                                           

 

este joven, ¿qué diría él? Agradecería el amor de ella, pero ciertamente no

estaría contento de su conducta, porque este modo de amar no sería más que

un amor estéril, infecundo, que le causaría daño a ese pobre joven en vez de

bien, y poco a poco este extraño amor produciría fastidio en vez de gusto,

porque toda la satisfacción de este amor es de la joven. Y como el amor

estéril no tiene leña para fomentar el fuego, muy pronto se reduciría a

cenizas, porque sólo el amor obrante es duradero, los demás amores, como

humo se disipan en el aire y después se llega al fastidio, a no tomar en

cuenta y quizá a despreciar lo que tanto se amaba.

 

Así es la conducta de las almas que ponen atención sólo a sí mismas,

esto es, a su satisfacción, a los fervores y a todo lo que les agrada, diciendo

que esto es amor por Mí, mientras que todo es satisfacción de ellas, porque

se ve con los hechos que no ponen atención a mis intereses y a las cosas que

me pertenecen, y si llega a faltar lo que les satisface no ponen más atención

de Mí, y llegan aun a ofenderme. ¡Ah! hija, sólo el amor obrante es el que

distingue a los verdaderos de los falsos amantes, porque todo lo demás es

humo.”

 

Mientras esto decía, veía a personas y como si yo quisiera poner

atención a ellas, pero Jesús me ha distraído al decirme:

 

“No quieras entrometerte en los actos ajenos, dejémoslos hacer,

porque cada cosa tiene su tiempo. Cuando sea el tiempo del juicio entonces

será el tiempo de discernir todas las cosas, porque cribándolas muy bien se

vendrá a conocer el grano, las pajas y la semilla estéril y nociva. ¡Oh,

cuántas cosas que parecen grano se encontrarán en aquel día como pajas y

semillas estériles, dignas sólo de ser arrojadas al fuego!”

 

                                                                                               

Agosto 20, 1900

 

Desde dentro de Luisa Jesús ve el mundo.

 

Esta mañana mi adorable Jesús no venía, entonces después de mucho

esperar, cuando mi pobre corazón no podía más, se ha hecho ver desde

dentro de mi interior y me ha dicho:

 

“Hija mía, no quieras afligirte porque no me ves, porque estoy dentro

de ti, y desde aquí, por medio tuyo estoy viendo al mundo.”

 

Después ha continuado haciéndose ver de vez en cuando, sin decirme

nada más.

 

                                                                                                

 

 

 

                                                                           

 

Agosto 24, 1900

 

Todo se convierte en bien para quien

verdaderamente ama a Jesús.

 

Habiendo pasado un día inquieta, me sentía toda llena de tentaciones y

pecados. ¡Oh Dios, qué desgarradora pena es el ofenderte! Hacía cuanto

más podía por estarme en Dios, por resignarme a su santo Querer, para

ofrecerle por amor suyo ese mismo estado inquieto, para no ponerle atención

al enemigo mostrándome con suma indiferencia, a fin de que no lo incitara

yo misma a tentarme mayormente, pero con todo esto no podía hacer menos

que oír el murmullo que el enemigo suscitaba a mi alrededor. Entonces,

encontrándome en mi habitual estado no me atrevía a desear a mi amado

Jesús, tan fea y miserable me veía, pero Él siempre benigno con esta

pecadora, sin que yo lo pidiera ha venido, y como si me compadeciera me ha

dicho:

 

“Hija mía, ánimo, no temas. ¿No sabes tú que ciertas aguas frías e

impetuosas son más potentes para purificar de cualquier mínima mancha que

el mismo fuego? Y además, todo se convierte en bien para quien

verdaderamente me ama.”

 

Dicho esto ha desaparecido, dejándome reanimada, sí, pero débil

como si hubiese sufrido una fiebre.

 

                                                                                                

Agosto 30, 1900

 

Luisa va al purgatorio para aliviar al difunto rey de Italia.

 

Habiendo pasado algunos días de privación y de amargura, en que a lo

más he visto a Jesús alguna vez como sombra y relámpago, esta mañana

encontrándome en lo sumo de la amargura, y no sólo eso, sino como si

hubiese perdido la esperanza de volverlo a ver, después de haber recibido la

comunión me parecía que el confesor ponía la intención de la crucifixión,

entonces el bendito Jesús para hacerme obedecer se ha mostrado y me ha

participado sus penas. Mientras tanto he visto a la Reina Mamá, que

tomándome me ofrecía a Él a fin de que se aplacara. Y Jesús, teniendo

consideración de la Mamá aceptó el ofrecimiento y parecía que se aplacaba

un poco. Después de esto la Mamá Reina me ha dicho:

 

“¿Quieres ir al purgatorio para aliviar al rey de las penas horribles en

las cuales se encuentra?”

 

 

 

                                                                           

 

Y yo: “Mamá mía, como Tú quieras.”

 

En un instante me ha tomado, y me ha transportado a un lugar de

suplicios atroces, todos mortales. Ahí estaba aquel miserable, que de un

suplicio pasaba al otro, parecía que por cuantas almas se habían perdido por

causa suya, otras tantas muertes él debía sufrir. Entonces, después de haber

pasado yo por algunos de aquellos suplicios, él ha quedado un poco más

aliviado y la Mamá Reina me sustrajo de ese lugar de penas y me encontré

en mí misma.

 

                                                                                               

Agosto 31, 1900

 

En las almas interiores no puede estar la turbación.

 

Encontrándome en mi habitual estado y no viniendo mi adorable

Jesús, estaba toda afligida y un poco pensativa sobre el por qué no venía.

Después de mucho esperar y esperar ha venido, y viendo que de sus manos

brotaba sangre, le pedí que de su mano izquierda derramara sangre sobre el

mundo en provecho de los pecadores que estaban por morir y en peligro de

perderse, y de la mano derecha que derramara su sangre en el purgatorio; y

Él escuchándome benignamente se sacudió y derramó su sangre sobre una y

otra parte. Después de esto me ha dicho:

 

“Hija mía, en las almas interiores no puede estar la turbación, y si ésta

entra es porque el alma se sale fuera de sí misma, y haciendo esto hace de

verdugo a sí misma, porque saliendo fuera de ella se aferra a tantas cosas

que ve y que no son Dios, y a veces ni siquiera cosas que se refieren al

verdadero bien del alma, por lo que regresando en sí misma y llevando cosas

que le son extrañas, se tortura por ella misma y con esto viene a enfermarse

a sí misma y a la Gracia. Por eso estate siempre en ti misma y estarás

siempre en calma.”

 

¿Quién puede decir cómo comprendía con claridad, y cómo

encontraba la verdad en estas palabras de Jesús? ¡Ah Señor, si te dignas

instruirme dame gracia para aprovechar tus santas enseñanzas, de otra

manera todo será para mi condena!

 

                                                                                               

 

 

 

                                                                            

 

Septiembre 1, 1900

 

La obediencia pone la paz entre Dios y el alma.

 

Continuando Jesús sin venir, estaba yo diciendo: “Mi buen Jesús, ven,

no me hagas esperar tanto, esta mañana no tengo ganas de inquietarme y de

buscarte hasta llegar a cansarme. Ven de una vez, pronto, pronto, así, por la

buena.” Y viendo que no venía continuaba diciendo: “Se ve que quieres

que me canse y que llegue hasta inquietarme, de otra manera no vienes.”

 

Mientras esto y otros desatinos decía, Jesús vino y me ha dicho:

 

“¿Me sabrías decir qué mantiene la correspondencia entre el alma y

Dios?”

 

Y yo, pero siempre con una luz que me venía de Él he dicho: “La

oración.”

 

Y Jesús aprobando lo que dije ha agregado: “¿Pero qué atrae a Dios a

conversaciones familiares con el alma?”

 

Y yo no sabía responder, pero enseguida la luz se ha movido en mi

inteligencia y he dicho: “Si la oración vocal sirve para mantener la

correspondencia, ciertamente la meditación interior debe servir de alimento

para mantener la conversación entre Dios y el alma.”

 

Él, contento de esto ha replicado: “Ahora, ¿me sabrías tú decir quién

rompe las dulces controversias, quién quita los amorosos enfados que

pueden surgir entre Dios y el alma?”

 

Y yo al no responder, Él mismo ha dicho:

 

“Hija mía, sólo la obediencia tiene este oficio, porque ella sola decide

las cosas relacionadas entre el alma y Yo, y surgiendo controversias, o bien

algún enfado para mortificar al alma, al llegar la obediencia rompe las

contiendas, quita los enojos y pone paz entre Dios y el alma.”

 

Y yo: “¡Ah! Señor, muchas veces parece que tampoco la obediencia

quiere tomarse la molestia y se queda indiferente, y la pobre alma es

obligada a estarse en aquel estado de controversias y de enfado.”

 

Y Jesús: “Esto lo hace por un cierto tiempo, queriendo también ella

complacerse en asistir a esas amables controversias, pero después toma su

oficio y pacifica todo. Así que la obediencia pone la paz entre el alma y

Dios.”

 

Dicho esto ha desaparecido.

 

                                                                                               

                                                                            

 

Septiembre 4, 1900

 

La impureza y las obras buenas imperfectamente

hechas, son alimento repugnante para Jesús.

 

Habiendo recibido la comunión, mi adorable Jesús me ha transportado

fuera de mí misma, haciéndose ver sumamente afligido y amargado.

Entonces le pedí que derramara en mí sus amarguras, pero Jesús no me hacía

caso, pero insistiendo, después de mucho tiempo se ha complacido en

derramarlas. Después de haber derramado un poco de amargura le pregunté:

“Señor, ¿no te sientes mejor ahora?”

 

Y Él: “Sí, pero no era lo que derramé lo que me causaba tanta pena,

sino un alimento nauseante e insípido que no me deja reposar.”

 

Y yo: “Derrama un poco en mí, así te aliviarás un poco.”

 

Y Él: “Si no puedo digerirlo y soportarlo Yo, ¿cómo lo podrás tú?”

 

Y yo: “Conozco que mi debilidad es grande, pero Tú me darás gracia

y fuerza, y así tendré éxito en contenerlo en mí.” Comprendía que ese

alimento nauseante eran las impurezas; lo insípido, las obras buenas

malamente hechas, todas deterioradas, que a Nuestro Señor le son más bien

de fastidio, de peso y casi desdeña recibirlas, porque no pudiendo soportarlas

las quiere arrojar de su boca. ¡Quién sabe cuántas de las mías estaban ahí!

Entonces, como obligado por mí ha derramado también un poco de aquel

alimento. ¡Cuánta razón tenía Jesús, que era más tolerable lo amargo que

aquel alimento nauseante e insípido! ¡Si no fuese por su amor, a ningún

costo lo habría aceptado!

 

Después de esto el bendito Jesús me ha puesto el brazo detrás del

cuello, y apoyando su cabeza sobre mi hombro se ha puesto en actitud de

tomar reposo. Mientras reposaba me he encontrado en un lugar donde había

por piso muchas tablas móviles, y abajo el abismo. Yo, temiendo

precipitarme lo desperté invocando su ayuda, y Él me ha dicho:

 

“No temas, es el camino que todos recorren. No se necesita otra cosa

que toda la atención, y como la mayor parte caminan distraídos, esta es la

causa por la que muchos se precipitan al abismo y pocos son lo que llegan al

puerto de la salvación.”

 

Después de esto ha desaparecido, y yo me he encontrado en mí misma.